desde la raya
Lo invisible
No dejan nada al azar aunque todo parezca tan natural que es como si brotase y volviese a la misma tierra
Por el agua
La llamada

Mi pequeña Zamora ha ensanchado sus calles, se ha hecho de todos, con todos, para todos. Sus miradores han sido ventanas a la historia sagrada y sus empedrados y templos medievales el escenario donde Cristo viene a morir cada primavera. Miles de cofrades han participado ... en cultos y procesiones ajenos al inmenso trabajo que conlleva que todas puedan salir a la calle con todo su esplendor.
Casi nunca salen en las fotos, o lo hacen bajo el caperuz. No dejan nada al azar aunque todo parezca tan natural que es como si brotase y volviese a la misma tierra. Pero están. Siempre están.
Son los que madrugan antes de que suene el despertador; los últimos en irse a la cama. Los que barren las calles; los que patrullan mientras los demás duermen; los que no duermen cuidando a nuestros enfermos. Los que se dejan la piel en contar la Pasión desde el papel, las redes o la televisión. Los que sudan frente a los fogones o quienes nos sirven en mesa o en barra.
Los que conocen la trastienda; los que alisan con mimo una arruga en el terciopelo, en el encaje de blonda que un día bordaron manos amorosas; los que encajan cada flor en la esponja como si los ojos del mundo supiesen cuál es su sitio exacto. Los que tallan la madera. Los que descalzan sus pies y rezan. Los que cantan.
Los que limpian la cera en faroles y tulipas; los que comprueban baterías y focos, cada puerta, cada calle; que el árbol que la primavera reverdece está podado, que el cable supera en altura a la cruz, que el sonido está ajustado, que la luz tiene su justo punto de intensidad. Los que dejan su alma prendida en cada pequeño detalle.
Manos que no quieren aplausos. Ojos que todo lo vigilan sin ser vistos. Corazones que laten al ritmo de tambor, bocas que revientan de tanto soplar, labios inflamados, besos en el aire. El compromiso de quien ama de tal forma que no necesita ser nombrado para reconocerse en lo que hace.
Son los que hacen que todo funcione, que el engranaje no se oxide, que el milagro ocurra cada año como si fuese la primera vez. Y cuando las imágenes cruzan la puerta y la calle huele a incienso, es también su emoción la que va sobre los pasos, cada pliegue en su sitio, cada mirada que se eleva.
Sin ellos, sin su impulso, no serían santos estos días. Aunque nadie los vea, aunque sus nombres no figuren, hay una luz que los reconoce, una historia que se escribe sin letras. Esa que sólo entienden quienes de verdad saben mirar, quienes saben que Cristo ha resucitado mientras Zamora regresa al silencio cotidiano. Quienes saben que lo invisible es el corazón que late en lo que somos.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete