EL ÁNGULO OSCURO
La conciencia del doctor Sánchez
Convertida en un puro «instinto», la conciencia se transforma en una fuerza caprichosa y compulsiva que no admite ningún tipo de bridas
Antonio Gala (29/5/2023)
Pucherazos (21/5/2023)
Explicando a los diputados de su facción las razones por las que resolvió adelantar las elecciones, el doctor Sánchez declaró enfáticamente: «Tomé la decisión con mi conciencia». Siendo el doctor Sánchez un personaje inescrupuloso, la afirmación provocó entre los folicularios la consabida chacota; pero ... creemos que merece un estudio más serio.
¿Qué entiende el doctor Sánchez por «conciencia»? No, desde luego, lo mismo que San Agustín, que la definía como «el lugar donde habla Dios»; ni siquiera aquello que decían los escolásticos: «La conciencia es el juicio de la razón práctica que dictamina el valor moral de los propios actos, encaminándonos hacia el bien que ha de hacerse y alejándonos del mal que ha de evitarse». El doctor Sánchez es un moderno que no cree en Dios, ni tampoco en la existencia objetiva del bien y del mal. Para el doctor Sánchez la conciencia es una mera «subjetividad» que forja libremente su propia moral, según sus intereses personales. La conciencia, para el doctor Sánchez, es un mero «sentimiento individual», una especie de mecanismo exculpatorio a través del cual justifica el puro ejercicio de su voluntad; una especie de «derecho a actuar según mi conveniencia». El doctor Sánchez se apunta, en definitiva, a la definición de conciencia de Rousseau, quien consideraba que «es al alma lo que el instinto es al cuerpo».
Convertida en un puro «instinto», la conciencia se transforma en una fuerza caprichosa y compulsiva que no admite ningún tipo de bridas. La conciencia del doctor Sánchez, al afirmar que «toma decisiones», quiere decir que tiene un poder ilimitado que le permite crear el bien y el mal, lo justo y lo injusto. La conciencia roussoniana del doctor Sánchez no revela el orden moral impreso en la naturaleza, sino que lo produce, mediante su voluntad subjetiva. El doctor Sánchez, en fin, se muestra como hombre plenamente moderno, que se cree capaz de dominar y configurar hegelianamente la realidad, de plegarla a su voluntad (aunque no haya leído a Hegel, ni en general a nadie).
La conciencia del doctor Sánchez es deseo in actu exercito, que configura la realidad a cada momento según su conveniencia. La conciencia del doctor Sánchez, aunque no lo sepa, es jesuitismo llevado a su máxima expresión: pura inteligencia práctica desembridada (o sea, puro ejercicio instintivo y felino de la voluntad, con prescindencia absoluta de la inteligencia teórica), ordenada exclusivamente a la consecución del poder y a la exaltación de la propia persona. A esto los folicularios lo llaman «audacia» o «falta de escrúpulos», según acampen en el negociado de izquierdas o derechas; pero se trata de algo mucho más terrible que no pueden captar. La conciencia del doctor Sánchez ha dejado de ser el lugar donde habla Dios, como quería ingenuamente San Agustín, para convertirse ella misma en dios que reglamenta la Historia y la configura y domina hegeliana o taumaturgicamente a su antojo.
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