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Temporal

La desesperación de un cordobés tras diez días seguidos de lluvia: «Yo es que quiero que salga ya el sol...»

Alejandra Muñoz, psicóloga, explica a ABC que cuando una persona comprueba que la lluvia no cesa, esta inquietud «se asocia a la melancolía y la tristeza, teniendo un nivel neurológico»

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Ciudadanos pasean por el puente de San Rafael Valerio merino

Juan Palma

Córdoba

Como un desierto donde inesperadamente aparece un oasis, Córdoba, la ciudad que derrite los termómetros durante los meses de verano, ha recibido de igual manera la llegada de uno de los trenes de borrascas más longevos que se recuerdan en los últimos tiempos. Los cordobeses, más acostumbrados al calor ardiente que a los chubascos, caminan refugiados en sus paraguas mientras escuchan el sonido de la lluvia impactando, esperando que la tormenta llegue a su fin y comience el apetecible clima de la primavera.

Desde el fin de semana del 28 de febrero, cuando tuvo lugar el puente de Andalucía, se ha convertido en rutina para los cordobeses despertarse y acostarse con el cielo nublado y convivir con la elevada probabilidad de que al día siguiente, cuando se dirijan o salgan de sus trabajos o de los institutos, haya un pronóstico de lluvia de casi un cien por cien.

Tal y como ha documentado el Sistema Automático de Información Hidrológica (SAIH), el volumen de los pantanos —algunos secos hasta hace escasos meses— y el Guadalquivir muestran los efectos de las borrascas, con el río muy crecido y algunos pantanos teniendo que desembalsar.

El observatorio meteorológico del aeropuerto de Córdoba confirma que desde el pasado 4 de marzo llueve ininterrumpidamente en la ciudad. Nueve días sin pausa, aunque las primeras precipitaciones, como se ha indicado, se produjeron desde el fin de semana anterior.

Afecta psicológicamente

Pese a que el fin de estas borrascas está más cerca de su final que de su comienzo, Alejandra Muñoz Martínez, psicóloga sanitaria y terapeuta corporal, explica a ABC cómo puede afectar a la salud mental esta encadenada serie de jornadas con precipitaciones.

Inicialmente, «a cualquier ciudadano que no está acostumbrado a la lluvia, le resulta acogedor, pues invita a estar recogidos y no le causa molestia privarse de su ocio». Pero cuando comprueba que la lluvia no cesa, esta inquietud «se asocia a la melancolía y la tristeza, teniendo un nivel neurológico», afirma Muñoz.

Esta psicóloga también comenta que durante los temporales de «disminuye la serotonina y aumenta la melatonina», por lo que es habitual «encontrarse más cansados aún viéndose reducida la actividad física, ya que modifica la rutina».

Alejandra ha comparado este fenómeno con el obstáculo que enfrentan los países nórdicos, donde la escasez de luz solar y las precipitaciones constantes «provocan un aumento de los problemas de salud mental». Por lo que no es nada extraño que todo ello «afecte a personas que actualmente sufren una depresión o un trastorno afectivo», además de que «este tipo de días aumenta el consumo de carbohidratos, regulando de esta manera la serotonina», afirma la psicóloga.

Las palabras de Muñoz se refleja en las impresiones recogidas entre los cordobeses a pie de calle por ABC. Entre ellos se escuchan frases como: «Yo es que quiero que salga ya el sol»; «Esta lluvia te deprime un poco» o «¡Uf, es que es todos los días igual! Nos vamos a ahogar».

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