José Carlos Plaza, una vida fundida al teatro
El director madrileño, figura fundamental de la escena española reciente, publica sus memorias, tituladas 'Haz' y escritas con su sobrina Rocío Westendorp
José Carlos Plaza: «El teatro tiene que seguir poniendo cargas de profundidad en la sociedad»

José Carlos Plaza (Madrid, 1943) tenía siete años cuando sus padres le regalaron «un pequeño teatro de cartón provisto de unas varillas que llevaban a los personajes delante de unos decorados de papel de cartulina y celofán que aún considero maravillosos. Creo que no ... sabían lo que hacían, y menos las consecuencias que iba a traer consigo». Esas consecuencias son que aquel niño decidió apenas una década después de recibir aquel regalo dedicarse al teatro y que desde hace medio siglo es uno de los más importantes directores de la escena española. Más de ciento treinta montajes escénicos -teatro de texto, ópera, zarzuela, recitales...- avalan su trayectoria, jalonada con la dirección del Centro Dramático Nacional entre 1989 y 1994 y premios como el Nacional de Teatro en tres ocasiones -1967, 1970 y 1987- o el premio Corral de Comedias de Almagro en 2009.
De todo ello da cuenta José Carlos Plaza en sus memorias, tituladas 'Haz (Otra mirada a la vida desde el escenario)', escritas junto a Rocío Westendorp -su sobrina, hija de su hermana- y editadas por Alianza. «Siempre les digo a los actores: '¡Haz!'. Ellos piensan que es para la escena en la que están trabajando, pero es para la vida», explica el director madrileño.
«Mi vida ha estado adherida como dos metales fundidos al teatro», escribe José Carlos Plaza, que confiesa: Realmente no he tenido vida fuera del teatro hasta que hace unos años nació Uma» -la hija de su sobrina Rocío-. Tenía seis o siete años cuando participó, gracias a un tío suyo, en un festival benéfico y pudo sentir por primera vez «una especie de vértigo, la excitante sensación de estar fuera y dentro de mí, de no pisar el suelo al salir al escenario».
No son unas memorias complacientes; en ellas expone con claridad sus ideas religiosas y políticas -fue uno de los detenidos a causa de la huelga de actores de 1975, y estuvo en la cárcel de Carabanchel-, pero son, por encima de todo, un canto de amor al teatro, al que se entregó un día cuando, recién llegado a la Facultad de Derecho, vio en ella un anuncio de unas clases de interpretación del TEM (Teatro Estudio de Madrid). Allí conoció a William Layton -«el señor Layton», escribe siempre Plaza en el libro-, un actor, director y maestro estadounidense que se había establecido en España unos meses antes y que introdujo en España la técnica del Método que se desarrolló en el Actors Studio de Nueva York. Plaza quería ser actor, y así comenzó, pero cuando, en 1967, Miguel Narros -fundador del TEM junto a Layton- fue nombrado director del Teatro Español. Cuenta el director que los miembros de la compañía decidieron probar a dirigirse a sí mismos, y surgieron tres proyectos. A él le tocó poner en escena 'Proceso por la sombra de un burro', de Friedrich Dürrenmatt. «Ese día murió el actor que anhelaba interpretar Hamlets y demás, y fue naciendo el director que, afortunadamente, sigo siendo hoy», escribe.



José Carlos Plaza expone en 'Haz' su manera particular de entender el teatro y cómo se ha acercado a él. En ella han tenido mucha influencia personas como Ana Belén, Concha Velasco, Josefina Molina, Charo López, Berta Riaza, Carlos Hipólito, María Luisa Merlo o Enriqueta Carballeira, muy vinculadas a él a lo largo de los años. Un ejemplo. Hace veinte años, en 2004, José Carlos Plaza inauguró el Festival de Mérida con una versión de la novela de Robert Graves 'Yo, Claudio' escrita por José Luis Alonso de Santos y protagonizada por Héctor Alterio; cuando se enteró de que unos periodistas iban a viajar hasta Mérida en coche, les pidió que llevaran con ellos a Berta Riaza, ya debilitada por entonces, porque quería que estuviera a su lado.
Café con donuts
El libro tiene lógicamente espacio para las anécdotas; no siempre agradables, como las que vivió, por ejemplo, durante el montaje de 'Las bicicletas son para el verano', de Fernando Fernán Gómez. Dos de los actores, amigos del autor e impuestos por él, cuenta Plaza, «le llenaban la cabeza con insinuaciones de que yo estaba destruyendo su obra». Fernán Gómez se presentó en el ensayo y tras su primera intervención Plaza paró el ensayo. Tras una breve conversación, el autor le dio la razón: «no podía haber dos voces en el ensayo», y las cosas volvieron a su cauce.
José Carlos Plaza vivió durante un año en Nueva York; allí conoció a Stella Adler, protagonista de 'La sombra de los acusados', entre otros títulos; con ella fue al estreno de 'Gandhi'. «Empezó la película y a los diez minutos exactos me hizo un gesto, se levantó y en voz no muy baja dijo: 'Bullshit. Shit. Let's go' ('Una mierda, vámonos'). Tomó clases con Geraldine Page, Ellen Burstyn o Shelley Winters: las suyas, escribe, eran las más divertidas. «Con rulos de pelo semiocultos con un pañuelo y desayunando dónuts con café, comentaba las escenas con mucha agudeza».
De Concha Velasco, a quien dirigió varias veces, la última en 'La habitación de María', con la que la actriz se despediría de los escenarios, cuenta que ensayando 'Hécuba' en Mérida, le pidió que en la escena final «cogiera un pequeño puñado de tierra y, simbólicamente, acabase sepultándose. Pues la señora Velasco, ante mi asombro, se inclinó, abrió los brazos y, arrastrando una enorme cantidad de tierra, se la derramó sobre su cabeza quedando prácticamente sepultada».
«Haz -concluye el libro-. Me he repetido hasta la saciedad, pero poco he hecho por transformar, aún dentro de mis posibilidades, esta época que me ha tocado vivir; muchas veces me he rendido y otras lo he vuelto a intentar. Aun así, he hecho menos de lo que debiera, pero he hecho».
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