día internacional de la mujer
Las aceituneras de Dos Hermanas: ejemplos del pasado, referentes en el presente y precursoras del futuro
Carmen, Pepa, Isidori, Ana y Eduarda recuerdan cómo era su trabajo en los almacenes hace más de medio siglo
Las aceitunas, fruto por excelencia de Dos Hermanas, protagonistas de la «Tardevieja» nazarena
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De izqda. a dcha., Pepa Garrido, Ana Román, Eduarda Carrasco e Isidori González, rellenadoras en los almacenes de aceitunas
Desde el siglo XX comenzaron a darse pasos al frente para la igualdad con el hombre. De hecho se estableció un día dedicado, primero a la Mujer Trabajadora que luego derivó en el Día Internacional de la Mujer, que se celebra hoy.
Sin embargo, hace muchos años, más de un siglo, que las mujeres de Dos Hermanas fueron las artífices del crecimiento económico de la localidad, los pilares en los que se sustentaba el capital del pueblo y quienes mantenían los hogares con sus jornales. Ellas trabajaban en los almacenes de aceituna, ejerciendo profesiones y puestos que hoy ya no existen, y convirtiéndose, sin saberlo ni ser conscientes de ello, en las bases de una revolución que llega hasta nuestros días.
Era una época en la que como dicen «había que trabajar» y el lugar para hacerlo eran los almacenes de aceituna.
9 años tenía Pepa Garrido Caro – hoy tiene 90- cuando entró de 'Niña del suelo' en el almacén de Cabezuelo. «Lo que hacía era recoger las aceitunas que se caían cuando se echaban en la mesa para que la maestra las viera y decidía si servían o no», apunta. Con 12 años comenzó Eduarda Carrasco Vargas – ha cumplido ya 78- también como 'Niña del suelo' en la Huerta Casanova. «No tenía ni faldilla ni nada, me la hicieron más tarde pero empecé a trabajar», señala.
Esa era una de las primeras tareas en la que se podía empezar a trabajar para luego subir de categoría. En su caso ambas fueron rellenadoras, al igual que Isidori González Escobar -que con 13 años fue tapinera en Cabezuelo para pasar al otro puesto en León y Cos, y Ana Román Gómez – de 80 años- que fue con 12 años que ella si se inició directamente en el arte del rellenado en el almacén de 'Pepito Gorrión'.
Carmen Reina Jiménez tiene 86 años y desde los 16 años trabajó como deshuesadora, primero en Lissén y luego en El Arsenal. «Mis hermanas estaban allí y tiraron de mí; probé de rellenadora pero no me gustaba y pasé a deshuesar», cuenta.
Las aceitunas, gordales y manzanillas, primero había que deshuesarlas y luego se rellenaban, principalmente, de pimientos aunque también de anchoas – a las que había que quitar las espinas-, almendra, pepinillo, cebollita,… Su calidad era tal que Dos Hermanas fue pionera en la exportación de este producto a Estados Unidos.
Carmen Reina Jiménez, a sus 86 años, recuerda perfectamente su trabajo como deshuesadora en los almacenes de aceituna
Por cuenta
Las rellenadoras y las deshuesadoras trabajaban 'por cuenta', es decir, que tenían un jornal diario variable, al finalizar las horas de trabajo y ganaban en función de los platos que habían pesado. «Un plato lleno, que antes veía la maestra, era una ficha», recuerda Ana, «y después íbamos a la ventanilla, entregábamos las fichas y nos daban el dinero». Carmen que era deshuesadora tenía otro sistema: pesaban los huesos, le daban un papel y pasaba a cobrar.
El ritmo de trabajo era frenético para conseguir más salario y como apunta Isidori «no íbamos ni al servicio, esperábamos a que diera la hora de la comida y entonces íbamos porque si no perdíamos tiempo». El almuerzo la mayoría lo tomaba allí, si el almacén estaba lejos de casa, y compartían una gaseosa o agua: su comida y la copita de cisco eran sus complementos diarios. «Me acuerdo cuando salió la Coca-cola, llevaron al almacén y no nos gustaba al principio, acostumbradas al sabor del sifón», indica Eduarda.
El ambiente de trabajo en las mesas solía ser bastante bueno y escuchaban música, , se reían y llegaban a hacerse amigas. También, como cuenta Pepa «algunas veces competíamos o nos quitábamos unas a otras un puñado para rellenar el plato». Carmen indica que existía «mucho compañerismo y si veíamos que alguien le iban a reñir le echábamos un 'puñaíto', hoy por ti y mañana por mí». Esta idea también la comparte Ana.
Así las había «más larguitas» – término que se empleaba para las que iban rápido y ganaban bastante al día- y menos. «Un día mi suegro, que trabajaba en Los Amarillos, cuando le dije lo que había ganado me contestó que yo ganaba más que él», recuerda Carmen riendo. Y es que los sueldos del campo o del trabajo de los hombres eran bastante inferiores a los de las mujeres.
Cuando terminaba la jornada en los almacenes, las mujeres se dirigían a sus casas a entregar lo ganado en sus casas, a sus madres, y las que estaban casadas, aprovechaban para hacer la compra. De esta forma, si un día se ganaba más pues se podían adquirir unos alimentos y si había menos, pues otro tipo. «Yo me acuerdo de las freidurías, friendo el pescado a la hora de salir nosotras y la gente llevándose los cartuchos», rememora Ana.
El trabajo tenía que ser minucioso y estar bien hecho; además, había normas que se debían cumplir y si no «te arrestaban, que era estar dos o tres días en tu casa sin ir a trabajar y sin cobrar el jornal», relata Carmen aclarando que nunca vivió esa situación.
Ana Román junto a su madre en una imagen en el almacén de aceitunas trabajando
Velar
Una vez concluidas las ocho horas de trabajo había momentos en los que se necesitaban más manos e iban a 'velar', es decir, a hacer horas extras, en un almacén u otro para ganar más dinero ya que este tiempo se pagaba mejor: en ocasiones «no te podías negar a trabajar más», afirma Carmen. «A veces echábamos más horas y al salir íbamos a comprarnos un helado o un dulce», explica Isidori.
Con el jornal también había que juntar para al ajuar que se compraba a las diteras, que se iban a la puerta de los almacenes a vender toallas, sábanas, etc en la sevillana Nueva Ciudad.
Respecto a momentos inolvidables Eduarda recuerda que en los almacenes repartían regalos de Reyes y Pepa, cómo hacían la Comunión en los mismos. «Había un día y nosotras adornábamos la mesa, íbamos más arregladas,…»
La mayoría de quienes trabajaban en los almacenes reconocen que aunque no tenían lujos vivían bien y que claramente ellas y sus madres llevaban las casas económicamente. Cuentan que los hombres trabajaban en el campo y si llovía, por ejemplo, no cobraban mientras que el almacén era trabajo fijo y diario.
Carmen Reina, a la izquierda con algunas compañeras del almacén
Aceituneras y amas de casa
Y una vez que llegaban del almacén había que hacer la faena de la casa: lavar, limpiar, cocinar, etc . «Mi madre decía que lo que se hace de noche, por la mañana amanece», afirma Pepa por lo que las jornadas eran larguísimas y la fuerza de la mujer, titánica.
Pese a la dureza del trabajo, con frío y con calor, estando sentadas sin respaldo y trabajando desde muy jóvenes todas están muy contentas y satisfechas de haber trabajado en los almacenes y lo recuerdan con cariño. «A mí me encantaba ir, no me despertaba mi madre sino que yo me ponía en planta cuando era la hora y hoy día hay veces que sueño que me tengo que ir a trabajar», explica a la par que con sus manos hace el gesto de cómo se rellenaba con pimiento a una velocidad que sorprende. «Mi madre era pescadera en la plaza pero nunca me gustó y prefería el almacén», apostilla Carmen.
Aceituneras, trabajadoras, amas de casa, cuidadoras y un largo etcétera de profesiones tenían las mujeres nazarenas, que sentaron los cimientos del crecimiento local, que pusieron a Dos Hermanas en el mapa económico y gastronómico internacional, que contribuyeron a la creación de riqueza y formaron familias que vinieron a multiplicar la población de entonces. Tapineras, deshuesadoras, rellenadoras, pesaoras, maestras,… Ellas son las precursoras del 8 de marzo y quienes, inconscientes pero encomiablemente, iniciaron un camino en el que todavía queda mucho por andar.
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