El Cock: cien años bebiéndose Madrid
Testigo privilegiado de nuestra manera de ser y estar en la barra, este mítico bar ha vivido el esplendor de los años 20, los bombardeos de la guerra y una segunda edad dorada. En sus mesas han compartido copas Buñuel, Almodóvar, Lorca, Sara Montiel, George Clooney...
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El bar Cock es mucho más que un bar. Y lo es ya cien años, desde que allá por los modernos veinte abriera sus puertas como el primero en España que era eminentemente un bar y no otra cosa. No era cafetería, no era mesón ... ni cervecería, no era tasca, no era pub ni taberna, no era botillería, no era un colmado. Era y es un bar, el primero en ser eso y nada más: un lugar para beber y compartir, conversar, ver y dejarse ver. El Cock era no solo un bar, sino el bar. Y en Madrid es, desde entonces y además, toda una institución.
A esa calle de la Reina en la que sigue hoy, se trasladaba en el año 1939 desde la que fue su primera ubicación, en la calle Concepción Arenal, donde se daba cita la escena literaria del momento. Fue en el 23 cuando comenzaron las obras y en el 24 cuando tiene lugar su inauguración, ese abrir sus puertas por vez primera. El mismo año en el que Primo de Rivera clausuraba el Ateneo de Madrid y el mismo en que desterraba a Unamuno tras despojarle de su cátedra. Un siglo hace ahora.
Emilio Saracha, su fundador, contrataría más tarde al mejor barman de toda la ciudad, Perico Chicote, que había lo había sido en el mítico hotel Savoy. Empezaba a estar de moda el 'cocktail' y el 'long drink' y desde Londres se trajeron ambos, tras visitar allá los mejores locales, la inspiración y las ideas para reproducir en pleno centro de Madrid aquellas decoraciones a la última.
Esa mezcla entre pub inglés y bar alemán sigue manteniéndose hoy en día, tal como entonces. Se cuenta que parte del mobiliario fue adquirido en Austria y Alemania; que la chimenea, el entarimado y las vigas fueron obra de artesanos madrileños. Las mesas y las sillas, las mismas que hoy siguen acogiendo a sus clientes, son diseño de Feduchi. Chicote (personalidad arrebatadora de la época, encantador y carismático) acabaría dejando el Cock para abrir su propio bar en San Sebastián, pero volvería a Madrid, montaría en Gran Vía el emblemático Chicote y, en 1945, acabaría adquiriendo el Cock.
Así, el Chicote y el Cock, quedarían unidos (o separados) por un pasadizo, dándose la espalda desde entonces, en discreta conexión entre la exhibición del uno y la discreción del otro. El primero, el bar de referencia para su dueño; el segundo, su capricho, su amor oculto. Ese donde los empresarios, los políticos, los músicos, los artistas, los aristócratas y los escritores, pero también los noctámbulos anónimos y los del buen beber, encontraban la intimidad y la discreción que ansiaban. El todo Madrid se daba cita allí.
«El Cock ha visto el esplendor de los veinte y soportado los bombardeos de la guerra», apunta Javier Rioyo, periodista y cineasta, fiel al Cock y testigo directo de sus últimas décadas, que ultima los detalles de su próximo documental: uno precisamente sobre este local centenario y que promete contar en profundidad su historia, la de un lugar esencial del Madrid del último siglo. «Una biografía de nuestra manera de ser, de estar en la barra, de conseguir una mesa, de participar en la vida interior de una ciudad».
«Una biografía de nuestra manera de ser, de estar en la barra, de conseguir una mesa, de participar en la vida interior de una ciudad»
Javier Rioyo, periodista y cineasta
Y es que la historia del Cock merece ser contada, y nadie mejor que Rioyo para hacerlo. «El Cock vivió la república y superó la posguerra», cuenta entusiasmado. «Fue refugio de franquistas y espacio de liberales. Este lugar ha visto cambiar la vida y la ciudad. Podríamos decir que el Cock ha tenido tres vidas: la primera de ellas, la del bar moderno y diferente a todo lo que se había visto hasta entonces, el primer bar con todas las letras en este país. A partir del 1945, con Chicote a los mandos, discreto y tranquilo, se reordena el espacio y se separan con biombos las mesas, para dotar de mayor intimidad, y se instalan timbres para avisar a los camareros. Timbres que, por cierto, aún permanecen ahí». Es la época del discreto esplendor, la de los Mihura y los Herrero, de Neville, de Conchita Montes, Dominguín, Ava Gardner o Buñuel. «Eran los años de un régimen cerrado, pero permisivo con los vividores poderosos», dice Rioyo.
Al borde del cierre
Por entonces pasaría a llamarse El gallo rojo, porque era obligatorio el uso del español en los nombres de bares y tiendas. Y así se llamaría hasta los años setenta, cuando ya Cock de nuevo, decadente y mortecino, ajado club inglés casi vacío, segunda y triste vida, ve peligrar su supervivencia tras la lenta decadencia. Y ya en los 80, en plena ebullición de la movida madrileña, unos nuevos dueños supieron entender su historia y salvaguardarla: Pachi Ferrer, el coleccionista de arte Antonio Fernández de Castro, Joaquín Santos, Fernando Valero y José Astiárraga (tres de ellos se acabarían retirando, fallecerá Fernández de Castro y entrará en escena Teresa Nieto). Astiárraga, que venía de trabajar en el cine (con Almodóvar, en 'Entre Tinieblas') y volvía de Nueva York, es recibido con un proyecto al que no se podrá resistir.
Y renace el Cock. «Pachi es quien origina todo», cuenta Astiárraga. «Ella tenía experiencia en restaurantes y conocía a todo el mundo. Me llevó un día a verlo, porque quería convencerme de que me uniera a ella. Llevaba por entonces más de dos años cerrado, y al abrir aquella puerta y ver el bar, tal y como había sido pero cubierto de polvo, como si se hubiese parado allí el tiempo, le dije: 'Esto no es un bar, Pachi: es el bar'. Y ahí empieza la andadura. Me iba a quedar un año o dos y llevo ya cuarenta».

El Cock ha sido refugio de artistas, testigo de disputas, cómplice de discretos romances. Custodio de jugosas anécdotas. Desde la de un George Clooney que, cuando le dijeron el nombre del bar, no quería ir pensando que era un local gay (luego volvería varias veces para quedarse en la barra, charlando amigablemente con clientes y camareros) a la de una Jodie Foster pidiendo un bocadillo de jamón (en el Cock no hay comida, pero se lo consiguieron), o Naomi Watts bailando por la sala antes de ser avisada discretamente por Pachi de que aquello no era un dancing. «Por aquí ha desfilado todo el que es alguien», apunta Rioyo. «Aquí han bebido de Buñuel a Almodóvar, de Solana a Barceló, Francis Bacon, Lorca, Vargas Llosa, Sara Montiel o Penélope Cruz, Palacios o Moneo, Azaña y Felipe VI, González Ruano, Raúl del Pozo, Antonio Banderas, Francis Bacon, los hermanos Cohen, Sharon Stone o Harrison Ford». Astiárraga cuenta, divertido, que «la noche de la boda de los actuales reyes, si llega a pasar algo aquí, cae una bomba o sucede algo, dejamos a Europa entera sin realeza. Fue impresionante».
Un pasadizo secreto
Y en sus entrañas, en el sótano de este templo del beber (y el disfrutar bebiendo), permanece aun hoy el mítico pasadizo del Cock, ese que le une todavía con el bar de Gran Vía. «Algunos creen que era por la chimenea por donde se unían», ríe José Astiárraga, «pero no. Los dos locales se comunican por el sótano y allí es donde Perico Chicote tenía su bar particular, donde invitaba y recibía a los amigos, y donde tenía su famosa colección de botellas».
Colección que compró Rumasa y tuvo expuesta hasta su expropiación, momento en que las botellas fueron subastadas y pasaron a manos de un particular, perdiéndose su pista. «Ahí es donde él bebía con su gente y luego, si había alguien importante en uno de los bares y le esperaban en la puerta los fotógrafos o no quería ser visto, pues él le facilitaba salir a escondidas por la calle Reina. Este era el verdadero reservado, aquí solo entraba quien Chicote quería».
Hoy la clientela es más joven y acuden muchos turistas. Siguen sin faltar a la cita los amigos y algunos de los de siempre. «Pero es que hubo momentos», cuenta el dueño, «en que entrabas al Cock y en todas las mesas había gente conocida».
Hoy, las mismas mesas y las mismas sillas, cien años después, mantienen la esencia de lo que Jorge Berlanga dejó escrito que era «algo más que una búsqueda postrera del alma». «El Cock es el último refugio espirituoso del alma», afirmaba.
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