La monumental (y olvidada) biblioteca de Córdoba que arrasaron los musulmanes radicales en la Edad Media
A mediados del siglo X, el Califato Omeya alcanzó su máximo esplendor cultural y urbanístico, hasta el extremo de que el geógrafo Ibn Hawqal la comparó con Bagdad o Constantinopla, por entonces las mayores urbes conocidas

El proceso histórico que hoy se designa como Reconquista , llamado Restauración en algunas de las crónicas medievales, se alargó durante ocho siglos de cambios constantes y vaivenes de toda índole. De ahí lo incongruente de intentar extraer una imagen fija, cristianos fanáticos, ... musulmanes tolerantes, para englobar ochocientos años de luchas internas y externas.
No es lo mismo hablar de tolerancia en la época del Califato que hacerlo tras las invasiones que se produjeron en el siglo XI de radicales religiosos procedentes del Norte de África . Porque, ciertamente, durante la primera fase de la conquista de la Península, cuando el débil y dividido territorio visigodo fue arrasado por 7.000 guerreros bereberes y 5.000 árabes, se incentivó la conversión de la mayoría de la población local al Islam como parte de un juego de palos y zanahorias.
Como cuenta el doctor Juan Abellán Pérez en el libro coordinado por Vicente Ángel Álvarez Palenzuela «Historia de España de la Edad Media» (Ariel), los jefes visigodos recibieron distintos tratos en función a si durante la conquista habían ejercido oposición o no. A los hostiles se les exigió sumisión total al Islam (sulh), mientras a los que no se resistieron únicamente se les reclamó respeto a la autoridad política (‘ahd).

No en vano, y tal vez esta es la base del mito de la buena vecindad entre religiones, en ambos casos se garantizó su vida y sus creencias a cambio de pagar un impuesto personal o capitación en metálico (yizya), aparte de la contribución territorial en especie (jaray) , que debían pagar incluso si optaban por convertirse a la fe de los conquistadores. También las posesiones de la Iglesia fueron respetadas en este tipo de pactos que primaron el pragmatismo por encima de los dogmas religiosos :
«Que no se confiscarán sus propiedades ni serán esclavizados. Que no serán separados de sus mujeres e hijos, ni serán asesinados. Que no serán quemadas sus iglesias ni expoliados los objetos de culto que contienen. Que no serán discriminados ni aborrecidos por sus creencias religiosas».
Las élites gobernantes se plegaron a tolerar, con importantes limitaciones legales, eso sí, a judíos y cristianos con tal de asimilar a la población local, no obstante, el paso de los siglos vivió distintos episodios de fanatismo y apagó por momentos el gran esplendor cultural que Córdoba irradió por toda la Península.
La capital de la cultura
Con la invasión musulmana de 711, Córdoba se convirtió en capital del Califato Omeya de Occidente, época en la que alcanzó su mayor apogeo con una de las poblaciones más elevadas del mundo. Durante el gobierno de Abderramán I , se iniciaron las obras de la Gran Mezquita de Córdoba (completada en el siglo X) que, junto a la universidad y la biblioteca pública, elevaron a la ciudad a epicentro del mundo musulmán en Occidente. Por toda la urbe se extendían palacios, entre ellos Al-Zahra (Medina Azahara), a las afueras de Córdoba y la población alcanzó un alto nivel de vida.
La biblioteca de al-Hakam II estaba formado por una colección de entre veinte mil y cuarenta mil volúmenes establecida en el complejo de Madinat al Zahra, un palacio construido con columnas de mármol verde y rosa de Cartago y materiales procedentes de toda Asia
A mediados del siglo X, el Califato Omeya alcanzó su máximo esplendor cultural y urbanístico, hasta el extremo de que el geógrafo Ibn Hawqal la comparó con Bagdad o Constantinopla, por entonces las mayores urbes conocidas. Medina Azahara, un palacio construido con columnas de mármol verde y rosa de Cartago y materiales procedentes de toda Asia, era el máximo exponente de esta cultura.
En su biblioteca se congregaba una colección de entre veinte mil y cuarenta mil volúmenes. El catálogo de este centro del saber mundial incluía las principales obras que se habían escrito sobre matemáticas, medicina, filosofía, astronomía y literatura en griego y árabe. Desde Aristóteles, Platón, Galeno, Ptolomeo a los comentarios de Al-Kindi, Al-Farabi o Avicena; la biblioteca preservaba los grandes saberes de la Antiguedad y congregaba a su alrededor a los más destacados filósofos judíos, árabes y andalusis.
No fueron, como cabría imaginar, los cristianos quienes pusieron fin a este patrimonio, sino los propios musulmanes. A instancias de los ulemas malikíes (los estudiosos de la tradición islámica), el caudillo Almanzor ordenó una vez alcanzó el poder quemar buena parte de esta biblioteca por atentar contra los preceptos del Corán. Los ulemas prendieron fuego a obras que, en muchos casos, eran los únicos ejemplares existentes.
Palacios y bibliotecas saqueadas
La biblioteca sería también saqueada por almorávides y almohades años después. Estos dos grupos de radicales llegados de fuera de la Península hicieron de la revitalización de la ortodoxia islámica su bandera y aumentaron un par de grados la tensión religiosa. Los sucesivos ataques y los incendios terminaron con el esplendor de esta biblioteca y del palacio en sí.
Almanzor y sus descendientes descuidaron el mantenimiento de Medina Azahara en favor su propio proyecto monumental, Medinat al Zahira , la «ciudad resplandeciente», ubicado en las cercanías de Córdoba y elevado como nuevo centro administrativo y cultural en la urbe.

Hoy en día se conocen pocos datos del palacio de Almanzor, pues en 1009 fue completamente destruido, fuentes y muros incluidos, con tanta violencia que ni siquiera es posible saber con seguridad la ubicación de la ciudad. Las guerras intestinas entre el Omeya Muhammad al Mahdi , que derrocó al califa Hisham, y los descendientes de Almanzor propicio la pérdida de esta palacio que algunos estiman de un tamaño y esplendor incluso superior al de Medina Azahara. Borrar del mapa cualquier rastro de su existencia fue una forma de damnatio memoriae contra el caudillo y su dinastía.
A partir de la muerte de Almanzor , Córdoba entró en un lento proceso de decadencia y se sucedieron las disputas por el poder, cuyos actos de pillaje degradaron los grandes monumentos omeyas. Para cuando Fernando III de Castilla llamó a su puerta, en 1236, Córdoba ocupaba un lugar secundario en la escena musulmana de la Península.
Su pérdida, en cualquier caso, aceleró la descomposición política del territorio musulmán. Jaén y Sevilla pasaron a manos cristianas pocos años después. En cuestión de un siglo, Granada se convirtió en una isla musulmana rodeada por un océano cristiano.
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