Memorias del Maidán, la primera victoria de Ucrania sobre Rusia
Hace 10 años, las protestas en la Plaza de la Independencia de Kiev pidiendo un rumbo europeísta cambiaron la historia del país. Algunos ucranianos que estuvieron allí recuerdan para ABC las esperanzas, la lucha, la violencia y a los caídos
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Nadie lo sabía, pero una revolución iba a comenzar. Faltaban pocas jornadas para la celebración de la Cumbre de Vilna. Antes, habían transcurrido meses de arduas negociaciones. Incertidumbre y suspense. Ucrania tenía que decidir: Moscú o Bruselas. La preocupación ya se había instalado en ... el Kremlin, o al menos eso parecía. Todo indicaba que el Acuerdo de Asociación entre Ucrania y la Unión Europea quedaría sellado entonces. Pero no pasó. El 21 de noviembre de 2013, el Gobierno del presidente Viktor Yanukóvich decretaba que el proceso de preparación de la firma quedaba suspendido. En Rusia pensaron que habían ganado la batalla por Ucrania. Se equivocaron.
Ha pasado una década. Las perspectivas de lo que ocurrió en la Plaza de la Independencia de Kiev se han transformado, han adquirido una interpretación más profunda y visceral. Miles de ciudadanos participaron en las protestas que cambiaron el destino de Ucrania. Pocos podían imaginar lo que vendría después. La invasión a gran escala de Rusia en febrero de 2022 es, para muchos, una continuación de aquellas luchas del Maidán.
Esta es una historia que bucea en los recuerdos y emociones de los protagonistas. Es la historia de una batalla, de la «primera victoria de Ucrania sobre Rusia». Cinco testigos comparten con ABC las vivencias que atesoran en su memoria sobre los días que sacudieron este país diez años atrás.
Recorremos el primer piso del Edificio de los Sindicatos, un simbólico inmueble en Maidán. Son las cinco de la tarde y está oscuro. La vista de la Plaza de la Independencia es inmejorable. Ya no queda rastro del pasado, pero Ihor Poshyvailo, historiador y director del Museo de la Revolución de Dignidad, habla de los heridos que se refugiaron en ese lugar. Era un hospital improvisado. Todas las paredes se tiñeron de negro durante los incendios y había sangre en el suelo…
Pero volvamos al 21 de noviembre de 2013. La noticia fue sorprendente. «Un shock», rememora Ihor. Él sabía perfectamente que su Gobierno tenía preferencias prorrusas, sin embargo no esperaba que se atreviesen a dar marcha atrás en la firma del Acuerdo con la Unión Europea. Como muchos otros sintió enfado: «A la mayoría de la sociedad no le gustó ese juego oculto de nuestros políticos». Ihor entendió que Rusia había presionado para que Viktor Yanukovich se decantase por Moscú. Y esa decisión entrañaba, en su opinión, un riesgo para el futuro y la independencia de Ucrania. Poco después comenzaron las manifestaciones. «Eran las 10 de la noche cuando el famoso periodista Mustafa Naim llamó a la protesta en la red social Facebook. El primer día no hubo mucha afluencia. Tras la decepción después de la Revolución Naranja pocos creían en los políticos», explica Ihor.
«El 1 de diciembre todo Kiev y toda Ucrania se levantaron. No se trataba sólo de unirse a la UE, sino también de la dignidad humana y de nuestros derechos»
Ihor Poshyvailo
Historiador y director del Museo de la Revolución de la Dignidad
De la protesta a la revolución
Julia Smirnova estaba en la Ópera viendo una obra sobre el Holodomor. Tenía 30 años y se había casado un mes antes. La situación política en su país le disgustaba, estaba cansada de la corrupción y la «arbitrariedad de las autoridades». Esa noche unos amigos le enviaron un SMS para que se dirigieran a Maidán después de la publicación de Mustafa Naim en redes sociales.
Julia no quería ir, ya habían salido a protestar antes y nada habían conseguido. Su marido insistió. «La gente recién se estaba reuniendo. Nuestros conocidos llevaban consigo las banderas de la Unión Europea y la bandera de Ucrania. Comenzaron a gritar '¡Ucrania con Europa!'. El ambiente era muy positivo», recuerda la mujer. Los ucranianos querían una respuesta, una explicación. Pero el Gobierno calló y «reforzó el cordón policial», afirma Julia.
Taras Kovalyk era un joven de 23 años. No estaba involucrado en cuestiones políticas. En esa época se preocupaba por su carrera profesional, el futuro y hasta había pensado en emigrar a otro lugar. Como Julia, Taras no creía que nada fuese a cambiar por manifestarse. Sin embargo, decidió seguir a sus compañeros y también acudió a la Plaza central de Kiev. En esa congregación de personas, comenzó a «construirse una esperanza», admite.



