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Anboto, la sanguinaria jefa de ETA que hoy declara por el asesinato de Miguel Ángel Blanco

María Soledad Iparraguirre comparece ante el juez por videoconferencia desde el Centro Penitenciario de Álava donde cumple condena

La Audiencia Nacional prorroga la investigación del caso de Miguel Ángel Blanco

La exdirigente etarra Soledad Iparraguirre, Anboto, durante una comparecencia en sede judicial EFE

ABC

María Soledad Iparraguirre, alias Anboto, declara este viernes ante el juez de la Audiencia Nacional Manuel García-Castellón, que investiga la presunta responsabilidad de la cúpula de ETA en el secuestro y asesinato en 1997 del concejal del Partido Popular (PP) Miguel Ángel Blanco.

Lo hará a partir de las 12.30 horas por videoconferencia desde el Centro Penitenciario de Álava, donde se encuentra recluida cumpliendo condena por otros hechos. Su citación se produce después de que Francia autorizase que la que fuera jefa de la banda terrorista sea juzgada por el secuestro y posterior asesinato del concejal popular en Ermua.

Francia la entregó a España en 2019

Cuando el pasado 14 de septiembre de 2021 Marixol Iparraguirre, la mujer que lo ha sido todo en ETA, reconoció ante un tribunal que en 1997 ordenó matar al Rey y volar el Guggenheim había dos lecturas rápidas posibles. Una, que a estas alturas querría arrogarse el mérito de intentar lo que sus acólitos apreciarían siempre como una hazaña. Otra, que siete juicios en la Audiencia Nacional y 20 años de condena en Francia después, la voz en 'off' que radió la disolución de ETA en 2018 había también tirado la toalla. Es la letra pequeña de aquel reconocimiento, en forma de un escrito de acusación de la Fiscalía que asumió sin ambages, la que inclina la balanza. Ese documento que aceptó y ya es sentencia firme dice lo que tantas veces Marixol se ha empeñado en rebatir. Dice que ella era Anboto. Y eso lo cambia todo.

Iparraguirre siempre negó responder a ese apelativo, que a su vez da nombre a un monte vasco con mitología de diosa incluida. Desde que llegó entregada por Francia a España en 2019 se ha empeñado en rebatir los cargos por acciones terroristas que afrontaba partiendo de la premisa de que Anboto no era ella. «Mi nombre empieza a aparecer en el organigrama y no sé ni cómo», llegó a alegar en un juicio. Sorprendía la estrategia en los círculos donde en otros tiempos se imprimían carteles con la leyenda «Anboto Askatu», como si hubiesen estado reclamando libertad para un fantasma. Un fantasma con su foto.

Es, de hecho, en aquella primera fotografía donde empieza todo, la imagen en blanco y negro de una joven con la barbilla en escorzo que pendía del corcho de los más buscados en comisarías y cuarteles de todo el país. Esa imagen, conforme al relato que Iparraguirre vino esgrimiendo en los primeros siete juicios de la docena que afrontará, se habría obtenido tras una detención ilegal, cuando tenía 18 años y la Policía le cogió las huellas. Hubo un tiempo en que los etarras se negaban a reconocer la legitimidad del tribunal y asumían los cargos como si lo fuesen de guerra. Anboto, aunque con poco éxito, no estaba en ese plan. Alegaba que todo lo actuado contra ella desde la primera detención era nulo.

En esa idea y en la caricatura de un Estado represor ha venido sustentando su defensa, con pocas respuestas y largos alegatos en los que acababa referenciando a los GAL, como si lo uno justificase lo otro. Eso sí, en lo otro, nunca era ella la persona de la que hablaba el fiscal. En alguna sesión se veía al fondo, en la bancada del público, a Mikel Antza asentir con aprobación. Jefe de ETA durante doce años y pareja de Anboto, fue detenido con ella en Francia en 2004 y entregado a la par a España, pero no tenía cuentas con la Audiencia Nacional y está libre desde que pisó Barajas. Tras el visto para sentencia, él se va a casa. Ella no.

