Suscribete a
ABC Premium

Elecciones 23J

Pedro Sánchez: un líder «frío» y agarrado a su propia leyenda

Ante la amenaza de que las elecciones supongan su fin, ha intentado mostrarse más cercano

Sondeo elecciones, en directo: resultados, quién va ganando y cómo va el escrutinio

Resultados Elecciones Generales 2023

El candidato socialista termina la campaña confiado en formar un virtual empate

Mariano Alonso

Esta funcionalidad es sólo para registrados

Si en algo coinciden partidarios y detractores del presidente del Gobierno y candidato socialista a las elecciones generales de este domingo 23 de julio, Pedro Sánchez Pérez-Castejón -madrileño nacido el 29 de febrero del bisiesto 1972 en la capital de España, el mayor de dos hermanos varones de una familia de clase media acomodada y muy vinculada al PSOE (su padre militó en el partido e incluso ocupó cargos en la administración de Felipe González), alumno del Ramiro de Maeztu y, como es casi obligado habiendo estudiado en la cuna del Estudiantes, jugador y fanático del baloncesto, casado con Begoña Gómez y padre de dos hijas, la mayor de ellas ya en la mayoría de edad- es que es un hombre frío.

«Es frío, sí, también distante, y es difícil saber lo que piensa», relata un dirigente socialista que ha tenido responsabilidades importantes durante sus mandatos y que le conoce desde su época de diputado raso en el Congreso, adonde llegó dos veces al correr la lista por Madrid, después de haber sido en 2003 concejal en el Ayuntamiento capitalino, su primer cargo institucional tras una vida dedicada a la militancia.

También se licenció en Económicas en el Real Centro Universitario María Cristina de El Escorial, un pequeño centro privado de Madrid (con el tiempo se doctoraría con una tesis que como demostró ABC resultó estar llena de plagios) y tras afiliarse al PSOE siguiendo lo mamado en casa empezó a hacer sus primeros pinitos políticos como asesor del partido en el Parlamento Europeo y más tarde en el gabinete del alto representante de Naciones Unidas en Bosnia durante la guerra de Kosovo, a la sazón Carlos Westendorp, quien fuera el último ministro de Asuntos Exteriores de González.

En resumen, una juventud de universitario bien situado en la organización política donde muchos conocían a su padre, que le permitió tener experiencia internacional (alguno de sus colaboradores le define como un «diplomático frustrado») y en la que solo hubo una disrupción biográfica, entonces obligada por ley, la 'mili'. Sánchez, en una época donde se podía escoger la prestación social sustitutoria y donde la objeción de conciencia estaba muy generalizada, decidió optar por el cuartel, cumpliendo con el servicio militar en Cáceres y luego en Campamento, en Madrid, allí donde ahora su Gobierno ha planeado la construcción de viviendas públicas.

Lo hizo en 1996, curiosamente el año en que José María Aznar llegó a La Moncloa y suprimió definitivamente la 'mili', en virtud a lo acordado en su pacto de investidura con Jordi Pujol. Por esa época Sánchez se movía con desparpajo en el partido, donde su buena planta (otro de los raros consensos entre partidarios y detractores) no pasaba inadvertida, como tampoco su capacidad para hablar en público.

De esa época, en 1997 en concreto, es una intervención viralizada cuando llegó en 2018 a la presidencia, en el célebre programa de televisión Moros y Cristianos, de Telecinco, en el que en pleno escándalo de los GAL -la guerra sucia contra ETA por la que entró en la cárcel al año siguiente el exministro del Interior socialista, José Barrionuevo- y presentado por Javier Sardá como estudiante de Derecho (sic) un bisoño Sánchez, ya entonces con fijador en el pelo y una camisa a cuadros, empuñó el micrófono para recitar al milímetro el argumentario que por entonces empleaba el PSOE. A saber, que había una «connivencia entre determinados jueces y determinados medios de comunicación» en contra de su partido, algo por lo que señalaba directamente al ínclito Baltasar Garzón, al que no dudaba en acusar de haber instruido el caso de manera sesgada para perjudicar al PSOE. Y cerrando filas aún más con los suyos, confrontó con Javier Nart, quien con el tiempo sería eurodiputado de Ciudadanos, por haber acusado a la cúpula del Gobierno González de haber estado «en el meollo del GAL».

A los veinticinco años, ya tenía clara una premisa: la defensa del partido, en cualquier situación, en cualquier circunstancia. Y si el partido está en apuros, posiblemente sea culpa de algún tipo de conspiración externa orquestada por «poderes» interesados y sus «terminales mediáticas», como repite desde hace dos años, siendo ya el séptimo presidente de la democracia española.