La noche del 30 de noviembre la policía cargó contra los estudiantes que estaban en la Plaza. La violencia contra los jóvenes detonó la apatía política en la que estaban instalados los ucranianos. Fue un golpe al honor de la ciudadanía. Una humillación. Nadie comprendió entonces, ni ahora, por qué se tomó la decisión de atacar a los muchachos en lugar de dispersarlos. Los que estaba allí querían una «vida digna» y que el Gobierno «no intimidara a la gente», relata Julia. Ese episodio de brutalidad, tan solo nueve días después del inicio de las primeras concentraciones, transformó el Euromaidán en la Revolución de la Dignidad. «El 1 de diciembre todo Kiev y toda Ucrania se levantaron. No se trataba sólo de unirse a la UE, sino también de la dignidad humana y de nuestros derechos», afirma Ihor Poshyvailo.
Las concentraciones se volvieron masivas. Maidán era una Ágora. Había conciertos, talleres, clases de historia. Poetas, artistas, músicos políticos, incluso extranjeros, daban apoyo a los que exigían la dimisión del presidente Yanukovich. Sin embargo, la primera golpiza había sido una seria advertencia. Para Taras fue un punto de inflexión. Percibió que era el comienzo y debía estar preparado para luchar. «En aquel momento me sentí directamente amenazado por primera vez». Junto a otros decidió organizarse y pasó a formar parte de las «autodefensa del Maidán» –grupos de opositores al Gobierno de Yanukovich, entre los que había personas con ideas nacionalistas y de extrema derecha–. Su misión, afirma, era proteger a los manifestantes que «pacíficamente» mostraban su desacuerdo con el rumbo impuesto al país. Se conformaron como una especie de fuerza de defensa civil en grupos de cien. Luchaban con piedras, con palos, tenían escudos artesanales y fabricaron cócteles molotov. Las feroces batallas urbanas irrumpirían en el Maidán pronto.
![Imagen - «Yo los enfrenté [a los agentes de la Berkut] y después perdí el conocimiento»](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/internacional/2023/11/19/julia-U10055127424TOb-170x170@abc.jpg)
«Yo los enfrenté [a los agentes de la Berkut] y después perdí el conocimiento»
Julia Smirnova
Durante las jornadas del 11 y el 12 de diciembre Julia sufrió la represión de la Berkut (antiguas unidades de la policía especial). Ella, junto a otros activistas, intentaba sostener las barricadas, cuando les lanzaron gases lacrimógenos. «Yo los enfrenté [a los agentes de la Berkut] y después perdí el conocimiento».
Febrero de muerte
La tensión crecía. Enero de 2014 volvió a ser un mes complicado. El gobierno quería prohibir las protestas y considerar a los manifestantes criminales ante la ley. Los que participaban debían tener cuidado, no era seguro para ellos andar por las calles. «Siempre salíamos en grupos de 5 o 6. Secuestraban gente y los golpeaban. Nosotros perdimos el contacto con muchos. Nunca encontramos a esas personas», explica Taras.
El padre de Andriy Kulchytskyi y el marido de Natalia Boykiv fueron asesinados en la Revolución de la Dignidad. Me encuentro con ellos en días diferentes, pero es el mismo lugar. Una pequeña capilla junto a un monumento que conmemora a los más de 100 fallecidos durante aquel febrero fatal.
Andriy Kulchytskyi sentía que ya estaba luchando contra Moscú en 2014. Ahora sigue en ese mismo combate como militar en activo. Habla con un tono bajo y el ritmo de la conversación es pausado. Él y su familia eran opositores al Partido Comunista desde los tiempos soviéticos. Padre e hijo participaron juntos en la Revolución de la Dignidad.
Volodímir Kulchytskyi acudía casi todos los días a Maidán y solía cocinar para los jóvenes que se habían instalado allí. El 18 de febrero de 2014 recibió dos disparos –con balas de 12 milímetros– mientras defendía una barricada. «El hombre que disparó a mi padre estaba usando una escopeta automática y la bala le atravesó el corazón y la columna. No necesitaba una segunda bala. Disparó a matar». Andriy también estaba en la plaza, pero no sabía lo que acababa de pasar. Cuando Volodímir fue trasladado al hospital improvisado de la casa de los Sindicatos, «el doctor dijo que ya no se podía hacer nada por él», relata el soldado.
«El hombre que disparó a mi padre estaba usando una escopeta automática y la bala le atravesó el corazón y la columna. No necesitaba una segunda bala. Disparó a matar»
Andriy Kulchytskyi
El marido de Natalia se estremeció a finales de enero mientras estaba en las concentraciones: «Me asusté, tengo miedo», le confesó Boris Boykiv a su esposa. Habían matado a un hombre ese día. Natalia dice que Boris se avergonzó de sentir temor y decidió seguir protestado a pesar de los riesgos. El 18 de febrero Boris le dijo a Natalia: «Estaré aquí hasta el final». «Yo estaba en casa ese día, viendo las noticias, no había luces allí, el metro y el transporte público no funcionaban». Natalia se trasladó en coche hacia el epicentro de la protesta. Durante 30 minutos intentó contactar con Boris. No hubo respuesta. Nadie tenía información sobre el paradero de su marido. Lo encontró cinco días más tarde en una morgue.
Volodímir Kulchytskyi y Boris Boykiv son dos de las vidas segadas en la Revolución de la Dignidad. Más de cien murieron durante aquel febrero. La sociedad ucraniana los considera las primeras víctimas de la agresión de Rusia contra Ucrania.
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