La Tercera
Adiós, Ibáñez
«Nos regaló el misterio de la risa fresca, como un caudal de aire llenando los pulmones, como el abrazo de los amigos en los días de fiesta»
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No puedo imaginar mi infancia sin las viñetas de Ibáñez dándome cobijo en esas tardes de verano donde todos dormían la siesta y yo había buscado una sombra fresca para reírme a solas con cada secuencia de aventuras absurdas. ¡Cómo me gustaban sus tebeos! ... Y todavía los busco en las estanterías y me quedo ensimismada leyéndolos porque Mortadelo y Filemón, el Botones Sacarino, Pepe Gotera y Otilio o la intensa vecindad de la 13, Rue del Percebe eran y son parte de mi vida.
Hace algunos unos años pude conocer a Francisco Ibáñez en un homenaje y me hice pasar por Mortadelo disfrazado de señora con una frondosa melena y lo abracé dándole las gracias por sus horas tenaces en la mesa de dibujo, por haberse inventado un universo de personajes inolvidables y llenos de ocurrencias. Por hacerme reír a carcajadas, por quitarle solemnidad a la mirada y dar tanta frescura a las situaciones imposibles que se relatan, por ayudar a construir la dicha efervescente de los que somos optimistas y nos reímos con ganas. Nos dio pautas para ser felices leyendo cómics, pensando que la vida podía mirarse con otros ojos. Con cara de guasa contenida y mucha imaginación. Me enseñó a explicar las cosas usando onomatopeyas y a imaginarme de agente secreto de la T.I.A. cambiando de disfraces. En casa todos leíamos a Ibáñez, pero tal vez mi madre y yo somos las mayores admiradoras de su elenco de personajes. Nos hemos intercambiado mensajes de recuerdo y cariño, qué divertidos eran sus personajes ha sentenciado mi madre, y qué necesitados estamos de personas que nos hagan reír con la chispa de Ibáñez he pensado yo, evocando los detalles dibujados que llenaban las páginas de tramas y subtramas posibles.
Me he pasado más de media vida fuera de España y siempre he tenido a Ibáñez cerca. Cuando quiero que los estudiantes se rían un poco y se relajen les enseño las posibilidades de una página autoconclusiva usando un ejemplo de la 13, Rue del Percebe. Cada piso es una viñeta de acontecimientos sociales en un loco edificio donde hay un moroso pícaro en el ático que busca evadir responsabilidades, un inventor que la censura obligó a ser sastre, un ladrón que robaba auténticas absurdeces para desesperación de su esposa, unas jubiladas que adoptan animalitos, un tendero caradura, una portera que observa con escepticismo el devenir del ascensor, y el pobre sin hogar bajo la alcantarilla. La convivencia de una vecindad llena de pliegues y defectos donde la sátira lúdica nos hacía habitar allí con ellos. Un escenario que Ibáñez se había inventado en 1961, diez años antes de que yo naciera, y que sigue funcionando en este nuevo siglo en las miradas de los chicos que lo leen con sorpresa y aprenden a reírse con espontaneidad de los dibujos y las tramas. Luego, les pido que dibujen su propia Rue del Percebe y me expliquen su realidad con su humor, con los personajes que ellos se inventarían.
Muchos crecimos con las historietas de Ibáñez y los que no lo hicieron o no pudieron, los compadezco con ternura, porque se han perdido un tiempo de lectura inigualable. La de niños y niñas que aprendieron a leer gracias a Mortadelo y Filemón y su desastrosa capacidad para liarlo todo. En casa teníamos esos recopilatorios de 'Super Humor', y yo recuerdo, siendo todavía niña, analizar con detenimiento la evolución de aquellos detectives que se fueron a trabajar al centro de inteligencia de la T.I.A. y se recopilaban en álbumes largos. Uno de mis preferidos era 'El caso del Bacalao', donde Mortadelo y Filemón trataban de entender por qué un mafioso regalaba bacalao y luego, cuando descubrían que era para especular con el agua, no lograban impedir la voladura de las grandes tuberías de agua potable. Siempre que tengo sed me acuerdo de esa historieta y me entra la risa pensando en las escenas y en Mortadelo y Filemón discutiendo por todo. Otra historieta que me marcó es la que fue su primera pieza larga, 'El sulfato atómico', donde el profesor Bacterio con su invento fallido para eliminar plagas genera un gran caos. Que el sulfato hiciera crecer a los bichos me encantaba, y no paraba de reírme mientras veía a Mortadelo y Filemón entrar disfrazados en la república de Tiranía para impedir que un dictador lo usara. Cada vez que crecía un insecto súbitamente me maravillaba con el dibujo y la escena, esa secuencia de la imaginación gráfica que nos narra acontecimientos vertiginosos. Todo era una gran broma, el humor lúdico de los dibujos es un ingrediente clave que contribuye a las infancias felices. Las barbas del profesor Bacterio escondiendo lo feo que es, que todos los personajes masculinos de la T.I.A. fueran calvos o tuvieran poco pelo también me parecía divertido, y tiempo después, cuando vi por primera vez una foto de Ibáñez, comprendí de dónde había sacado la estética del cráneo despejado.
Con la excusa de los Mundiales, Francisco Ibáñez nos regalaba aventuras desternillantes, escenas hilarantes que me han servido para explicar el estereotipo, la sátira, lo políticamente incorrecto y la complejidad del humor en todas sus facetas. Francisco Ibáñez no tenía filtro porque su época no lo tuvo, como tampoco lo tuvieron Goya o Picasso en el tiempo que les tocó vivir y expresarse. Nosotros hemos tenido que crecer para entender las dimensiones del humor y el poso que nos dejan las tramas absurdas e irreverentes de sus personajes, y hemos entendido que sin ellos no seríamos lo que somos, no tendríamos esa cordialidad empática e ingeniosa. Francisco Ibáñez nos regaló el tiempo de la infancia feliz de las primeras lecturas que se releían una y mil veces. Con su fallecimiento, a los 87 años, sus personajes se quedan huérfanos y sus lectores nos asomamos compungidos, junto a ellos, al abismo del tiempo. Da vértigo pensarlo, son muchos personajes, muchas escenas e infinidad de páginas. Francisco Ibáñez nos regaló el misterio de la risa fresca, como un caudal de aire llenando los pulmones, como el abrazo de los amigos en los días de fiesta. En sus historietas habita la filosofía de la imaginación desmedida, la de los fracasos entretenidos, la de las chapuzas más humanas, la de la pura ficción creciendo como un bosque inmenso de sombra fresca. Los veranos de mi infancia fueron y serán ese tiempo que llenaron Mortadelo y Filemón, el Botones Sacarino, Ofelia, o el pobre Rompetechos... ¿Cómo voy a consolarlos?, se pregunta con lágrimas en los ojos la niña que todavía me habita. ¿Cómo explicarles que se ha ido para siempre su creador?
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