EDITORIAL
El teólogo del humanismo
Nunca fue Benedicto XVI complaciente con el relativismo moral, ni buscó el aplauso fácil de la opinión pública. Era consciente de que le tocó vivir como Papa una época difícil para la Iglesia
La muerte de Benedicto XVI fue anticipada por el Papa Francisco cuando, al término de la audiencia general de este pasado miércoles, pidió una oración por su predecesor, de quien dijo que «en el silencio está sosteniendo a la Iglesia». La figura de Benedicto XVI, en efecto, quedará vinculada a un pontificado breve e intenso, que estuvo marcado por su renuncia a la sede de Pedro cuando vio que las fuerzas no le permitían seguir asumiendo el vicariato de Cristo en la Tierra. Aquella renuncia produjo una convulsión semejante a la de un Concilio, por su inmenso significado humano y eclesial sobre la limitación humana en la dirección de la Iglesia. Muchos no entendieron aquella decisión, quizá porque estaban anclados en postulados inmovilistas, pero fue coherente con la forma en la que el cardenal Joseph Ratzinger, Papa Benedicto XVI, entendía la forma de ser cristiano, frágil y humilde. Ratzinger asumió la sede petrina después del largo pontificado de Juan Pablo II, cuyos últimos años estuvieron caracterizados por un deterioro público de su salud, lo que a buen seguro permaneció en el recuerdo del Papa alemán. Tras el impulso arrollador del Papa Wojtyla, Ratzinger puso sosiego en el pontificado, desmintiendo desde bien temprano la tacha de intransigente e inquisidor con la que fue recibido por amplios sectores de la opinión pública, dominados por prejuicios injustos. Pronto salió a la luz la exquisita sensibilidad teológica de quien, como catedrático, ya había forjado un gran cuerpo de doctrina en el que se formaron decenas de miles de sacerdotes, religiosos y laicos. 'El Dios de los cristianos' o 'Introducción al cristianismo' son lecturas imprescindibles para la enseñanza teológica.
Ratzinger, quien tuvo un protagonismo destacado en el Concilio Vaticano II, demostró ser un teólogo profundamente humanista con su encíclica 'Deus caritas est', dando así continuidad a uno de los grandes ejes de su teología, la fe del creyente, opuesta a la fe de los filósofos, como rezaba su lección magistral al tomar posesión de la cátedra en la Universidad de Bonn, en 1959. Su inmensa erudición nunca alejó a Ratzinger de la realidad cotidiana y de los conflictos del hombre, sino que la puso al servicio de la cuestión central de su teología, que era la defensa de la fe como un encuentro personal del hombre con Cristo. Sin embargo, y a diferencia de otros teólogos de su época, Ratzinger siempre hizo teología en y con la Iglesia. Nunca fue Benedicto XVI complaciente con el relativismo moral, ni buscó tampoco el aplauso fácil de la opinión pública. Era consciente de que le tocó vivir como Papa una época muy difícil para la Iglesia y buscó el equilibrio entre el reconocimiento explícito y reiterado de graves errores, como los cometidos con motivo de los abusos sexuales a menores por religioso y sacerdotes, con la defensa del papel de la Iglesia en la sociedad moderna. Sus condenas y peticiones de perdón por los horribles actos de pederastia fueron continuas a lo largo de su pontificado, así como sus llamamientos a los obispos para que colaboraran con las autoridades civiles en el castigo de los abusos. Al mismo tiempo, Ratzinger impulsó una nueva evangelización en Europa, a la que prestó especial atención por su descristianización, hoy generalizada. Era también un europeísta convencido, lo que reflejó en importantes ensayos sobre la identidad europea y su futuro.
Es cierto que Benedicto XVI era más teólogo que gestor, más profesor que gobernante, y el peso los conflictos internos y externos de la Iglesia superó su capacidad física para asumir eficazmente una responsabilidad constituida hace 2.000 años. En su renuncia resumió su amor por la Iglesia y, al mismo tiempo reconoció problemas a los que se enfrenta en una sociedad secularizada y abiertamente hostil a algunas de sus principales enseñanzas.
Desde su renuncia al pontificado, explicada por él mismo con la prosa sencilla y clara que siempre se revelaba en sus escritos, Benedicto XVI, ya como Papa emérito, fue estrictamente leal al Papa Francisco, dejando sin argumentos a quienes vaticinaron una especie de tutela conspirativa permanente sobre el actual pontífice. Lo que habrá de valorarse en el futuro es que la renuncia de Benedicto XVI preparó el camino para una elección histórica como la del cardenal Jorge Bergoglio. Ratzinger permaneció en un silencio solo roto excepcionalmente, y nunca para cuestionar una sola decisión del Papa Francisco, haciendo honor al trato fraternal que este le dispensó siempre. La muerte de Benedicto XVI priva a la Iglesia de uno de sus más importantes figuras en los últimos siglos. Su obra permanece vigente e intacta.
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