Sin redención

El Tribunal Supremo puso fin a la disyuntiva sobre quién era Iparraguirre en el mes de febrero de 2021, cuando, al confirmar los 122 años de cárcel que le impuso la Sala por el asesinato del comandante del Ejército de Tierra Luciano Cortizo, dejó negro sobre blanco que era la única en ETA que respondía al sobrenombre de Anboto. El fallo impuso una verdad judicial de las que no se rebaten con dialéctica. Siendo ya un hecho probado, las sentencias sobre Iparraguirre que vinieran después no tendrían siquiera que dedicar líneas a acreditar la correlación. Pero ella seguía negando la mayor juicio a juicio y a la vista sobre el Guggenheim acudía lista para dar la batalla. Dio un paso atrás.

El cambio no se explica sin dos grandes factores y el primero es penal. El atentado frustrado contra Juan Carlos I se produjo en 1997, cuando ya llevaba dos años en vigor el Código Penal que eliminó la redención de las penas en los delitos de terrorismo. Las condenas desde entonces, se han de cumplir íntegras o, lo que es lo mismo, sale mucho más caro dedicarse a matar. A ese juicio, el primero que afrontaba bajo aquella reforma penal, Anboto llegó con una petición de 27 años de cárcel. Cuando terminó, le habían caído 15 al reconocer los hechos. Parece una diferencia como para reconsiderar posiciones y de hecho, había cambiado hasta de abogado. Pero la razón definitiva, de acuerdo a las fuentes consultadas por ABC, estaba a plena vista en la sesión. Anboto asistía por videoconferencia desde la prisión de Zaballa, en Álava, que es lo más cerca que ha estado de su tierra en las últimas dos décadas.

Declaraciones ante el juez

Cuando fue entregada a España el 4 de septiembre de 2019, su primer destino fue la cárcel de Soto del Real, en Madrid. Permaneció allí un mes, hasta que le fueron notificadas las causas pendientes y la trasladaron a Brieva, en Ávila. Desde entonces, para cada uno de los juicios vuelve a Soto del Real, donde acaba prácticamente aislada y sin visitas durante semanas. Por decisión del Ministerio del Interior, y en un gesto controvertido habida cuenta del personaje, fue acercada a la cárcel de Zaballa (Álava) en junio en 2021. Ni había reconocido hecho delictivo alguno hasta entonces ni había pedido perdón ni cumplido la cuarta parte de las condenas que ya tenía y que incluyen delitos de sangre. Pero estaba de vuelta en el País Vasco, su nuevo clavo ardiendo. Con esa mentalidad afrontaba el juicio del Guggenheim. Se sabía condenada, sus secuaces cayeron tiempo atrás y cantaron. Poco margen tenía más que intentar evitar el paso por la prisión madrileña y si hay que tirar la toalla, pues se tira.

Ahora, este viernes, tendrá que responder al juez de la Audiencia Nacional que investiga la presunta resposabilidad de la cúpula de ETA en el secuestro y asesinato del concejal del PP Miguel Ángel Blanco ocurrido en 1997. Lo que queda ya para el relato, la Historia y la memoria es que María Soledad Iparraguirre, hija de Santiago y María Luisa desde el 25 de abril de 1961, la que escaló en ETA de comando en comando hasta mandar sobre todos ellos, la que les daba las órdenes y el material para atentar, era Anboto. Y no lo dice una «justicia vengativa», lo dice ella.

Que es la misma Anboto autora del asesinato del funcionario de Correos Estanislao Galíndez en 1985, la Anboto responsable de la bomba en un bar de Escoriaza (Guipúzcoa) en 1987 para matar a dos artificieros, la autora del asesinato del comandante Luciano Cortizo en 1995, la responsable del atentado que mató al policía Rafael Leiva e hirió de gravedad a su compañero Domingo Durán ese mismo año, la que en 1997 ordenó volar la fachada de un banco en Getxo. La que puso encima de la mesa las granadas para matar al Rey y destrozar el Guggenheim. La voz en 'off' del fin de ETA. María Soledad Iparraguirre. Marixol. Anboto.

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