Pinchos con orina y otras trampas que aterraban a los soldados de EE.UU. en Vietnam

Desde sencillos explosivos enterrados en la tierra hasta bolas de pinchos que llovían de los árboles; el Vietcong fue, cuanto menos, imaginativo a la hora de generar el caos en el ejército norteamericano

Infografía que muestra una de las trampas utilizadas por el Vietcong ABC

La guerra de Vietnam, poco famosa entre nuestras fronteras, no provocó solo las pesadillas de los soldados norteamericanos. A mujeres ya vetustas como Shirley Purcell , enfermera recuperada para el servicio activo durante los años del conflicto, también les arrebató el privilegio del descanso ... nocturno. En testimonios posteriores, la sanitaria se estremeció al recordar el pésimo estado en el que había quedado un militar –un chaval de veinte años, más bien– después de pisar una ‘Betty saltarina’; un tipo de mina antipersonal que, tras ser detonada, se elevaba noventa centímetros sobre el suelo antes de reventar y esparcir su letal carga entre los enemigos del Vietcong :

«Aquel hombre había quedado literalmente partido por la mitad: de las rodillas hasta arriba, desde justo debajo de las costillas hacia abajo. Era como carne picada. Los órganos internos estaban hechos picadillo, pero las piernas estaban perfectas, allí en la litera, y los brazos, la mano y el torso estaban perfectos, y su mente, muy despierta aún. Miraba hacia arriba, hacia nosotros. El sentimiento que se impuso en toda la unidad, con aquel joven en la sala de emergencias muriéndose porque no había absolutamente nada que pudiéramos hacer por él, no se parecía a nada que hubiésemos vivido nunca. Era sentir una inutilidad total, una desesperación total».

La buena de Shirley, que jamás había bebido un solo chupito, se marchó de Vietnam acompañada de una profunda afición al vodka con naranja que servían en la sala de oficiales de Chu Lai. Aquel brebaje era lo único que le ayudaba a paliar el shock de las heridas que veía a diario en el hospital. La mayor parte de ellas, por cierto, no provocadas por las balas, sino por la ingente cantidad de trampas que el Vietcong ubicaba en caminos y arboledas para diezmar el número y los ánimos del ejército estadounidense. Muchas de ellas complejas, pero, otras tantas, simples granadas atadas a un cordel o sencillas estacas de bambú cubiertas de excrementos que buscaban provocar heridas e infecciones .

Aviones a 1 Skyraiders americanos bombardean zonas ocupadas por fuerzas del Vietcong ABC

El recuento habla por sí solo: a lo largo de 1967, las trampas provocaron la friolera de 4.300 bajas en el ejército estadounidense y, al año siguiente, aumentaron hasta casi las 6.000. Y eso a pesar de que, como explicó el alto mando norteamericano poco después, las cifras eran conservadoras en extremo para no desmoralizar todavía más a la tropa. «Es probable que no se hayan contado muchos incidentes con minas y trampas explosivas. Varias divisiones han informado de que, hasta ahora, aproximadamente la mitad de sus bajas son causadas por este tipo de artefactos», desvelaron desde el Estado Mayor.

Y, por si los datos generales no son capaces de evocar la hecatombe que produjeron las trampas en el seno del ejército estadounidense, el historiador Max Hastings ofrece una visión mucho más cercana en una de sus últimas obras, ‘ La guerra de Vietnam ’. En sus palabras, los integrantes de una compañía de marines comunicaron la pérdida de « cincuenta y siete piernas por efecto de las minas y las trampas explosivas» en menos de dos meses. « Según la amarga cuenta de un oficial, esto equivalía a casi una pierna al día », añade. De hecho, era tan habitual dejarse miembros en el campo de batalla que los soldados mataban el tiempo discutiendo qué parte del cuerpo preferían perder…

Extraña guerra

La guerra de Vietnam desangró en todos los sentidos a los Estados Unidos. A nivel militar así lo avalan los 58.000 americanos que se dejaron la vida combatiendo contra el comunismo en la región. Otro tanto sucedió con los gobiernos de Lyndon B. Johnson y el ya de por sí impopular Richard Nixon . Para ambos, el peso de aquella ingente cantidad de fallecidos terminó convirtiéndose en su ataúd político. Porque, a pesar de lo que los yanquis creían, en aquel país del Sudeste Asiático un guerrillero en sandalias y armado con un AK-47 podía ser tan letal como un militar entrenado en la academia de West Point.

