HISTORIAS ANTICLIMÁTICAS
Media naranja libre de emisiones
La escritora y periodista Karina Sainz Borgo comienza una serie de relatos en ABC Cultural para disfrute de sus lectores

El abuelo de Greta Thunberg entró al bar con paso firme, guapo e infalible como un tenedor biodegradable. El Calentamiento era un garito de veteranos y lugar de ligoteo de la Cumbre de Compatibilidad Climática, que año tras año reúne a personas de todo ... el mundo que buscan su media naranja ecológicamente responsable. Él había viajado a la edición de Copenhague, Ginebra, Londres y ahora probaría suerte en Madrid.
—Una cerveza ecológica, ¡bien fría! —ordenó en un español bastante correcto.
—Sólo tenemos de la normal -contestó un chico con una camiseta de AC/DC.
Desconcertado, el abuelo de Greta Thunberg se levantó del taburete y sacudió al camarero dándole tirones. Temiéndose lo peor, los parroquianos escondieron sus pajitas plásticas.
—He venido desde Ámsterdam hasta aquí, para consumir responsablemente.
El muchacho se aclaró la garganta, como si fuese a escupir un gargajo de miedo.
—Quiero la cerveza ecológica más fría de todo el puto Madrid, ¿entiendes?
Miró su reloj, irritado. Mariposilla33 jamás lo había hecho esperar en sus citas virtuales. «¿Por qué lo hacía ahora?» Gruñó, asqueado, hasta que entró ella. Era la mujer ecológicamente más bella que había visto jamás. Tenía la piel bronceada y una mochila grande como una giba acoplada en su espada. Era más guapa que en su foto de perfil y bastante más joven, constatación que envolvió el abuelo de Greta Thunberg en una bolsa de amor propio, el líquido amniótico de su hombría. Se dirigió a ella, cortándole el paso.
—¿Me buscas a mí?
—Busco el baño —lo miró de arriba abajo.
—Eres Mariposilla33, ¿verdad? ¿Te pido algo de beber?
La vio alejarse. «Ah, mujeres duras las hispanas». Vigiló su paso por la sala y la alcanzó en tres zancadas.
—¿Te vas ya? ¿Así?
—Mi tren está por salir.
—Viajas en tren, claro, ¡por el medio ambiente!
—No, porque estaban rebajados.
—Mariposilla33…
—Deja de llamarme así.
—¿No te acuerdas de nuestros chats del Tinder para veganos?
Salió tras ella, desesperado. Corrió esquivando obras y taladros. Vagó durante una hora, siguiendo el rastro de una mujer de la que ni siquiera sabía el nombre. Ridículo, compadeciéndose de sí mismo, pensó en abandonarlo todo y comerse un filete con patatas, hasta que ocurrió el milagro. La encontró, en un bar peruano de Plaza Castilla.
Salió tras ella, desesperado. Corrió esquivando obras y taladros
—¡Mariposilla33! ¡Has vuelto!
La mujer resopló.
—¿Tú otra vez?
—¿Qué ha pasado?
—He perdido el tren. Y el próximo no sale hasta dentro de dos horas.
—¿Ya has ordenado? —miró el local con asco y estupor— ¿Qué te traigo?
—He pedido una cerveza, pero puedo beber otra.
—¿Cómo la prefieres? ¿ecológica, orgánica?
—Fría.
Ella comenzó a mordisquear unas patatas, mientras él carraspeaba.
—Mariposilla33, ¿quieres ir a otro sitio? Aquí no hay nada que puedas comer.
Lo miró, sorprendida.
—Acabo de pedir media de croquetas.
La chica cogió el envoltorio plástico de un paquete de tabaco y lo arrojó al suelo.
—¿Qué haces? ¡Eso va en el contenedor amarillo!
El abuelo de Greta Thunberg dudó de que ella fuera la mujer con la que chateó durante meses. La Mariposilla33 que él conocía sólo se alimentaba de semillas de chía.
-Y tú, ¿qué quieres comer?
El hombre vaciló. Sus ojos pardos, tan grandes e inquietos, con su maquillaje no biodegradable le robaron el habla. El camarero trajo una fuente con algo que parecía una salchicha empanada.
—Sí, bueno uno de esos… —dudó— ¿Tienen carne?
—Jamón —contestaron a la vez.
Sacó de su bolsillo un billete de cincuenta euros.
—No hace falta… —lo interrumpió ella— invito yo.
Él pensaba pagar sólo lo suyo, pero no dijo nada. Sentado ante una pizarra llena de recetas de grasas saturadas, la vio dar mordiscos vigorosos y chuparse los dedos pringados de aceite.
—¿Has venido tú también a la convención?
—¿Cuál convención?
—La de compatibilidad climática.
Mariposilla33 jamás lo había hecho esperar en sus citas virtuales
—¿Y eso qué mierdas es?
—Guardó silencio, arrepentida de su zafiedad
—Es para saber si dos personas tienen el mismo grado de compromiso ecológico antes de continuar una relación.
—Ya…
—Tú no eres Mariposa33, ¿verdad?
Negó con la cabeza.
—Soy estudiante del doctorado de Historia. He venido a la Biblioteca Nacional. Vuelvo a Aranjuez esta noche.
Él parecía a punto de sufrir un brote. ¿Cómo alguien cuya huella de carbono sobrepasaba una hectárea podía ser tan guapa? Miró el móvil. Tenía cinco videollamadas perdidas de Mariposilla33. ¡La verdadera Mariposilla33! «Estoy en El Calentamiento. Me aburro. ¿Te has marchado? Está a punto de comenzar la sesión de zumba climático».
Él levantó la mirada.
—¿Cuál es tu nombre?
—¿Te vale Carbono89? ¿Y el tuyo?
El hombre rio por primera vez en toda la tarde. Probó una croqueta. No estaba tan mal, después de todo.
—Yo soy el abuelo de Greta Thunberg.
Miró la pantalla de su móvil. Podía regresar al Calentamiento, hablar con Mariposilla33 y hacer como si nada hubiese pasado. Volvió a pasar el camarero peruano, esta vez con dos tercios fríos de cerveza y una ración de anticucho.
—Antes de que preguntes —Carbono89 se inclinó sobre la mesa y señaló el plato— eso es corazón encebollado.
Poseído por los ojos pardos, el abuelo de Greta Thunberg sintió una intensa necesidad de contaminar, comer casquería y blasfemar.
Ella perdió el tren esa noche. A él todavía le huelen las manos a cebolla.
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