El documental 'Esta ambición desmedida' de C. Tangana: un juego fariseo con la mística del perdedor
La película, basada en la gira de 'El Madrileño', tiene algunas virtudes y un gran defecto
C. Tangana: no sabe cantar, no sabe afinar, no se lo pierdan

Los créditos almodovarianos que abren 'Esta ambición desmedida' (título también muy de Pedro) ya avisan: la cosa va a ser intensita. Puede que incluso pretenciosa. Nada nuevo bajo el sol tanganero. Pero resulta imposible ver el esperadísimo documental sobre la gira 'El Madrileño' ... sin palomitas imaginarias. Se supone que da pasaporte a lo inaccesible.
En las primeras secuencias de la película, un vídeo de archivo muestra al protagonista subido en lo alto de un edificio mirando al horizonte. De pronto se gira hacia la cámara y amaga con tirarse al vacío desde la azotea. Una metáfora que en apenas par de segundos explica de qué va el asunto: volar hacia la gloria o estamparse en el intento. De alzarse como el César Tangana o matar a Pucho.
Antes de destripar la gira de 'El Madrileño' para exhibir sus miserias, el documental hace un breve recorrido de lo que fue la construcción del disco con un guion para muy fans, que peca de dar por sobreentendidas muchas cosas y que para públicos casuales resultará embarullado e incomprensible. En resumen, Pucho tenía planeado lanzar otro tipo de disco, pero empieza a mosquearse consigo mismo por no saber cómo salir de un dilema existencial. Tiene grabado un álbum de hip-hop vieja escuela, pero cree que con él no va a 'petarlo'. Dice que lo único que tiene ganas de hacer de verdad es rapear como lo hacía con dieciséis años. Pero se lanza a generar la fusión interestilística e intergeneracional de 'El Madrileño' para gobernarnos a todos, para atraernos y atarnos. Para trascender, vaya. Prefiere hacer algo 'importante' en lugar de seguir un deseo que quizá sea infantil, pero que se muestra muy real en el metraje.
La contradicción entre lo que quiere y lo que sabe que tiene que hacer se vuelve una constante a partir de ahí. «Estoy harto del C. Tangana marketiniano», dice el artista repanchingado en un sillón en pleno ataque de egotrip. «No me gusta esa imagen que dan de mí, lo de 'sabe muy bien lo que quiere' y todo eso, como si el marketing estuviera por encima de lo artístico en mi carrera. Eso me ha perjudicado, porque yo soy uno de los mejores artistas de mi generación, un artista como la copa de un pino». Poco después rebaja su propia condición de artista asegurando que es «un creador, no un intérprete», y llega a exclamar que la música no es lo suyo, en una autocondescendencia bastante irritante.
Esto último lo dice cuando, superado el reto de grabar el disco, se enfrenta al de defenderlo en directo. Ahí entra en pánico. Él sabía que después de la hiperbólica expectación desatada por su disco, al público mainstream no le iba a bastar una gira protagonizada por un chaval micrófono en mano en mitad de un escenario austero. Tenía que darles algo a la altura del hype, y eso no estaba a su alcance sin un poco de ayuda de sus amigos. No sólo porque no sea un intérprete, sino porque tiene auténtica fobia al directo. Normal, si no sabes cantar y temes que se te vea el plumero cuando tu voz sea el único reclamo y no suene como en el álbum. Así que sólo tenía una opción: rodearse de ciento y la madre en una puesta en escena llena de estímulos y supeditada a una realización de cámaras que impidiese al espectador centrar su atención en un solo punto. Él.
La 'tragedia' a la que alude el subtítulo del documental se desata cuando Pucho, que nunca parece tener suficiente, sigue añadiendo más y más elementos de distracción al show hasta romper el presupuesto. Y resulta bastante interesante verle sin su rictus de malote, agobiado de verdad y discutiendo amargamente con su equipo cuando todos empiezan a valorar la posibilidad de que el proyecto quizá no les salga a cuenta. Ahí está la virtud del filme: su intención de mostrar la vulnerabilidad de la gira y de sí mismo. Dos cosas que desde fuera creíamos cuasiperfectas.
Lo cierto es que tal como el documental presenta los pormenores de la construcción del concierto, parece un milagro que todo saliera bien. Pero el enfoque 'trágico' flojea cada vez más según va avanzando la gira, porque todo parece ir encarrilado mientras él sufre por una previsión inicial de pérdidas que poco a poco se torna un mal sueño. Él se queja de aspectos técnicos del 'bolo', dice que todo es un desastre, pero se suceden los 'sold outs' y las críticas halagadoras. Cuando llega el momento de viajar a Latinoamérica, el hecho de tener que reducir un poco el formato para ajustar números se presenta como un drama sideral, pero su público no parece notar nada y el 'Sin cantar ni afinar Tour' sigue su sendero de gloria hasta que en un momento dado, casi como por arte de magia, la gira ya es rentable y todo es de color de rosa. Para celebrarlo, Pucho, feliz como unas castañuelas, incluso acaba regalando anillos de diamantes a su círculo íntimo, a lo Georgina.
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No está bien jugar así con la mística del perdedor. Que esas historias se venden mejor que la de los ganadores, es de primero de cine. Pero tienen que ser reales al mil por cien, y cuesta demasiado creer que en el entorno de Pucho no estuviese clarísimo que dada su posición mediática -alcanzada en buena medida gracias al marketing-, el viento soplaría a favor con aquella gira. Tampoco está bien intentar marcarse un 'Ziggy Stardust', insinuando que el tour ha sido en realidad una excusa para matar a C. Tangana. «Ahora se va a dedicar al cine», asegura su madre al final del documental, donde también se le escucha a él decir que igual no hace «más música». Podría ser, si Pucho no se ve capaz de afrontar el miedo a haber hecho (ya) su mejor disco. «Ahora a lo mejor ya voy para abajo, para abajo, hasta convertirme en jurado de La Voz», suelta socarrón. Pero eso no lo veremos. Tiene demasiada ambición.
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