Un mitinero heterodoxo

Su carácter frío es algo que cualquiera que le haya seguido durante dos campañas electorales consecutivas en los dos últimos meses puede corroborar. En un género discursivo como el del mitin, donde es imperativo agitar las emociones del respetable con todo tipo de recursos retóricos, incluida la apelación a las bondades de la localidad en cuestión, Sánchez se muestra como un mitinero heterodoxo, que llega con el discurso muy calculado (no lee su parlamento, pero lo que dice está claramente estructurado y preparado) y rara vez se pasa de los treinta minutos para completarlo.

Tampoco se arriesga con improvisaciones fuera de tono, ni suele replicar a los gritos espontáneos de algún simpatizante. Y siempre, siempre, trata de mantener el control ante lo imprevisto. «Vamos a ver si seguimos con el mitin», llegó a decir en tono casi de bronca en el acto de cierre de campaña de las municipales y autonómicas de mayo en Barcelona, después de que un grupo de activistas climáticos interrumpieran su discurso y el público les gritase «fuera, fuera», mientras los servicios de seguridad les desalojaban.

Así es Sánchez. Trata de seguir su camino, imperturbable, pase lo que pase, y evita que su senda se desvíe siquiera lo más mínimo. Aunque eso resulte imposible en la vida, y singularmente en la política. Bien lo debe saber quien empezó su andadura como secretario general socialista en 2014 definiendo como «populista» a Podemos, a día de hoy sentado en su Consejo de Ministros, quien negó por activa y pasiva que pactaría con Bildu, la formación con la que ha sacado adelante todos los Presupuestos Generales del Estado de su mandato y buena parte de las leyes más señeras de la última legislatura, como la de vivienda o la de memoria democrática, o quien incluso en este final de campaña ha llegado a definir el independentismo como una «ideología caduca», después de haber tenido como aliados parlamentarios a los citados separatistas vascos y a los catalanes de ERC. O quien prometió no indultar a los cabecillas del procés y terminó haciéndolo, además de allanarles el camino con la supresión del delito de sedición del Código Penal y la rebaja de la malversación, dos de los hitos finales de su mandato. O quien…

Pero al margen de los consabidos vaivenes de su trayectoria, de las contradicciones y compromisos incumplidos que en esta campaña ha llegado a tildar de «cambios de opinión en asuntos de Estado», el momento en el que llega Sánchez a sus quintas elecciones generales como candidato del PSOE está marcado por la posibilidad de que sea el fin de su carrera política. No un final elegido por propia voluntad, sino por la del pueblo soberano. Y eso descuadraría a una personalidad tan calculadora. Para que no ocurra, ha echado el resto en el sprint final de campaña. Y quizás sabedor de cómo es percibido, ha tratado de mostrarse más cercano. «Estoy muy emocionado», ha repetido en sus dos últimos mítines, el jueves en Lugo y el viernes en Getafe, con gran éxito de público. Incluso ha coreado algunos de los cánticos de los simpatizantes, como el «ista, ista, ista, España socialista» que posiblemente escuchó por primera vez en su infancia en el barrio de Tetuán, en algún otro mitin junto a su padre.

«Tengo más ganas que nunca, y estoy más convencido que nunca» ha dicho también, tratando de conjurar los ánimos alicaídos de una formación que perdió el 28 de mayo buena parte de su poder territorial y a la que las encuestas no le sonríen de cara a este domingo. Y desde la mitad de la campaña, cuando casi no había aparecido por mítines y había sufrido el duro revés de perder el debate contra Alberto Núñez Feijóo, el rival del que siempre se ha considerado más superior, apeló a su propia leyenda, a la del político resiliente que en 2016 salió de la secretaría general para volver un año después, tras su resistencia numantina a facilitar con la abstención la investidura de Mariano Rajoy.

Cogiéndole prestado a su admirado Joaquín Sabina el título de su gira de despedida de este año, «Contra todo pronóstico», Sánchez ha recordado en mítines y entrevistas que ganó así, «contra pronóstico», en 2014 a Eduardo Madina y en 2017 a Susana Díaz en las primarias, que evitó el sorpasso de Podemos en 2015 y 2016 («lo que he sudado yo con el sorpasso» confesaba en una entrevista en Onda Cero el último día de campaña) y que igualmente rompió los augurios al sacar adelante la moción de censura contra Rajoy que le aupó al poder. El presidente se ha agarrado a su propia leyenda heroica, cuando más cerca se ha visto de su fin.

Esta funcionalidad es sólo para suscriptores

Suscribete
Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación