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Crítica de 'Golpe de suerte' (***): Woody Allen traslada su deporte neoyorquino a París

'Golpe de suerte' tiene esa rara armonía de las cosas de Allen, un desequilibrio cómodo, una ingenuidad muy penetrante y una confusión natural entre lo que es comedia y es drama

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'Golpe de suerte' Petite Fleur Productions
Oti Rodríguez Marchante

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Hace ya algunos años que cualquier nueva película de Woody Allen puede ser la última, por edad y por esas pequeñas peculiaridades sociales que tiene esta época nuestra en la que el sospechoso nunca es el mayordomo. 'Golpe de suerte' tiene el condimento habitual del cine de este hombre, tan urbano y neoyorquino, aunque la haya rodado en francés y en París, pero los personajes, la escritura de los caracteres, incluso de los pensamientos y comportamientos, apuntan, como siempre, a esos resquicios del ser humano por los que se cuela el azar, las pasiones descontroladas y las malísimas ideas.

Comparte con algunos de sus más celebrados títulos anteriores ese fatalismo optimista y cínico que advierte de 'la utilidad del crimen', pero con la mirada de un hombre que ha pasado de 'Delitos y faltas' a 'Match Point' o 'Irrational Man', es decir, del asesinato que implica sentimiento de culpa y arrepentimiento a una forma nueva y más moderna de matar, que es el crimen liberador y sin el menor atisbo de mala conciencia. Es el golpe de audacia socarrona de Woody Allen para señalar un gran avance en la moral y la educación del hombre y de la mujer: contra los remordimientos, el desahogo, o dicho más en hoy, el alivio.

Nunca ha necesitado gran cosa Woody Allen para mirar a su alrededor, le basta con el ingenio y el sentido del humor para contarnos lo que ve, o siente, y en esta película con apenas cuatro personajes y un gracioso índice señalador propone una historia insolente y desaprensiva, también romántica y mundana. Una mujer joven y estupenda (Lou de Laâge); su marido triunfador, turbio y dominante (Melvil Poupaud); un antiguo amigo de ella, artista, bohemio y naif (Niels Schneider), y la suegra fisgona que interpreta con gracia Valerie Lemercier. Un encuentro casual, un ir metiendo poco a poco el pie en las aguas revueltas, una intriga personal, matrimonial, amorosa y criminal, unos inteligentes zigzagueos sobre qué es la felicidad, qué la fidelidad y qué se puede esperar de la suerte. En fin, la rueda, un invento que todavía no suele salirnos redondo.

Un bonito París, que nos muestra Vittorio Storaro, y esos elegantes ambientes que Woody Allen tiene especial gracia al retratar: sociedad, saludos, banalidad envuelta en trascendencia, vida regalada, conversaciones estúpidas pero diálogos que esconden enorme cantidad de ácido y malicia. No ofrece auténtica intriga, ni negrura, ni sordidez…, ni apenas borbotones de risa, pues es un humor escurridizo, latente, que hay que rascar para desprenderlo, como el 'socarrat' de la paella. Pero 'Golpe de suerte' tiene esa rara armonía de las cosas de Allen, un desequilibrio cómodo, una ingenuidad muy penetrante, una confusión natural entre lo que es comedia y es drama, una comprensión indulgente de las flaquezas humanas y la sabiduría, en su caso más por diablillo que por viejo, de que la vida se organiza a su antojo.

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