feria de San Lucas
Y El Cordobés se retiró de los ruedos con apellido y con fortuna
Manuel Benítez cortó la coleta a su legítimo hijo y juntos abandonaron de la mano la plaza, rebosante de emociones y expectación; Curro Díaz y El Fandi salen a hombros en la tarde de Manuel Díaz
El Cordobés: «Fui torero para reivindicar la verdad de mi madre y ya lo logré»

Alzaba los brazos al cielo el primer torero que cobró un millón de pesetas, aclamado por el gentío como en las grandes tardes en las que empeñaban un colchón por verlo torear. «¡El Cordobés ha venido!», gritaban los aficionados. Era el V Califa, un ... fenómeno en activo y retirado, que ocupó una barrera con Virginia y sus nietas para ser testigo directo de la retirada de Manuel Díaz, su legítimo hijo, al que cortó la coleta.
A las ocho y veinte, con la anochecida encima, pisaban ambos la arena de la Alameda, en una multitudinaria despedida. Se desbordó la emoción entonces. En el ruedo, en el callejón y en el tendido. Aquello era la aparición del Espíritu Santo cuando padre e hijo se reunieron en el abrazo que condensaba toda una vida y la vida de todos los que durante medio siglo silenciaron un secreto a voces. Allí estaba Benítez, en su línea de genio y figura, para cortar la coleta a un torero de su dinastía. Era el broche a una trayectoria de tres décadas de misión cumplida: reivindicar la verdad más grande, la verdad de una madre. María Dolores ya puede dormir tranquila: su hijo no sólo se va con el reconocimiento del público, se va con el reconocimiento del que lo engendró.

La misma esencia eran en el platillo del coso jiennense, escenario de una imagen para historia, de una escena retransmitida al mundo por las televisiones y que inundará programas y páginas. Pero aquella estampa merecía pintores, historiadores y poetas que inmortalizasen al viejo Manuel y al no ya tan joven Manolo. Dos gotas de agua: de pelo ensabanado uno y aún con trazos rubios el otro. La misma sonrisa y esa complicidad con los espectadores, rendidos a un capítulo imperecedero. Se ponía en pie el graderío –casi lleno, un pelotazo para la última feria de la temporada–, se alzaban el sol y la sombra, con las palmas rotas y temblorosas por la emoción del momento. El viento, marchito toda la tarde, soplaba entonces para que aquel eco llegase a los olivares y el agua del Guadalbullón tocaba por alegrías. «Estamos muy contentos», decían a los cuatro aires padre e hijo. Aquellos aplausos eran mucho más que los de un adiós: eran los de un primer y último encuentro en el redondel del toro que cambió las vidas de Benítez y Díaz, de Díaz y Benítez.
El toro, que ya se sabe, puede descomponer todo. No tuvo suerte con su lote El Cordobés, como si un gafe se hubiera colado en el día más especial. Rubí se llamaba el primero, penúltimo de su carrera. Aunque sus piedras preciosas se hallaban en la barrera y el callejón: su mujer, Virginia, y sus hijos, Alba, Triana y Manuel, con los que viajó en coche desde Sevilla –«me han traído loco», decía con su habitual simpatía en el hall del hotel Infanta Cristina–. A las doce y media llegaba al parking, aunque su 15-O había arrancado a las siete en punto de la mañana con un intenso entrenamiento en el gimnasio. En la habitación 505 reposaba sobre la silla el vestido del adiós, un tabaco y oro, que quedó casi intacto cuando el mencionado Rubí, algo asperito, se estrelló contra el burladero y se partió por la cepa el pitón izquierdo, curiosamente el que mejor condición apuntaba. Estalló el enfado de los tendidos, desconocedores muchos de que no se podía devolver con el tercio cambiado. No le quedó otra a Díaz que abreviar con el de Sancho Dávila, que había brindado a Chema, su hermano y confidente.
Ni aquello le hizo perder la sonrisa a Manuel, una sonrisa que ahondaba en su rostro incluso cuando era 'El Cordobés sin apellido ni fortuna'. Hete ahí que el gafe siguió haciendo de las suyas, pues el cuarto, al que saludó con un bonito lance rodilla en tierra, salió derrengado, como descoordinado. Ahora sí asomó el pañuelo verde para Nazarí, sustituido por un sobrero del Capea, Mercenario de nombre, astracanado y hecho cuesta arriba, pero con cuello para embestir. Muy suelto, huyó de los capotes y no se empleó en el peto, aunque metió bien la cara en la lidia. Se hacían apuestas en el tendido 8 sobre para quién sería el último brindis: el público fue el destinatario, el pueblo que tantas veces llenó y que lo ha arropado siempre en su caminar. Era Mercenario un toro con sus teclas, al que había que enganchar adelante y llevarlo muy tapado, pues se vencía algo a estribor. Cuando lo hizo, el agradecido murube respondió con obediencia. El izquierdo era el lado bueno. Como la mano de los Manueles. Y a babor se centró Díaz mientras Benítez aplaudía a rabiar desde la barrera. Con listeza lo oxigenaba y se oxigenaba un matador con dos prótesis de cadera y durísimas lesiones.
Ensalzaban sus compañeros retirados su ejemplo de superación mientras El Cordobés, en uno de los tiempos concedidos entre serie y serie, se entretuvo en dar la vuelta a la montera, que había caído boca arriba. A partir de entonces subió la intensidad y la conexión, acortando terrenos, entregado el hijo frente al maestro, tirando del oficio de treinta años con los chismes. Con la casta de su sangre Benítez, el que se apellida Díaz se creció en el epílogo e hizo un amago de salto de la rana. Y siguió con ganas de más con la mano del tenedor, la de contar los billetes de quien irrumpió en los ruedos sin apellido ni fortuna y se marcha con el nombre completo y rico. Con la riqueza mayor: ya tiene padre y su trébol de herederos colma de besos al abuelo. El mismo V Califa que ondeaba el pañuelo para pedir la oreja, que no fueron dos por el pinchazo previo a una estocada en la que Mercenario se amorcilló y tardó en doblar.
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Feria de San Lucas
- Coso de la Alameda. Domingo, 15 de octubre de 2023. Última de San Lucas. Casi lleno. Toros de Sancho Dávila (1º, 2º y 3º), El Parralejo (4º, 5º y 6º) y El Capea (4º bis), de agradables caras y juego desigual; el 5º, de vuelta al ruedo.
- El Cordobés, de tabaco y oro. Media (silencio). En el cuarto, pinchazo y estocada desprendida. Aviso (oreja con ligera petición de otra).
- Curro Díaz, de grana y oro. Estocada desprendida (oreja con petición de otra). En el quinto, estocada delantera (dos orejas y rabo).
- El Fandi, de marino y oro. Pinchazo y estocada tendida (dos orejas). En el sexto, estocada (dos orejas y rabo)
El triunfo numérico y la puerta grande fueron de sus compañeros. Curro Díaz, que cortó un trofeo al segundo, paseó el rabo después de cuajar la faena más torera a un estupendo quinto del Parralejo, premiado con la vuelta en el arrastre. Cuatro orejas y un rabo sumó un vendaval llamado El Fandi.
No quiso salir a hombros El Cordobés. Su sueño era abandonar la tierra prometida, la de los ruedos, con el padre. Y así lo hizo Manuel, el torero que se anunció en sus inicios con el eslogan de 'sin apellido ni fortuna' y se marchó como puro Benítez y de su mano.
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