¿Por qué recorrer miles de kilómetros para participar en una contienda destinada al desastre? Porque, para los Estados Unidos, la de Vietnam no era una guerra más. El gobierno de Johnson entendía que era vital detener el avance del comunismo por medio mundo. De hecho, el presidente era uno de los defensores de la llamada ‘ teoría del dominó ’: la tesis de que, si esta ideología se extendía de la mano de Ho Chi Minh , terminaría por contagiar a otras regiones cercanas y llegar hasta Japón. Así lo confirmó el periodista de la época A. J. Langguth en uno de sus muchos textos:

«Había varias zonas en el mundo en las que no se podía permitir el triunfo del comunismo, ya que significaría la muerte de la civilización occidental. Y, para los EE.UU., Vietnam del Sur era una de esas zonas».

Helicóptero H1N1, uno de los modelos más famosos de Vietnam ABC

Entre 1961 y 1973, los años en los que Estados Unidos apoyó con asesores y soldados a las tropas de Vietnam del Sur, los cruentos combates contra los guerrilleros comunistas del Vietcong se convirtieron en algo habitual. Los historiadores coinciden en que, cuando los norteamericanos enviaron a sus tropas a territorio vietnamita, creían que contaban con el ejército más poderoso del mundo. Su máxima era que, a base de un enfrentamiento de desgaste, el enemigo alzaría la bandera blanca y la lucha terminaría sin esfuerzo. Como bien demostró el tiempo, la potencia vencedora de la Segunda Guerra Mundial no podía estar más equivocada, pues su enemigo se valió de todas las armas a su disposición para convertir el día a día en una pesadilla.

Trampas explosivas

Gordon S. Wise , de tan solo veinte años, fue el primer soldado estadounidense en fallecer en batalla en Vietnam, y fue por culpa de una trampa explosiva. La última carta que envió a su familia antes de dejar este mundo habla por sí misma: «Supongo que has escuchado lo que me pasó. Para abreviar, estaba caminando con mi pelotón el 6 de agosto alrededor de las 10 de la mañana y pisé una trampa explosiva. Era una mina que se accionaba por presión, por lo que se camuflaba fácilmente y era difícil de detectar. Perdí la mayor parte de mi pierna y mi mano izquierdas. Escribiré en cuanto me sea posible». No pudo hacerlo más.

Wise fue víctima de las trampas explosivas, las más habituales, según afirma la doctora en Historia y Premio Nacional de Defensa, Raquel Barrios Ramos , en ‘Breve historia de la Guerra de Vietnam’ . La experta es partidaria de que lo normal es que estos ingenios fueran fruto de la improvisación. «Las granadas atadas a un simple alambre fueron muy utilizadas. Estaban colocadas normalmente en medio del sendero con la intención de que el enemigo se tropezase con ellas, lo que obligaba a caminar con sumo cuidado», incide. Había varias formas de evitarlas. A veces, por mera suerte, no estallaban. En otras tantas ocasiones, si un soldado veía el cable de activación, podía arrojar algo contra el extremo cargado para tratar de que saltara por los aires antes de provocar una desgracia.

Existían una infinidad de modalidades de esta trampa. En palabras de Barrios, unas de las más temidas eran las que el Vietcong solía ubicar en las entradas de las viviendas . «Se tenía especial temor a las granadas que se colocaban en los arcos de bambú sobre los senderos con el alambre fijado al suelo». Eran muy difíciles de detectar y su explosión podía convertirse en letal. Además, si no mataban, podían amputar miembros o desfigurar el rostro de los combatientes. Entre las peor recordadas se hallan también las ‘ revienta cráneos ’ o ‘ revienta dedos ’, las cuales, tras ser pisadas, lanzaban una bala explosiva hacia la cabeza o los pies de la víctima.

