Hazte premium Hazte premium

la tercera

Picasso, teatrero

Picasso se esmeró en controlar su imagen como el más avispado 'influencer', hábilmente rodeado de fotógrafos para los que posaba en ese carismático estilo campechano

nieto

Picasso era fotogénico. Retratado en la playa, en bañador, o en el estudio con el torso desnudo; portando el parasol para su última conquista, o con un gorrito o un cráneo de buey o un bombín. Pecho descubierto y corona, como el rey de una ... isla remota. Ante una corrida de toros en el sur de Francia, rodeado por su joven mujer e hijos con rasgos de distintas madres. Picasso es un truhán y es un señor, algo bohemio y soñador, como el personaje que construyó Julio Iglesias después. Picasso lleva camiseta de rayas, parecida a la que lucía Joaquín Sabina en la portada de 'La mandrágora'. Su influencia como icono es innegable, y sus ojos negros aún nos miran con esa cualidad fascinadora –el mediterráneo mito de la mirada, que los romanos vinculaban al mal de ojo y la capacidad de someter al hechizado– desde portadas de suplementos culturales, bolsas de tela, tazas y pósters enmarcados en paredes. Estamos en un año Picasso y la caja registradora pita de gozo cada vez que damos otra vuelta al fructífero nudo entre vida y obra, que aquel Pablo ató fuerte para nosotros. Abundan los artículos que defienden la posibilidad de aislar la obra, pero también los que ponen una lupa sobre la letra pequeña de su biografía como muy acreditado maltratador. Se intenta llegar a una conclusión y parece que esta pasa por elegir bando: celebrar o cancelar.

Artículo solo para suscriptores

Esta funcionalidad es sólo para suscriptores

Suscribete
Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación