Muere la autora norteamericana Eudora Welty, gran retratista del alma humana
La vida de Eudora Welty, una extraordinaria retratista del alma humana a través de cuentos, novelas y fotografías ambientados en el sur de Estados Unidos, se apagó el lunes a causa de las complicaciones de una neumonía. Tenía 92 años y un talento para el relato corto que algunos equiparan al de Anton Chejov, aunque durante años fue minusvalorada como escritora costumbrista y rural.

Cuando el reconocimiento le llegó, ya bien entrada la madurez, lo recibió con la elegancia, el humor y la humildad que le eran característicos. «Mi deseo, en realidad mi pasión más constante, sería no señalar con el dedo para emitir un juicio, sino descorrer una cortina, esa sombra invisible que se desliza entre la gente, el velo de indiferencia hacia la presencia de los demás, hacia lo que piensan, hacia su mundo». Eso era lo que Eudora Welty pretendía conseguir con sus cuentos. Nacida en 1909, desde que terminó sus estudios universitarios vivió casi sin interrupción en la casa que su padre construyó en la localidad de Jackson, Mississippi, Estado sureño donde transcurren sus relatos y novelas.
En la casa de sus padres, los libros eran una devoción. No recuerda ningún momento de su vida (nunca se casó) en que no estuviera enamorada de los libros. Asidua lectora de la biblioteca Andrew Carnegie de Jackson, donde devoraba a razón de dos libros por día, el edificio fue reconstruido y rebautizado en su honor. Tras pasar por el Instituto dijo a sus padres que quería ser escritora, pero su padre la convenció para que estudiara una carrera para poder sobrevivir. Estudió publicidad en la Universidad de Columbia y durante seis meses trabajó en el suplemento de libros del «New York Times».
PASIÓN POR LA FOTOGRAFÍA
A comienzos de los años treinta, y en medio de la Gran Depresión, estaba de vuelta en su tierra natal, donde trabajó para el organismo federal Works Progress Organization, lo que le permitió viajar por todo Mississippi. Conmovida y fascinada por las personas con las que se encontraba, empezó a desarrollar una gran pasión por la fotografía. Sus colecciones de fotos, que ella misma revelaba en su cocina, han sido publicadas en delicados volúmenes que dan cuenta de su gran capacidad para la observación. En la formidable necrológica de una página entera que el «New York Times» le dedicó ayer a la autora de «Boda en el Delta», Albin Krebs recuerda que si no recibió el premio Nobel de Literatura fue por la falsa impresión de que no era más que una escritora costumbrista y porque sus ideas políticas no eran ostensibles, aunque su preocupación por el alma humana, por las relaciones entre las personas, la vida de las familias, bodas y funerales, tiñen toda su obra. Como la Rusia de Chejov, el Sur de Welty se convirtió en universal a fuerza de ser profundamente local, a fuerza de indagar en seres concretos, de ahí que la sitúen a la altura de Faulkner y McCullers.
Se pasó años enviando relatos a revistas sin mayor eco, aunque finalmente logró que le aceptaran en 1936 en una modesta publicación «Muerte de un viajante de comercio». Su primer libro, «Una cortina de verdor», lo publicó en 1941. A lo largo de 30 años sólo vendio 7.000 ejemplares, pero algunos de los cuentos incluidos en él han pasado a formar parte ineludible de muchas antologías, como el relato «Por qué vivo en una oficina de correos», que le incitó al especialista en informática Steven Dorner a bautizar su programa de correo electrónico Eudora en homenaje a la autora, que murió en el hospital baptista de Jackson de las complicaciones de una neumonía. Ganadora de un Pulitzer por su novela «La hija del optimista», a fines de 1998 confesó sentirse «emocionada y encantada», pues la prestigiosa Biblioteca de América publicaba por primera vez las obras completas de un autor vivo, rompiendo así uno de sus principios.
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