Miles de años buscando extraterrestres, entre las dudas sobre la construcción de las pirámides de Egipto
La idea de que existe vida inteligente más allá de la Tierra ha sido defendida por miles de civilizaciones a lo largo de la historia, desde los babilonios y los mayas hasta el siglo XX

«¿ Que si hay vida extraterrestre? Sí, pero es muy probable que no sea inteligente y que no esté a la distancia adecuada para que establezcamos contacto», comentaba a ABC el investigador del Centro de Astrobiología CSIC-INTA, Carlos Briones , en septiembre. Es ... el eterno dilema de siempre, la pregunta que el hombre se ha estado haciendo desde hace miles de años sin que jamás se haya encontrado una respuesta. Solo hipótesis de lo más variadas, alimentadas en ocasiones por las películas de ciencia ficción y los programas de televisión de pseudociencia.
Desde hace algunos años, incluso, se cree que los extraterrestres construyeron grandes monumentos funerarios como las pirámides de Egipto o los moáis de la Isla de Pascua . Es la 'hipótesis de los antiguos astronautas', que sostiene que los humanos somos descendientes de seres de otros planetas que nos visitaron en la Antigüedad. Eso explicaría, según ellos, que ciertos relatos religiosos hablen de «seres venidos del cielo», pero lo cierto es que la creencia de la existencia de alienígenas ha evolucionado mucho a lo largo de la historia.
El primer gran impacto sobre este tema a escala global fue provocado por la publicación, en 1686, de ‘Entretiens sur la pluralité des mondes’ (‘Entrevistas sobre la pluralidad de mundos’), escrito por Bernard le Bovier de Fontenelle . En su libro describía las supuestas formas de vida que había en la Luna y en otros planetas, basándose en la teoría de los vórtices de Descartes. «Si las estrellas fijas son soles y nuestro Sol el centro de un vórtice que gira en su torno, ¿por qué no puede ser cada estrella fija el centro de un vórtice que gira alrededor de las estrellas fijas? Si nuestro Sol ilumina a los planetas, ¿por qué no puede cada estrella fija tener planetas a los que dar luz?», se preguntaba el filósofo francés.
Un siglo más tarde, su éxito fue superado por las publicaciones del astrónomo Camille Flammarion , tales como ‘Las tierras del cielo’ (1877), con las que se convirtió en un defensor a ultranza de la pluralidad de los mundos habitados. «La vida se desarrolla sin final en el espacio y en el tiempo. Es universal y eterna, pues llena el infinito con sus armonías y reinará durante toda la eternidad», aseguraba en su ensayo. Y un impacto similar tuvo Percival Lowell , en Estados Unidos, con su libro ‘Marte’, publicado en 1895, donde propuso que los famosos canales que varios astrónomos vieron sobre la superficie del planeta rojo eran obra de una supercivilización marciana.
De los griegos a Arecibo
A finales del siglo XIX, incluso, hubo varios intentos de que nos comunicáramos con los marcianos. Fue entonces cuando surgieron numerosas obras de ficción como ‘La guerra de los mundos’ (1898), de H. G. Wells . Todo ello, por no hablar del mensaje enviado en 1974 por el gigantesco radiotelescopio de Arecibo, el primero dirigido a otros mundos. «Tenemos ahora, por vez primera, los instrumentos necesarios para establecer contactos con civilizaciones en los planetas de otras estrellas», anunció Carl Sagan , popular astrónomo y divulgador científico de Estados Unidos, sobre aquella llamada que contenía información sobre la situación del Sistema Solar, de nuestro planeta y del ser humano.
Algunos pueblos de la Antigüedad, como los babilonios, egipcios, chinos y mayas , ya compartieron esta idea, emparentada con la explicación sobre el origen de la vida en la Tierra. Anaximandro, el filósofo griego del siglo VI a. C., ya propuso la existencia de una serie infinita de mundos que evolucionaron y acabaron siendo destruidos, lo que llevó a nuestro planeta a ocupar el centro del Universo. Poco después, Anaxagoras señaló que una serie de gérmenes procedentes del espacio exterior había dado lugar a la vida. Esta hipótesis sentó las bases de la teoría de la panspermia, una corriente que propone que la vida existe en todo el Universo distribuida por polvo espacial, meteoritos, asteroides y cometas.
