Riesgos de Lavapiés

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CARTAS AL ALCALDE

Un pasadizo secreto

Ángel Antonio Herrera

Lavapiés ha venido a relevar a Chueca, como barrio de albedríos locos, como recodo de modernitos con geranios, como minifundio de una mugre de alta fotogenia. Pero Chueca ha acabado de barrio acristalado de restaurantes que son puro escaparate, más la industria del tatuaje, y Lavapiés es un barrio aún en desperezo.

Pero a locales insólitos de joven reforma le suceden los desperfectos de toda la vida, empezando o acabando por el pavimento. El pavimento, sí.

Lavapiés tiene, en general, un pavimento desportillado, al que habrá que echarle un ojo, y más que un ojo incluso, de aquí a nada. O sea, enseguida. Pero dentro del propio barrio, en concreto en la calle peatonal que entra a la plaza de Arturo Barea, desde Embajadores, hay un largo itinerario que incluye todas las amenidades del pavimento que ya no es tal pavimento. De manera que a poco que te descuides, vas y te descalabras.

No es exageración de cronista. La plaza citada de Barea, por cierto, se remodeló hace no tanto tiempo, si no recordamos mal, pero no se incluyó en la puesta al día todo ese sitio que aquí citamos, un sitio idóneo para descarrilamiento de bicis, tropiezo de jubilados y traspiés de pacíficos paseantes en general.

El adoquín viejo, antiguo, le pone a Madrid el linaje que ya tiene, pero el adoquín en mal estado, que es al que aludimos, hace de la ciudad un descuido clamoroso y un abandono de penúltima aldea.

Da pena. Esta carta de hoy, alcalde, tiene una mitad una denuncia, pero también una mitad una recomendación.

Vayan a echarle unos selfis al sitio. Ya verán que aquí estamos glosando un riesgo.