Segunda Guerra Mundial
El infierno de las españolas en los campos nazis: «Les inyectaban raras sustancias en el útero»
Mónica G. Álvarez repasa, con testimonios de primera mano, la biografía de una docena de republicanas presas en Alemania

La mañana arriba calurosa a pesar de que el reloj todavía no marca las nueve. El mayo madrileño huele ya a verano y los rayos de sol, algo maliciosos, obligan a entrecerrar los ojos. Con todo, Mónica G. Álvarez se presenta bien abrigada ... y pide un té. Gabán y una bebida hirviendo son lujos ínfimos en nuestra sociedad. Sin embargo, para las presas encerradas en el campo de concentración de Ravensbrück eran un auténtico tesoro. La periodista y escritora vallisoletana lo sabe bien, pues lleva dos años investigando once historias de españolas que sobrevivieron a aquel infierno; uno helado. «Llegaban con lo puesto, les daban un pijama y, con él, debían soportar temperaturas de veinte grados bajo cero», explica a ABC.
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Su nuevo libro, 'Noche y niebla en los campos nazis' (Espasa) ahonda en ese sufrimiento. Pero no es una mera enumeración de datos y biografías; es un canto a la vida que demuestra cómo el ser humano puede crear « redes de solidaridad » allí donde solo hay muerte y un testigo de que «hubo unas cuatrocientas españolas que pasaron por Ravensbrück por defender la libertad y enfrentarse al nazismo». A su vez, Alvárez considera que cada historia –todas ellas, narradas en parte por algún familiar o amigo de las protagonistas– esconde su moraleja. Alguna, tan sencilla como aprender de nuestros mayores. «La hija de Olvido Fanjul me confesó que se arrepentía de no haber escuchado a su madre. Le pareció muy triste que falleciese con el dolor de no haber contado lo que había pasado».
El puente de los cuervos
Tal y como desvela Álvarez, el título de la obra ('Noche y niebla') nace de la denominación que los nazis daban a las presas que estaban desahuciadas. «El destino de las ' Nacht und Nebel ' era la cámara de gas por su debilidad». Sin embargo, el libro bien podría haberse llamado españolas en la Resistencia francesa , pues la mayoría participaron de una u otra forma en las redes tejidas contra Adolf Hitler al norte de los Pirineos.

Braulia Cánovas , sin ir más lejos, escondía a exiliados perseguidos por el régimen nazi y les ayudaba a cruzar la frontera. Y Mercedes Núñez militaba en la 5ª Agrupación de Guerrilleros Españoles. «Tenían sentimientos muy arraigados de libertad porque habían combatido en la Guerra Civil y querían luchar contra el totalitarismo», añade.
Aquello les costó ser cazadas por la Gestapo y acabar en el campo de mujeres de Ravensbrück, más conocido como 'El puente de los cuervos' . Con alguna salvedad como la de Olvido, capturada en Leningrado , la mayor parte fueron trasladadas en trenes de ganado desde Francia hasta Alemania. «No había ventilación, estaban hacinadas y solo disponían de un cubo para hacer sus necesidades».
Ya en su triste destino, algunas fueron sometidas a crueles experimentos . «A Alfonsina Bueno le inyectaron una jeringa con una extraña sustancia en el útero. Otras fueron 'vaciadas' para que no se quedasen embarazadas tras ser violadas. Pobrecitas». La última es la palabra que más repite Álvarez a lo largo de la entrevista. Es lógico porque, según afirma, ha compartido lágrimas con los familiares de las protagonistas.
Resistir la barbarie
Estas mujeres solo pudieron soportar la dura vida de Ravensbrück, así como la de otros tantos campos a los que fueron deportadas luego, gracias a la solidaridad y al amor que se profesaban entre ellas. «Se unían en grupos de cinco o seis. Los testimonios dicen que una hacía de madre. Distribuía la comida, la ropa… Todas recuerdan que se abrazaban mucho para sentir que no estaban solas ». De esta guisa resistieron las continuas palizas y el hambre. La máxima era salvar a la más débil, para la que reunían desde chuscos de pan, hasta la sopa aguada que les entregaban de vez en cuando. «Cuando alguna no quería comer porque estaba deprimida, el resto le tapaban la nariz y le introducían margarina en la boca para que no desfalleciera».
Lo más llamativo es que las presas no solían pensar en sus esposos e hijos. O, al menos, no como una suerte de morfina que les ayudase a resistir aquella locura. « Lise London explicó que, si lo hubieran hecho, se habrían venido abajo. Solo tenían en la mente aguantar ante el enemigo. La familia en la que se apoyaban eran sus compañeras».

Las fechas en las que abandonaron los campos de concentración son tantas como historias diferentes esconde este libro. Y lo mismo pasa con sus destinos una vez que consiguieron la libertad. Varias intentaron regresar a España, pero su pasado republicano las condenó al ostracismo. Otras, una buena parte, prefirieron quedarse en Francia. «El final de algunas fue muy triste. Alfonsina falleció en su casa con una demencia brutal, rodeada de gatos e inmundicia. Nunca quiso hablar de lo que había sucedido. Huyó de las atrocidades y, en el camino, acabó peleada con su hija».
Lo que todas tienen en común es la falta de reconocimiento en su país de origen. «Este libro es un tirón de orejas a todos los gobiernos españoles por olvidarlas. Hoy sigue habiendo dos Españas, pero, para mí, solo debería existir una: aquella en la que cabemos todos. Cada uno con sus virtudes y defectos».
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