Crítica de «My Mexican Bretzel»: Instantes de vida ajena

Antonio Weinrichter

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11/12/2020 a las 08:35h.

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Se preguntaba Chris Marker cómo hacía la gente para recordar cuando no tenían imágenes. Más perversa puede parecer la cuestión que se plantea aquí Nuria Giménez: tras encontrar unas bobinas que contenían viejas filmaciones domésticas familiares, jugó a urdir un relato para hacerles servir de aparente vehículo de una memoria impostada. Es decir, la mujer que vemos no es la mujer cuyas reflexiones leemos a partir de fragmentos de su diario personal.

Aclaremos enseguida que este experimento (en el sentido que se habla de cine experimental) rebasa el nivel de mero juego técnico para adquirir en su tramo final la altura de una tragedia. Con una ventaja a su favor: la belleza de estas imágenes «amateur» , que nunca quisieron servir para la memoria o la nostalgia, contiene una verdad y una melancolía fuera del alcance de la ficción. La paradoja es que estas imágenes humildes que muestran actos banales (viajes, sobre todo) de seres que sonríen a cámara sin cesar remiten a ese poder terrible del cine que, como sugería Cocteau, permite ver a la muerte haciendo su trabajo.

Lo que revelan estas imágenes, aun antes de superponerles un relato (pero que por eso mismo lo potencian tanto), es la capacidad del cine de embalsamar la apariencia externa de anónimos fantasmas (muertos como no lo está ningún actor, ninguna estrella) que caminan con milagrosa naturalidad mucho después de desaparecer. No es casual la pasión que siente tanto cineasta (Forgacs, Child) por trabajar con el formato casero, el menos artístico pero donde mejor se revela ese poder fúnebre del cine.