EN OBSERVACIÓN
Cómo cantar gol con perspectiva de género
Una aproximación de oídas a la locución femenina de la Eurocopa
Un rey minúsculo para TVE
Estadios de ánimo
La crisis apenas se notó. Tres años después de admitir alumnas y dejar atrás su secular modelo de segregación, el colegio de San Ildefonso puso en 1984 a sus niñas a cantar los números y los premios del sorteo de Navidad. Sin cambios hormonales, ... ángeles sin sexo, manos y gargantas inocentes, las voces de unos y otras venían a sonar muy parecidas. Junto al sorteo de cada 22 de diciembre y las campanadas de Año Nuevo –también cantadas, a veces atragantadas–, la tercera pata emocional que aún sostiene la nación española es la selección de fútbol, cuyos goles berrean unos locutores que han hecho de sus proezas vocales, gallos incluidos, un género con entidad propia, tradicionalmente ejecutado por hombres, con gran alarde de ardor guerrero, virilidad orgásmica y capacidad pulmonar, hasta rozar la afonía y la demencia, estadios en los que se puede situar la cumbre artística de este asombroso ejercicio de vindicación patriótica y sacrificio cognitivo.
Nos falta cultura para asimilar el canto femenino de los goles, chirrido igualitario que en esta Eurocopa ha desafiado el oído de un público que históricamente ha sintonizado la inflamación varonil de estos cantares de gesta y grada. Esto no va de sexo, ni de género, ni de políticas inclusivas, sino de canciones, y de octavas, y de educación musical, buena o mala. Hemos tenido intérpretes masculinos –Prince, Freddie Mercury, Camarón– capaces de elevarse a lo más alto, subidos a los tacones de la confusión, y mujeres cuya gravedad vocal –de Chavela Vargas a Nico, pasando por Tracy Chapman o Bonnie Tyler, por no llegar al trastorno fónico de Diamanda Galás o las zalamerías ambidextras de Amanda Lear– las llevó a pisar las tablas y el sitio de las contraltos, rarezas de un pop femenino que, salvo desgarros ocasionales, fue durante décadas pasto y altavoz de la dulzura y la debilidad.
La Universidad de Australia del Sur publicó en 2018 un estudio que, a partir de grabaciones, revelaba que la voz de las mujeres de entre 18 y 25 años había disminuido en 23 hercios a lo largo de medio siglo, descenso del tono que la doctora Cecilia Pemberton relacionó con el progresivo empoderamiento femenino. Le hubiera bastado a Pemberton ponerse a Patti Smith, Janis Joplin o la primera PJ Harvey para, partiendo de Doris Day o Concha Piquer, llegar a la misma conclusión. Hablamos de canciones, de goles engolados y 'crescendos' desgañitados, 'standards' del pop interpretados a pelo por artistas no solo masculinos, sino pasados de rosca y testosterona.
Quizá nos falte instrucción musical para apreciar esta conquista presuntamente feminista. El problema –tragedia operística en dos actos o tiempos con descuento– consiste en plagiar de oídas, sin el oportuno instrumental fisiológico, y en renunciar a la creatividad, sin inquietud para hacer de la necesidad virtud, como reza el estribillo de una de las más populares tonadillas del repertorio sanchista, del LP 'En nombre de España'. Cantar es un arte, ya sea en el fútbol, en el pop o en el rock, donde tantas mujeres se hicieron oír para remodelar con su voz la entera figura femenina, incluso su alma. Avanzamos en derechos, otorgados, pero sin aprovechar las libertades, más personales y exigentes.
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