LA TERCERA

¿Somos ya poshumanos?

«La verdadera demolición del proyecto ilustrado está llegando ahora, y de manera acelerada, de la mano de la tecnología. El ser humano y su razón están siendo desplazados por las máquinas, a las que erigimos como modelo y medida de todas las cosas»

El Valle sin vallas

¡Que cunda el pánico!

NIETO

Elvira Navarro

Hace poco, en Instagram, alguien refería haberle preguntado a ChatGPT cuál era la mayor mentira del mundo corporativo. La IA contestaba que el gran engaño consistía en hacer creer a la gente que las empresas existen para ganar dinero, pues su verdadera razón es mantenernos en una rueda de hámster urdida para que nunca nos cuestionemos el juego. ChatGPT añadía que la deuda era el verdadero motor de la economía y que todo estaba diseñado para entramparnos (hipotecas, préstamos, tarjetas de crédito). El post finalizaba con una serie de consejos destinados a que pudiéramos liberarnos sustituyendo el sueldo por una fuente propia de ingresos y otras monsergas.

Ignoro si una inteligencia artificial puede dar este tipo de respuesta o si se trataba, como parece más probable, de la simple propaganda de esta cuenta de Instagram, perteneciente a una chica que se dedica a «hackear el mundo laboral» y a hacer un discurso contra las corporaciones empresariales y a favor del emprendimiento. Lo que me importa para lo que quiero desarrollar aquí es la manera de dirigirse a una IA: «Con todo el conocimiento que tienes», dice supuestamente la joven, «dime algo de lo que los humanos no nos hemos dado cuenta aún». No parece que interrogue a una simple herramienta; antes bien, y lo que resulta inquietante, la trata como a un ente que posee un conocimiento superior a los seres humanos, como a un oráculo sagrado o como a Dios mismo. Y, en tanto que Dios, la IA concluye su aparición a la muchacha con una serie de mandamientos destinados a conquistar el reino de los cielos en la tierra.

Llevábamos mucho tiempo, más de un siglo, hablando del ocaso de la Modernidad y del paradigma ilustrado, cuyo centro es el ser humano, la razón y la ciencia, así como una idea de progreso de corte humanista representada en el lema oficial de la República Francesa: libertad, igualdad, fraternidad. Aunque desde las dos primeras guerras mundiales, la fe en el marco ilustrado y en el humanismo quedó tocada (¿cómo era posible que los avances científico-técnicos se hubieran puesto al servicio de las dos mayores matanzas de la Historia?), para el ciudadano de a pie las ideologías surgidas al calor de la Ilustración han sobrevivido hasta hace poco como horizontes utópicos, o al menos amablemente realistas en sus bondades: el liberalismo y la democracia como lo deseable desde un punto de vista pragmático y mayoritario en Occidente; el socialismo o el comunismo (hasta la caída del Muro y la asunción de sus horrores) como utopías de fraternidad e igualdad. Más aún: desde todas estas corrientes de pensamiento se han seguido escribiendo ensayos importantes para entender el mecanismo de las sociedades, sus políticas y sus economías. Y a pesar de que muchos analistas insisten en que lo que pudrió este supuesto culmen de la civilización fue la Posmodernidad con su relativismo y sus críticas a la razón, lo cierto es que el pensamiento posmoderno nunca dejó de ser una pertinente corrección a las debilidades y excesos del racionalismo ilustrado, amén de ampliar el marco fraterno al incorporar otras perspectivas en lugar de negarlas.

La verdadera demolición del proyecto ilustrado está llegando ahora, y de manera acelerada, de la mano de la tecnología. El ser humano y su razón están siendo desplazados por las máquinas, a las que erigimos como modelo y medida de todas las cosas. Endiosamos su autosuficiencia, su perfección. Por otra parte, el uso de las nuevas tecnologías, que ha abarcado ya prácticamente todas nuestras esferas cotidianas, alimenta un individualismo que elude el hecho de que somos animales sociales. Nos empieza a parecer que podemos vivir al margen de los demás porque, en efecto, con los aparatitos tecnológicos muchas cosas esenciales que antes requerían de nuestra presencia pueden hacerse virtualmente: así el trabajo o las relaciones sociales. No es de extrañar que haya una generación de jóvenes, conocida como Generación Z, que esté asumiendo con normalidad unos hábitos que sus mayores solo han adoptado a medias y con recelo: relacionarse con el mundo a través de una pantalla, pasar mucho tiempo a solas y rehuir la vida social, informarse a través de canales de internet (a los que llegan sin discriminación alguna), tener a influencers como únicos referentes y consumir vídeos y reels donde el camino hacia el éxito se resume en una serie de recetas individualistas, robóticas y baratas. Autoayuda. Según señalan los expertos y corroboran las encuestas, un porcentaje alarmante de estos jóvenes aseveran no creer en la democracia y preferir a líderes fuertes y autoritarios, circunstancia que, si bien es atribuible fundamentalmente a que nuestro Estado de bienestar ha dejado de funcionar (las democracias parecen hoy impotentes para cambiar las cosas y generar confianza en el futuro), no deja de estar alimentada por la polarización de las redes sociales y el consumo de contenidos simplistas o falsos en internet.

La tecnología, o el uso que hacemos de ella, soslaya lo humano, y quizás ese es otro de los motivos por los que están en crisis todas las ideologías y marcos del pensamiento del siglo XX, esencialmente humanistas. Fagocitar los límites e ir más allá de lo humano siempre ha sido una vieja aspiración (buscamos la inmortalidad, la eterna juventud o ser capaces de generar vida), pero hace mucho que sabemos que el resultado de no asumir los límites es crear a Frankenstein. La perfección maquínica que ansiamos, y que hoy se encarna en, por ejemplo, el culto al cuerpo, desemboca en machacarse absurdamente en el gimnasio, en dietas que ponen en peligro la salud y en operaciones estéticas que generan rostros extrañamente inmaculados, inflados e inexpresivos, como muñecos diabólicos. En un orden de cosas aún más peligroso, los célebres y poderosos 'tecno bros' pregonan que la tecnología puede sustituir a los gobiernos y a las instituciones en virtud de su capacidad de hacerlo mejor. Uno de ellos, Elon Musk, está ya al mando de los Estados Unidos.

Hace poco estuve en un hotel en el que una de las recepcionista iba maquillada y retocada para que su rostro se asemejara a un filtro de Instagram. Su piel era tan perfecta que debía de haberse aplicado algún tipo de tratamiento, y llevaba unas lentillas de un azul imposible, entre aguamarina y hielo. Parecía haberle robado los ojos a un husky siberiano. Era una chica jovencísima que en realidad no necesitaba nada para apabullar con su belleza. De entre todo el personal, aquella hermosura de ínfulas poshumanas fue la que peor me trató. Me he acordado de esta anécdota porque es una buena metáfora del mundo hacia el que vamos.

SOBRE EL AUTOR
Elvira Navarro

es escritora

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