Por su parte, Hastings explica que las más molestas de todas eran las trampas explosivas que el Vietcong enterraba a poca profundidad. Incluso si un técnico avispado se percataba del lugar exacto en el que estaban y conseguía levantar la tierra a su alrededor sin detonarla, era casi imposible desactivarlas. «Era necesario inhibir la espoleta y la cápsula explosiva con suma precisión, a menos de dos centímetros y medio del fulminante; un descuido era fatal». Aunque tampoco olvida a las ‘ Betty saltarinas ’ y los tres ‘pulsadores’ que las activaban. El ingeniero de combate Harold Bryan trabajó durante una hora con un hombre que había pisado una sin hacerla explotar. Al final, decidió que lo mejor era atar una cuerda alrededor del desdichado y tirar de él. El vuelo, en efecto, palió los daños.

No hay que olvidar las minas , capaces de destruir un blindado de improviso. «Se les tenía tanto miedo que el fondo del vehículo se cubría con sacos y sus ocupantes viajaban subidos en la parte más alta del mismo, hecho que aprovechó el Vietcong para colgar una hilera de granadas entre dos palos a través de la carretera», añade la experta española. Los helicópteros fueron también víctimas del ingenio comunista: los guerrilleros solían colocar explosivos en las zonas habituales de aterrizaje, unirlos con cables detonadores… y esperar los fuegos artificiales. Y la realidad es que fueron efectivos en extremo.

Lo más doloroso es que una buena parte de estas trampas eran fabricadas con los explosivos que el Vietcong robaba a los norteamericanos. Por propia experiencia, los soldados afirmaban que los proyectiles de mortero de 60 milímetros tenían la capacidad de arrancar un pie; los de 81 milímetros podían destrozar una pierna y, por último, los de 105 milímetros volatilizaban a la víctima de inmediato por debajo de la cintura. En cualquier caso, la realidad es que las repercusiones fueron letales para los combatientes, como bien dejó por escrito el jefe de Investigación y Desarrollo del Ejército de los EE.UU.: «Los incidentes con trampas y minas son una fuente importante de bajas. El equipo para detectarlas tiene un valor limitado».

Trampas imaginativas

Si las explosivas fueron las más habituales, aquellas que se hicieron más famosas fueron las ‘ punji ’ (‘ estacas ’). Barrios las define como trampas elaboradas mediante bastones de bambú cuya punta se afilaba para atravesar al enemigo de lado a lado. Esas letales varas eran el corazón de la bestia, pero, a partir de ahí, la imaginación del Vietcong volaba.

Una de las ‘punji’ más populares era la del ‘ falso piso ’, y lo cierto es que llamaba la atención por su simplicidad. Consistía en excavar un hoyo en el suelo, llenarlo de estacas cuyas puntas miraban hacia el cielo y taparlo mediante vegetación. Cuando el soldado, incauto, caminaba a través de la selva y pisaba en el hueco, se clavaba toda aquella sinfonía de púas. Más allá del dolor que generaban, también podían provocar infecciones o enfermedades debido a que los guerrilleros las impregnaban de excrementos u orina.

Una evolución de esta era el ‘ puente sobre estacas ’. «Una tabla que hacía las veces de puente se cortaba por la mitad y se volvía a ensamblar pero sin sujeción. Cuando el soldado estadounidense lo atravesaba, el peso de su cuerpo y de su equipo hacían caer las dos tablas y con ellas caía la víctima que quedaba empalada», añade la autora española. Las dos últimas eran ‘ el látigo ’ (que atravesaba de forma horizontal al soldado a la altura del estómago) o ‘ el péndulo ’ (una bola con pinchos que, cuando se activaba, caía de un árbol y golpeaba a los desdichados).

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