El pensamiento humano se dividió entonces en varias escuelas. Una de ellas fue la de los atomistas, que sostenían que el universo era infinito y contaba con infinitos planetas habitables. En los tiempos de la República de Roma, Lucrecio fue el principal representante, cuya filosofía se resumía en la siguiente frase: «Es muy improbable que esta tierra y este cielo sea la única cosa que ha sido creada. Nada en el universo es lo único que ha sido creado. Uno, por tanto, está forzado a reconocer que en otras regiones hay otras tierras y diversas clases de hombres y animales ». Pero aunque había corrientes opuestas, como la de Epicuro, que entendía al universo como un sistema unitario y finito para no admitir la existencia de otros mundos, la creencia siguió viva. En los siglos I y II, por ejemplo, Plutarco y Luciano de Samósata fueron los primeros en especular sobre los viajes a la Luna y el encuentro con vida extraterrestre.
Edad Media
El judio Maimonides , uno de los mayores estudiosos de la Torá, defendió en el siglo XII que si la Tierra no era más que un punto comparado con la esfera de las estrellas fijas, la especie humana debía conservar la misma relación con respecto a todos los seres que pueblan el Universo. La creencia de que existía vida extraterrestres superó, por lo tanto, la caída del Imperio Romano, las invasiones bárbaras y el omnipresente poder de la Iglesia católica durante la Edad Media.
Esta última razón le obligó a sortear el problema de cómo reconciliar la revelación divina expresada en la Biblia con las ideas científicas. Ello se debe a la teoría predominante de que todos los seres humanos descendían de Adán y Eva, lo que anulaba de inmediato toda hipótesis sobre la existencia de otros mundos habitados. Sin embargo, dicha teoría fue calando y provocando cambios en algunos sectores de la Iglesia, basándose en los mismos principios religiosos. En el siglo XIII, por ejemplo, el filósofo escolástico John Buridan señaló que la omnipotencia divina no podía tener límites, de manera que Dios pudo construir otros mundos con diferentes elementos y leyes.
Un paso más importante dio el cardenal Nicolás di Cusa , en 1440, con su libro ‘De docta ignorantia’, donde apoyaba decididamente la existencia de otros planetas con vida, bajo la idea de que el universo era infinitamente grande y no había diferencia entre la materia terrestre y la celeste. Henry Moore , por su parte, aplicó el principio de la plenitud –según el cual, las condiciones que condujeron a la vida en la Tierra son una fase más en la evolución química del universo– a la idea de un número infinito de planetas habitados, en su libro ‘An essay upon the Infinity of the Worlds’, publicado en 1646.
Marconi
A principios del siglo XX, contactar con extraterrestres fue uno de los usos propuestos por los creadores de los primeros sistemas inalámbricos. Guglielmo Marconi, uno de los creadores de la radio, creía que esa tecnología podía emplearse para comunicarse con los habitantes de Marte. Los esfuerzos alcanzaron, incluso, al Gobierno de Estados Unidos, que en agosto de 1924 declaró el Día Nacional de Silencio Radiofónico, con el objetivo de buscar señales de las estrellas. Para ello, pidió a los ciudadanos que durante 36 horas apagasen cada hora sus radios durante cinco minutos. La Casa Blanca quería evitar interferencias que ocultasen los posibles mensajes marcianos.
Puede que algún día la incógnita quede despejada… o no
El Ejecutivo parecía dar por hecho que, si tenemos en cuenta que hay alrededor de 200.000 millones de estrellas , y que en todo el universo hay un número similar de galaxias, las posibilidades de encontrar vida inteligente en otros planetas era muy alta. Por eso los humanos siguen buscándola. En 2015, se supo que el telescopio Kepler había detectado un oscurecimiento peculiar en el brillo de la estrella KIC 8462852, que el astrónomo de la Universidad Penn State, Jason Wright, asoció a una megainfraestructura creada por una civilización más avanzada que la humana, para aprovechar la energía de la estrella.
No es la primera vez que se produce una explicación así . Una de las más famosas fueron las extrañas señales detectadas en el verano de 1967. Jocelyn Bell, una estudiante de doctorado en la Universidad de Cambridge (Reino Unido), llevaba semanas observando el cielo con un gran radiotelescopio y acabó comprobando que aquella fuente vibraba con una velocidad más propia de una señal artificial que de un objeto natural conocido. Al final se comprobó que la señal provenía de una estrella de neutrones, un objeto desconocido hasta la fecha.
Y así seguimos. Puede que algún día la incógnita quede despejada… o no.
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