Segunda Guerra Mundial
Antony Beevor: «Hitler nunca fue un gran estratega, pero sí un matón muy astuto»
El historiador cambia la pluma por el pincel en «Segunda Guerra Mundial. Una historia gráfica»

A sus más de setenta años, Antony Beevor , el gran cronista de la Segunda Guerra Mundial, ha optado por reinventarse una vez más. El historiador, que ya moldeó en su momento la forma de transmitir el conflicto que sacudió Europa a partir de ... 1939, ha abrazado ahora las nuevas narrativas y ha prestado sus extensos conocimientos para alumbrar «La Segunda Guerra Mundial. Una historia gráfica» (Pasado y Presente). Una obra que se apoya en las ilustraciones, «más sencillas de recordar que un texto objetivo», como él mismo explica, para acercar a las nuevas generaciones la verdad de la contienda y desterrar los mitos que todavía existen sobre personajes como Adolf Hitler , un pésimo estratega, pero «un matón muy astuto».

La obra, un ensayo gráfico ideado por el editor Gonzalo Ponzón , ofrece unas 2.000 ilustraciones elaboradas por Eugènia Anglès y promete poner imágenes a eventos que han quedado difuminados con el paso de los años. Desde el gueto de Varsovia , hasta los estragos que sufrieron los civiles. Así, el historiador traslada a sus seguidores al corazón de un conflicto de claros y oscuros en el que, como sucede hoy con la pandemia , «la muerte empezó a verse como una lotería impredecible».
-¿Qué supone para un historiador tradicional publicar un libro gráfico?
Debo de confesar que es un sentimiento raro. Me llama la atención la forma en la que progresamos hacia una sociedad post-alfabetizada donde las imágenes son las que mandan. Pero siento que es un mundo que no tengo controlado del todo.
.¿Las nuevas generaciones entienden mejor las imágenes que los textos?
Sospecho que son más fáciles de recordar que un texto objetivo y, puesto que los jóvenes son bombardeados por las redes sociales, se sienten más atraídos hacia las imágenes que hacia datos específicos, a los que, piensan, pueden tener acceso siempre que quieran. El único peligro es que confundan la información, que es instantánea, con el conocimiento y el juicio, que necesitan construirse con el tiempo.
-¿Vivimos un presente peligroso por la pandemia?, ¿ve una incertidumbre económica similar a la de los años 30?
La historia nunca se repite y, aunque puede haber similitudes, no deberíamos usarla como un mecanismo de predicción. La pandemia ha sido un terrorífico acelerante del mecanismo lógico al que la sociedad ya se dirigía: el refuerzo del excesivo empoderamiento de los gigantes tecnológicos. Muchos han hecho paralelismos con la Segunda Guerra Mundial, pero siempre es engañoso. La única conexión es que, tras la Guerra Fría, nos hemos convertido en una sociedad que evita cualquier riesgo físico; pero ahora, hay que volver a ver la muerte como una lotería impredecible.
-En su libro recoge los enfrentamientos entre chinos, japoneses y soviéticos antes de 1939. ¿Era la guerra, entonces, inevitable?
A los historiadores nos han enseñado que nunca debemos decir que un hecho fue inevitable, ya que es algo que solo se puede saber con posterioridad. Pero es difícil creer que podría haberse esquivado el conflicto cuando el dictador con el mejor ejército del mundo estaba empeñado en que hubiera una guerra. Era imposible que no se sucediera algún tipo de enfrentamiento en Europa debido a que una gran cantidad de etnias minoritarias habían quedado atrapadas en los lados equivocados de las fronteras durante el periodo de entreguerras, pero la lucha fue tan cruel y sanguinaria por culpa del nazismo.

-¿Fue Hitler el gran estratega que todos creemos?
Hitler nunca fue un gran estratega. Sin embargo, fue brillante detectando las debilidades de otros, lo que demuestra que fue un buen “matón” al comenzar la guerra. Lo que sorprende es que luego se convirtió en un comandante en jefe desastroso porque se negaba a enfrentarse a la realidad. Stalin, en cambio, fue funesto entre 1941 y 1942, pero aprendió de sus errores y se convirtió en un general muy efectivo.
-¿Estaba Alemania condenada desde el principio por su falta de hombres y equipamiento?
La Alemania nazi se condenó a sí misma. Hitler y sus generales no supieron aprender de las lecciones de la guerra Chino-Japonesa. Cuando una nación invadida, como la Unión Soviética, es atacada por un país mejor armado y más preparado, su ejército se puede retirar hacia su masa continental. Eso permite al defensor acumular tropas en un punto determinado y desalienta al conquistador, que pierde el impulso inicial y no tiene efectivos suficientes para controlar y mantener el territorio.
-¿A quién le debe más Europa, a EE.UU. o a Rusia?
La paradoja fue que la parte oeste de Europa fue liberada a costa de que la este fuera abandonada a una nueva dictadura. Con la estrategia militar acordada en la conferencia de Teherán a finales de 1943 no cabía otra manera de proceder. Fue política real. La respuesta es Estados Unidos, aunque la Unión Soviética rompió la retaguardia de la Wehrmacht a costa de un, a veces, innecesario sacrificio.

-Se habla mucho sobre la barbarie alemana, pero poco sobre las atrocidades perpetradas por los japoneses en China en los primeros meses de la guerra…
No solo en los primeros meses. Las atrocidades continuaron durante el transcurso de la guerra con torturas, violaciones, experimentos médicos en prisioneros e, incluso, canibalismo ordenado desde Tokio bajo el eufemismo de lograr la “auto suficiencia”. Una de las razones subsidiarias de por qué la bomba atómica estuvo justificada para finalizar la guerra de manera rápida fue que más de 400.000 asiáticos fallecían por inanición cada mes debido a la ocupación japonesa y al robo de comida y recursos.
-¿Considera Hiroshima y Nagasaki actos terroristas?
La paradoja es que la caída de las dos bombas atómicas salvó muchas más vidas de las que quitó. Los registros muestran que fue su efecto el que logró que Hirohito aceptara las exigencias de la Conferencia de Postdam, y no la declaración de guerra de los soviéticos ni la invasión del norte de China. El final súbito de la contienda, al que se oponía vehementemente el ejército hasta el punto de intentar dar golpe de estado para evitar la alocución final del Emperador, no solo salvó medio millón de vidas aliadas que se habrían perdido en la invasión del archipiélago nipón, sino también a 18 millones de japoneses civiles llamados a filas para componer la milicia kamikaze.
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