parrillada mixta
Beatriz Pérez-Aranda y la paradiña
Sus goles por la escuadra son tan sobrecogedores como sus amagos
Carvajal, Gibraltar y las nuevas mordazas
Los toros van al cielo

En la Eurocopa nos tuvimos que ir de casa para ver los partidos en el bar de abajo o en la casa del vecino, devenida Cari Arena durante aquellos días de barullo y desafuero. Fue la solución más práctica para evitar que el retardo de ... la señal televisiva, superior a los diez segundos, nos aguara la fiesta y el suspense, roto por los gritos de unos vecinos, jornadas de ventanas abiertas y máxima desinhibición patriótica, que gritaban gol a todo pulmón cuando en nuestro salón ni siquiera el portero había sacado la pelota. Había que irse, emigrar, buscar un nuevo horizonte. El globalismo, la digitalización y la madre que los parió a todos.
Algo parecido sucede cuando Beatriz Pérez-Aranda presenta las noticias del 24 Horas los fines de semana. Está la gente a la que salta, a ver si la mete o no la mete, si regatea y llega a puerta, si tropieza y se cae. Es muy emocionante verla en directo, siempre imprevisible, superdotada para la fantasía, pero el retardo –'delay' en los aeropuertos y las plataformas de pago más lentas– frustra cualquier aproximación a un género del suspense que los vecinos, también seguidores de la presentadora, trituran con sus oles y sus vítores cada vez que Pérez-Aranda, maestra de un estilo personalísimo, abre el tarro de las esencias. Cuando esto ocurre, la secuencia se puede ver al otro día, o a la semana siguiente, retransmitida en diferido por las redes sociales, pero gusta disfrutarla en vivo, asomarse con ella al abismo de la incertidumbre, integrarse en la comunidad de lo ignoto y la simultaneidad de la angustia. De Beatriz Pérez-Aranda recordamos sus goles por la escuadra, pegados al palo, pero son sus paradiñas las que ponen en pie al público y en alerta a los vecinos, cuyos 'spoilers' –venga a gritar: toma, uy, casi– se cargan el desenlace que también merecemos quienes vamos por detrás con la señal televisiva. Muy a menudo, la locutora del 24 Horas se detiene y duda en la lectura de sus entradillas, y es ahí cuando se hace aún más grande. Bastante habituales, soberbiamente ejecutados, son momentos de tensión y de coger mucho aire. Ni siquiera ella sabe cómo puede terminar la cosa, pero ahí están los vecinos para amargarnos la vida.
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