SAN ISIDRO
Marco Pérez, el último superdotado del toreo, abre la Puerta Grande de Las Ventas
El niño prodigio corta cuatro orejas en una matinal con más de diez mil espectadores, con numerosos jóvenes y niños que lo acompañaron en la salida a hombros
«No siento miedo, solo responsabilidad», dice Marco, el último fenómeno del toreo

Yo vi la primera vez de Marco Pérez en Las Ventas. Qué privilegio. Mucho habíamos visto en vídeos y en fotos, mucho conversamos hace un año en su casa salmantina. Pero, amigo, lo de ayer en la Monumental fueron palabras mayores. Qué barbaridad ... de niño. «¡Torero, torero!», que le gritarían mientras lo aupaban a hombros. Un fenómeno sobrenatural de esos que nacen de siglo en siglo. Sobrenatural desde la cuna.
Tiene quince años y torea como si tuviese 25. O 35. Porque, en su metro y medio, sus finos huesos guardan los secretos del toreo, con una muñeca divina, una cabeza privilegiada y un corazón de esos que decían los antiguos servirían para hacer un ejército y mandarlo a la guerra. Cuatro orejas se entretuvo en cortar en la clase práctica de la matinal en Las Ventas, que podrían haber sido seis de no pinchar al tercero. Lo de menos serían los trofeos, lo de más era la sensación de torero grande de un torero tan pequeño. Hacía tiempo que no se vivían tantas emociones en Madrid y no será fácil que se viva algo semejante en esta feria. «Lo mejor de San Isidro», decían en el tendido. Había muchas lágrimas de emoción de jóvenes y veteranos, de los que soñaban con ser Marco y los de aquellos que ni en su sueños pudieron vivir una tarde como la mañana que acababa de cuajar este torero. Y más emoción aún en sus padres, Lourdes y Vicente. Mucho sufrimiento les espera como siga arrimándose así.

La salida a hombros fue apoteósica, con un pelotón de niños y adolescentes arremolinados ante el que este 15 de mayo era su ídolo y su héroe. Confieso que mis ojos también se nublaron de emoción al ver aquella cuadrilla de niños toreros y de niños que desde esta mañana querían serlo. Por el túnel de la gloria se agigantaba la figura de Marco Pérez, ese que llaman el niño prodigio del toreo.
Una lección dio ya en el buen primero de Jandilla, el mejor de los tres erales de Borja Domecq, que no terminaron de romper hacia delante pero a los que Marco dio fiesta y exprimió como si fuera ya un matador consagrado. Con un soberbio valor y una brisa de arte. Con una capacidad abrumadora con capote, muleta y espada, que esta vez le funcionó para quitar fantasmas de América. Tuvieron joven majestad los estatuarios al colorado que abrió plaza -al que antes había dejado una media arrebujada a la cadera y unas apretadas chicuelinas frente a la cierta aspereza del animal-. Sin enmendarse cuatro con este número 45. Se caía Madrid, plaza a la que había brindado, en un remate por abajo.

Dio distancia luego al jandilla y se lo dejó venir en medio del abandono, pasándoselo muy cerca. Ay cómo mantenga ese encaje con el de los rizo... Tras la buena lidia -conducida magistralmente por Rafael González-. Todo lo veía clarísimo en una faena clásica y variada, con alardes como la espaldina o esa arrucina de inspiración talavantina. Bordó un cambio de mano y el de pecho. Tras centrarse en el mejor pitón derecho, bajó algo la diapasón por el menos claro pitón zurdo, por donde iba más rebrincado. Pero todo tuvo aroma. Cuando se perfiló para matar, los suyos cruzaban los dedos. No falló el elegido, que enterró una estocada y paseó las dos orejas.
Mientras daba la vuelta al ruedo, el de los sombreros hacía el agosto. Los vendía a tres euros, pero si los hubiera vendido a diez los hubiera comprado la gente igual. Abrumador el calor en sombra, que era sol por la mañana. Y abrumador Marco. Lo desarmó este segundo en el recibo y allá que volvió a plantarse de rodillas para marcarse un farol. Ganó luego terrenito con los lances y se templó en dos bonitas media. «Aquí estoy yo», parecía decirle al rival, que se pegó un volatín en la lidia. Por un puyazo valió. Tras el quite de Rivero, se adornó con pausadas tafalleras. Como si hubiese visto muchas veces el vídeo de aquellas inalcanzables de Morante el día del rabo. Desbordados de emoción los destinarios del brindis, sus abuelos maternos, que presenciaban como el nieto se la jugaba. Con el pase pendular prologó antes de ponerse a izquierdas. Punteaba el animal, pero pronto le cogió el pulso y voló algunos naturales más que ilusionantes. Ahí quedaron un molinete abelmontado y el de pecho. De repente, arrancó una voz de un veinteañero por fandangos de Huelva: «Al torero más completo, que es figura de verdad....», decía la letra. Marco, a lo suyo, buscaba la colocación -menudo sitio tiene el chaval- y se ralentizó. El susto llegó: un volteretón tremendo. Anda que se amilanó. Allá que regresó, sin chaquetilla, para dibujar naturales enfrontilados, dando el pecho. Hubo una serie extraordinaria, muy sentida. Y otra vez entró la espada y la pañolada le entregó dos nuevos trofeos.
Feria de San Isidro
- Monumental de las Ventas. Lunes, 15 de mayo de 2023. Matinal. Más de diez mil espectadores. Erales de Jandilla, de variado juego; destacó el 1º.
- Marco Pérez, de calzona gris y chaquetilla negra de terciopelo. Estocada (dos orejas). En el segundo, estocada corta trasera (dos orejas). En el tercero, dos pinchazos y estocada caída (vuelta al ruedo).
Pero había más. Que faltaba el último, un novillo con volumen y más cuajo. Con ambición se dirigió hacia la puerta de chiqueros. Seis veces se santiguó. Seis oraciones de un niño que reza cada noche el 'Angel de la guarda' y lleva en su capilla estampitas y medallas de la Virgen de la Peña de Francia y el Cristo de los Toreros. Tuvo que echar cuerpo a tierra para que el de Jandilla no lo arrollara. Parecía molestar ahora también más el viento y supo dar con las teclas para que no le moviera el capote en el recibo erguido. Pocos novilleros con caballos habrá tan preparados como Marco, con una seguridad y un aplomo semejantes. Pendiente siempre del toro. Que no tiene otra cosa en la cabeza. Complicado fue este novillo, que se defendía y no se entregaba. Pero cómo lo supo entender, con resortes técnicos y una dimensión de fuera de serie. Perdiéndole pasitos y buscando la colocación cabal, le robó muletazos excelentes. Abandonado. Por momentos a lo Joselito. Aunque siempre en Marco. Porque Marco tiene personalidad propia. La cosa es que logró hasta desengañar al enemigo y hacer que embistiera mejor en sus manos. Por el derecho se centró, que por el zurdo se le colaba. Muchas teclas tenía el colorado, al que majó una tanda a derechas sin ayuda. Naturalmente, y con un pase de pecho echando los vuelos al hocico. De pitón a rabo. Se rompían las palmas, preparadas ya para ondear los pañuelos tras el nuevo impacto. Pero ahora pinchó -la altura de agujas de éste era mayor- y todo quedó en vuelta al ruedo antes de que saliera por la Puerta Grande rodeado de chiquillería. El futuro se iba a hombros rodeado de futuro.
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