Antón Martín, Dios y el diablo en la misma plaza
BAJO CIELO
Esa fusión castizo-vanguardista, esa cosa que se mezcla al caer la noche, está dejando la plaza como un Borough Market de yayos y pantalón pitillo

Antón Martín es una plaza chica, una cosa pequeña, un sitio de paso que comienza a tener menos prisa que antes. Es muy de mediodía, porque el sol sube por Atocha y la ilumina y la calienta. Luego, de tarde, es un ir y ... venir de personas que cruzan los barrios de Huertas y Lavapiés, un trajín de pasos con prisa hacia cualquier parte en la que no se quedan, como si esta plaza no tuviera nada que ofrecer. En realidad, tiene de todo.
Antón Martín fue un tipo de armas y Dios, aunque no sé cuál de las dos manejaba mejor. Puede que por eso mismo esta plaza, placita chica de cruces y calles, tenga un poco de las dos cosas. Pero resulta que su mercado ya es también molón y moderno, tal y como han hecho otros, pero aún está a media travesía. Por eso se puede disfrutar de un restaurante japonés mientras todo huele a pescado de pescadero, como también puedes comprar medio kilo de setas de temporada al toque de un margarita a doce lereles. Esa fusión castizo-vanguardista, esa cosa que se mezcla al caer la noche, está dejando Antón Martín como un Borough Market de yayos y pantalón pitillo.
Uno debe sospechar cuando sube por Moratín y para clavarse en la Magdalena, porque no muy lejos de aquí conviven Sabina o la Iglesia de San Sebastián, de ahí que esta plaza tenga lo mismo de santa que de traviesa, bonita y fea; qué plaza pequeña y cómo se agranda a medida que la noche desviste sus posturas. Ya lo dijo el cantante: Dios y el diablo son de aquí. Por esa razón, en la esquina del Pasaje Doré hay dos Españas enteras. La que todavía vende cuchillos afilados, hojas de acero, tijeras y demás armas blancas, la tienda de don Arturo Viñas, que lleva más de cien años ahí cortando cosas, junto al mejor café de Madrid, ese Luso Coffee Shop que es parada obligada al alba con sus natas.
Justo pegado está La Consentida, un mostrador de gildas y vinos que está a reventar las horas de ocio, que ya se sabe que en Madrid son las que a uno le dé la gana. Junto a la calle del Olmo y Torrecilla del Real hay una oferta gastronómica digna de cualquier callejón del Edén. Por un lado, el bar restaurante La Esperanza, que es un sitio fantástico de gente de aquí para comer bien y pasarlo mejor. Un poco más abajo, un restaurante asiático está en boca de todos: Bunny Chao. No puedes hacer reserva, por lo que se agrupan en la puerta los que quieren tomarse un delicioso curry o unos baos que se deshacen al hincarles el diente. Tiene esa cosa de comida callejera asiática en cocina diminuta, pero díganme, ¿cuándo el tamaño ha sido lo importante?
Volviendo a la calle Magdalena hay una librería, Sin Tarima, que tiene de todo y para todo el mundo. Justo enfrente se levantaba hace algunos años La Recoba, un restaurante italoargentino que despachaba artistas y golfos y dónde se podía seguir de fiesta entre semana cuando lo de comer era lo menos importante. En la misma Santa Isabel está El Parrondo, otro mítico bar con sus vermús y anchoas, un sitio en el que se mezcla todo el que tira una servilleta de papel al suelo mientras se gasta la vida. Rodeando el mercado hay fruterías para todos los acentos. Se mezclan tiendas de productos de ultramar con carniceros de Ávila, tintorerías con supermercados ecocaros, la mítica mantequería Leonesa con un asador de pollos…; y así es cómo se hace una ciudad que corre deprisa pero que no se olvida de lo que ha sido.
Es un trajín de pasos con prisa hacia cualquier parte en la que no se quedan, como si esta plaza no tuviera nada que ofrecer
Cuando Antón Martín conoció a San Juan de Dios dejó a un lado su vida pendenciera para entregarse en cuerpo y alma a eso de la caridad. Muy cerca de la plaza que se lleva su nombre levantó un hospital de enfermos, Nuestra Señora del Amor de Dios, que todo el mundo conocía como el Hospital de Antón Martín. A esta zona de Madrid se llamaba del Progreso, y lo cierto es que hoy, en 2025, no puede cobrar más sentido Porque esta parte de la ciudad, esta plaza pequeña, muda de piel y uno puede quedarse en cualquiera de esos dos madriles: el que vive de noche o el que se acuesta al atardecer. Porque igual que hizo el bueno de Antón Martín, se puede ser un poco malo y un poco bueno, mientras sea otro el que pague la siguiente ronda.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete