«Paco de Lucía era un tormento silencioso cuando componía»
Su viuda, Gabriela Canseco, y su hija, Casilda Sánchez, recuerdan al genio antes del homenaje en el Teatro Real, el 30 de julio, con el que varias de las leyendas que le acompañaron darán el pistoletazo de salida a la fundación que lleva su nombre

Asegura Casilda Sánchez que su abuelo, el también guitarrista Antonio Sánchez Pecino, lo pasó «muy mal»: «Se quedó huérfano con 8 años y se crió prácticamente solo, con unas tías que le llevaban comida. De mayor, en la posguerra, dormía solo la hora ... de la siesta. Por la noche tenía que tocar en las fiestas de señoritos, donde no siempre cobraba, y cuando amanecía, se iba directo a vender lo que podía al mercado. Trabajaba como una bestia para llevar comida a casa, al igual que mi padre después».
Esa es la razón de que, cuando recibió la llamada del premio Príncipe de Asturias de las Artes en 2004, poco antes de subirse al escenario en Jimena de la Frontera (Cádiz), de quién primero se acordó Paco de Lucía fue de su familia: «Me siento orgulloso por ellos, porque mi padre me compró mi primera guitarra de niño como último recurso para subsistir, porque estábamos hambrientos».
A continuación, el guitarrista algecireño subrayó emocionado que el galardón no era suyo, sino «un reconocimiento oficial a una música maltratada». «Aunque Paco contribuyó a cambiar eso, aún sentía que el flamenco no tenía el prestigio del jazz. ¡Y no lo tiene! El jazz, la música clásica y el blues son respetados en todo el mundo a un nivel al que el flamenco no ha llegado. Falta un empujón, incluso en España. Ese es nuestro mensaje», comenta su viuda, Gabriela Canseco, sobre la fundación que presentó en septiembre junto a Casilda y Lucía Sánchez, hijas del primer matrimonio del artista.
El pistoletazo de salida será 'Infinito', el espectáculo-homenaje que el 30 de julio recibirá el músico en el Teatro Real de Madrid, dentro del Universal Music Festival, ocho años después de su inesperada muerte en Cancún. En él habrá música, baile, grabaciones inéditas y un viaje por los distintos estilos que transitó Francisco Sánchez Gómez, nombre real del guitarrista, en su continua ampliación de las fronteras del flamenco. Estarán amigos como Miguel Poveda, Mariza, Sara Baras, Niña Pastori, Farru, Jorge Pardo, Carles Benavent y los compañeros de aquel trío revolucionario de finales de los 70: John McLaughlin y Al Di Meola. Y, además, los cinco hijos de sus dos matrimonios, que se han volcado en el evento.

—¿El flamenco salvó a la familia Sánchez?
—Casilda Sánchez: Era una familia muy humilde y mi abuelo tenía que tocar todas las noches para llevar pan al desayuno. Por eso mi padre desayunó pan con aceite toda su vida.
—Gabriela Canseco: Paco siempre decía que el mayor estímulo para hacer algo es la necesidad de comer. Y que para su aprendizaje fue muy importante que de pequeño tuviera la necesidad de ganar dinero para la familia. No tenía más opción que tocar, fue su estímulo.
—Siendo tan reservado. ¿Qué creen que les diría si les viera organizar este homenaje?
—G. C.: No sé, pero es verdad que era muy tímido. Le costó mucho ir a recibir el Príncipe de Asturias. Si pudiera, no habría ido. No le gustaba hablar en público, pero acudió porque iba en nombre del flamenco.
—C. S.: Él habría disfrutado más viendo el concierto entre el público, sin ser reconocido. Cuando yo tenía 16 años, a mi padre se le quedó enganchado un dedo en una roca mientras buceaba en Brasil y casi se quedó sin él. Le tuvieron que coser los tendones y reconstruírselo. Los médicos dijeron que era muy difícil que recuperara la movilidad y volviera a tocar, pero se recuperó en diez meses. Siempre contaba que aquella época fue la más divertida de su vida, porque nadie esperaba que tocase al llegar a una fiesta. Le encantaba escuchar a los otros. Si no hubiera podido volver a tocar, lo mismo habría sido una liberación para él [risas].
—Y ahora tiene hasta fundación. ¿Cuándo surgió la idea?
—C. S.: Poco después de su muerte ya tuvimos claro que haríamos algo con su legado, pero tardamos mucho en decidir qué podíamos aportar. Antes de la pandemia llegamos a la conclusión de que debíamos cubrir lo que él habría querido hacer en sus últimos años: enseñar. Siempre decía que le daba mucha rabia que Andrés Segovia no hubiera ayudado a los músicos jóvenes. Tenía esa idea en la cabeza y nosotros queremos darle continuidad.
—¿Por qué creía que tenía que ayudar a los jóvenes?
—G. C.: Pensaba que había tenido suerte. Cuando veía a gente tocando en la calle, se quedaba un rato mirando y decía: «Yo podría ser ese». Era muy consciente de los grandes guitarristas con talento que no tenían con qué llenar la nevera.
—C. S.: ¡Eso lo decía siempre! Las palabras son textuales. Le conmovía mucho que hubiera guitarristas muy buenos sin nada que llevarse a la boca o que hubieran tenido que dejar de tocar al no poder vivir de ello.

—¿Quieren decir que él habría preferido que la fundación se preocupara más del futuro del flamenco que de su legado?
—G. C.: Seguro. La idea de la fundación es seguir la idea de Paco, que era impulsar el flamenco.
—¿Cuándo se percataron de su relevancia cultural? No sería fácil como hija o esposa…
—C. S.: En mi caso fue progresivo. De pequeña supe pronto que era famoso, porque siempre que salía con él se armaba el follón. Todo el mundo se le quedaba mirando o le pedían fotos. Luego empecé a notar que no le trataban como a un músico conocido más, sino que le reverenciaban.
—G. C.: Yo lo conocí fuera de ese contexto, en México, donde no era como en España. Allí estaba mucho más tranquilo, por eso iba. Cuando nos mudamos a España, sin embargo, me impresionó lo solicitado que estaba. Todo el mundo quería pasar un rato con él y no tenía tiempo para todos. Ahí me di cuenta de su dimensión real.
—¿Y cómo era en la intimidad?
—C. S.: Había muchos Pacos. Uno que se reía con la curiosidad de un niño y otro que parecía un sabio milenario que decía cosas como de Séneca, sintetizando ideas complejas en una frase precisa. Había también un Paco atormentado que entendía la creación como un sufrimiento y otro al que le gustaba tomarle el pelo a la gente. Tenía muchas personalidades.
—G. C.: En un día podía pasar del tormento a la felicidad más absoluta... ¡Una montaña rusa!
—¿Cómo vivían ustedes ese tormento creativo?
—G. C.: Era un tormento silencioso. No molestaba a nadie, pero se lo notabas. Subía del estudio y la comida le sentaba mal por los nervios.
—C. S.: A veces componía algo por la noche que le había parecido una maravilla y, por la mañana, decía: «¡No vale nada!». Entonces se desataba la tormenta. Le veía dormido en el sillón y notaba lo nervioso que estaba porque movía los dedos en sueños como si estuviera tocando la guitarra [golpea los dedos en la mesa en un repiqueteo continuo]. Otras veces le hablabas y, de lo nervioso que estaba pensando en la composición, ni te escuchaba.
—G. C.: Quería siempre que todo fuera mejor y mejor. En esos momentos se le ponían los ojos redondos y parecía que se le daban la vuelta. ¡Literalmente! Como si estuviera en trance.
—¿Se encerraba mucho a tocar la guitarra en casa?
—C. S.: Cuando estaba preparando un disco, sí. Si no, se podía pasar meses sin sacarla del estuche. No he visto a ningún guitarrista que pudiera pasar tanto tiempo sin tocar y se recuperara tan rápido.
—Siendo tan perfeccionista, resulta extraño.
—G. C.: Porque buscaba la perfección en la composición, no en la técnica, pues tenía unas condiciones fuera de lo común en este sentido. Cuando tenía un concierto, de hecho, tenía que aprenderse sus temas de nuevo porque se le olvidaban. Y ensayaba dos semanas antes para hacerse callos en los dedos y que no le sangraran. Odiaba tener que hacer eso.

—¿Qué va a hacer la fundación con todas las guitarras, imágenes, grabaciones y documentos que conserva de él?
—G. C.: Uno de nuestros proyectos más importantes es crear un archivo con todo eso, en el que ya estamos trabajando con la Universidad Autónoma de México y la de Brasilia.
—¿Han recibido algún tipo de ayuda por parte del Ministerio de Cultura u otro organismo público?
—C. S.: Ninguna. Solo del Ayuntamiento de Algeciras, que está creando un centro de interpretación sobre la obra de mi padre. Y el de Palma de Mallorca, que puso dinero para organizar un festival con su nombre que va a celebrar su segunda edición. Más allá de eso, nada. Nos hemos reunido con muchos representantes públicos y no les ha interesado. Nos llegaron a decir que fuéramos a la Junta de Andalucía que es «más folclórica». La frase es literal.
—G. C.: ¡Ten cuidado!
—C. S.: No me importa, no diré quién la dijo. Y eso que nos citaron ellos. Frases así, tan irrespetuosas y paletas… en fin.
—¿Cuáles son los proyectos más inmediatos?
—C. S.: Queremos que el Centro de Interpretación Paco de Lucía de Algeciras sea como la Casa Encendida de Madrid. Un centro vivo donde aprender flamenco, dar conciertos y grabar música. Por otro lado, trabajamos para que el archivo sea el germen de una futura casa del flamenco en Madrid, que ayude a la gente joven, sea un punto de encuentro de talento y, sobre todo, que se convierta en un centro de investigación que aglutine toda la información no solo de Paco, sino de toda la historia del flamenco.
—Es un proyecto ambicioso…
—C. S.: Sí. También estamos trabajando con uno de los patronos de la fundación, Federico Linares, presidente de la consultora EY, que está realizando un informe sobre el impacto económico y social del flamenco, dentro y fuera de España, para averiguar lo que genera y lo que podría generar si las instituciones se implicasen. En el flamenco nunca se ha hecho.
—¿Que el homenaje sea en el Palacio Real era importante?
—G. C.: Sí, no pensamos en otro sitio, porque su concierto allí en 1975 fue clave para el flamenco al entrar por primera vez en los grandes teatros españoles reservados a la música clásica. Paco no le dio importancia personal, pues había tocado ya en otros teatros importantes del mundo como el Carnegie Hall. No tenía ego y, de hecho, jamás me habló de ese concierto.
—C. S.: Nunca hablaba de sus hitos. Si le preguntaba al regresar de un concierto importante, siempre respondía en broma: «Bien, parece que siguen tragando». Y nada más.
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