tribuna abierta
Una ciudad de Nobel
De los siete premios Nobel españoles dos son andaluces y los dos son sevillanos de corazón

Una placa en la Puerta de Jerez nos recuerda que el Premio Nobel de Literatura de 1977 Vicente Aleixandre nació en Sevilla en la primavera de 1898 en un caserón de la Intendencia militar donde trabajaba su abuelo que luego, reformado a principios de siglo ... al estilo francés, pasó a ser el Palacio de los Marqueses de Yanduri. Aleixandre se sentía «hijo de Sevilla», «donde conoció la luz», y dijo que ser sevillano de nacimiento fue para él «el más bello título de su vida».
De los siete premios Nobel españoles dos son andaluces y los dos son sevillanos de corazón. En el caso de Aleixandre, aunque a los dos años se lo llevaron a vivir a su Ciudad del Paraíso, Málaga, él siempre reconoció sentirse hispalense («soy sevillano injerto en el Mediterráneo», decía) y estuvo muy cerca de la ciudad a través de las revistas, los amigos y diferentes actos literarios («lejos del Guadalquivir, pero cerca de su corriente», escribió). Cuando venía a Sevilla miraba con atención su casa casi irreconocible para él y decía «estoy pisando y sintiendo mi origen». Decía incluso que se le pegaba el acento andaluz, pero no frecuentó mucho Sevilla, «el relámpago de su nacimiento», como señalaba Eva Díaz hace unas semanas en estas páginas. No estuvo en el acto fundacional de la generación del 27 y su primera intervención pública en Sevilla la hizo con 51 años en el Club La Rábida, pero su corazón y su palabra volaban donde su cuerpo, por la enfermedad, no podía.
Quien sí vino a Sevilla muchas veces y dejó constancia en sus apasionados y luminosos textos fue el otro Nobel andaluz, Juan Ramón Jiménez, que en estos versos se declara tan moguereño como sevillano: «Como soy de Moguer y de Sevilla / canto mis ilusiones por seguidillas». Con él, que llamó a Sevilla capital poética de España, su ciudad predilecta, ciudad del paraíso, la capital hispalense puede sentirse orgullosa de contar con un segundo premio Nobel. Con sus, como él las llamó, «pájinas sevillanas», pasear Sevilla de su mano nos permite redescubrirla con nuevos ojos, con prismas nuevos El poeta repara en la luz inaprehensible de la ciudad, en los finos matices, en sus atardeceres malva, rosa y oro, en su gracia, que es para él un don singular y escaso; de Zenobia, su admirable compañera, dice que «en ella está toda la gracia de Sevilla».
La Giralda es para Juan Ramón Jiménez como Zenobia, «alegre, fina y rubia-, / mirada por mis ojos negros -como ella, / apasionadamente!». La Giralda es inefable para el poeta, es «gracia e intelijencia, tallo libre, / ¡palmera de luz!» que se mece al viento en el cielo donde está «fronda inefable, el paraíso». Esto lo escribe en su libro de madurez Diario de un poeta reciencasado. El Andaluz Universal dijo que «Sevilla tiene demasiadas cosas bellas» y que «le bastaría con una para ser divina, la Jiralda». Sus campanas son para él nada menos que «el cántico glorioso de la Sevilla de todos los siglos», el de nuestros padres y el de nuestros abuelos, el de la eternidad. Le dedica a Zenobia estos versos en Diario: «A Sevilla le echo los requiebros / que te echo a ti (…). / ¡Sevilla, ciudad tuya, / ciudad mía!», versos de un poema apasionado, vitalista, que se conserva enmarcado en el Hotel Inglaterra, el preferido del escritor, adonde trajo a Zenobia en junio de 1916 después de su luna de miel por EE.UU.
El 25 de octubre de 1956 le comunicaron a Zenobia que Juan Ramón Jiménez había ganado el Premio Nobel de Literatura. Le adelantaron la noticia porque estaba agonizando en un hospital de Puerto Rico y había sido ella quien había preparado la documentación necesaria. Según los médicos la alegría de conocer la noticia alargó tres días la vida de Zenobia Camprubí. Ni Juan Ramón ni Aleixandre fueron a recoger el premio.
Juan Ramón podría haber hecho suyos estos versos de Aleixandre: «Solo tú, ámbito altísimo / (…) das paz y calma plenas / al agitado corazón con que estos años vivo» y habérselos dedicados a la ciudad que lo equilibraba, que le daba esa vitalidad y emoción que desprenden sus textos dedicados a Sevilla. Así vio y así sintió la ciudad. Aquí le hubiera gustado vivir y aquí le hubiera gustado morir. Juan Ramón Jiménez decía sentirse envidioso de quienes podemos ver volar las palomas alrededor de la Giralda cada día y escuchar sus campanas. En Juan Ramón Jiménez redescubrimos la ciudad, una ciudad de Nobel donde Aleixandre conoció la luz, la Sevilla más fina, excelsa y poética.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete