Iglesia en Sevilla
Retiros que despiertan vocaciones
El monasterio de la Visitación de las salesas ofrece cada mes un Magnificat para jóvenes
El modelo de apertura está dando sus frutos y va a replicarse en Madrid y Córdoba
Cinco muchachas en formación conviven en estos momentos con la comunidad religiosa

El monasterio de la Visitación en la plaza de las Mercedarias es un oasis en medio del desierto vocacional de los conventos de clausura sevillanos. Entre sus muros, reconstruidos tras la quema del 36, conviven con las religiosas salesas cinco jóvenes (entre aspirantes, ... postulantes y novicias) en diferentes grados de formación para sumarse un día a la comunidad.
¿Cuál es el secreto de las salesas? Su superiora, madre María Gabriela, de hermoso acento colombiano, lo atribuye al Espíritu Santo, claro está, y se limita a dar gracias por «los frutos» de los retiros Magnificat, que congregan a jóvenes de ambos sexos para echar la tarde del segundo viernes de cada mes en torno a la contemplación, la oración y la charla.
Una forma de abrir el monasterio para que las conozcan «ocultas en Cristo Jesús», como machaconamente insiste la superiora que las quería su fundador, el obispo ginebrino Francisco de Sales, patrón de los periodistas. Los frutos no han llegado de la noche a la mañana, todo hay que decirlo, pero la congregación se plantea replicar el modelo en Madrid y Córdoba. Y otras comunidades cenobíticas de Sevilla también han preguntado por la fórmula de los retiros juveniles que indudablemente están suscitando vocaciones.
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El padre Nelson Borges es capellán de las salesas desde hace tres años. Natural de La Guaira (Venezuela), vino a Sevilla para cuidar de su madre anciana y se encarga de la asistencia espiritual a la comunidad. Da cuenta de cómo surgió la idea a raíz de su llegada: «Ellas pensaban en hacer algo relacionado con la inquietud vocacional por las redes sociales, pero al final se decidieron por esto». ¿Y qué es esto?
Los retiros Magnificat promueven «la oración y la contemplación» a la vez que propician que «los jóvenes tengan un primer contacto con la vida espiritual», según el capellán. El esquema del encuentro es siempre el mismo: adoración del Santísimo meditada, tiempo de silencio, rezo de las vísperas, eucaristía y charla con alguna hermana en el locutorio.
El viernes de la semana pasada, 13 de diciembre, una veintena de jóvenes (predominantemente chicas) siguió el retiro, cuya meditación y homilía corrió a cargo del diácono Teodomiro Ortega, con fecha de ordenación sacerdotal prevista para el 14 de junio del año entrante. Juventud en el presbiterio, juventud en los bancos y juventud tras las rejas del locutorio.
Porque ese día comparecieron para la charla la hermana María Luisa (maestra de novicias) y Teresa Moreno (Sevilla, 1997), que en noviembre pasó al postulantado tras ingresar como aspirante el 29 de septiembre de este mismo año. Dentro de un año espera tomar los hábitos como novicia, sin la toca negra, para adentrarse en la vida de clausura. Pero ahora es un puro nervio que se mueve, presume de cruz al pecho, se agita, se agarra a la reja, ríe, bromea, hace chistes, evita los tacos («ahora digo 'vaya faena'», comenta divertida) y dice verdades de fe «en plan» para pensar, «en verdad», haciendo «spoiler»: tal como hablan los jóvenes, anulando la distancia con la que pueden llegar a ver la vida contemplativa.
Han venido algunas amigas para saludarse y besarse a través de los barrotes con una espontaneidad que rompe barreras desafiando la gravedad que uno imagina en una clausura. La 'hermana' Teresa, antigua alumna de la Compañía de María en el Porvenir, habla a borbotones sobre la espera de la Navidad y cómo preparar la «canastilla del Niño Dios» aprendiendo a escuchar el Sagrado Corazón de Jesús que late en el vientre de su madre en una imagen de innegable fuerza.
Salta de un tema a otro, aturullada pero sin perder el hilo. Lo mismo comenta cómo ha superado la adicción a la nicotina -«me fumé el último cigarro en la puerta el día de mi entrada en el convento»- o lo que echa de menos una cervecita de vez en cuando, que les manda «deberes de recatolización» a la veintena de interlocutores, sentados alrededor del locutorio y desparramados por el suelo con la mayor de las familiaridades.
«Esto es una locura, pero bendita locura», comenta en voz alta refiriéndose a su vocación contemplativa. Acudió a los retiros Magnificat para discernir si Dios la llamaba tras sendas experiencias misioneras en Perú y Cabo Verde, para lo que entonces se veía dispuesta: «Pero esto no iba de que yo eligiera, sino de abandonarte a lo que Él quiera; tal vez si hubiera sido misionera, el orgullo de ver cuánto valía yo para eso, no me hubiera hecho abandonarme en Él», reflexiona sobre su llamada después de acabar la carrera universitaria de dietista y empezar Medicina.
Ya le ha tocado vivir la primera muerte en el convento: la hermana María Rosa, de 94 años, que «tocaba la pandereta y los palillos como nadie», tercia la maestra de novicias delatando con el léxico su sevillanía. «Ojalá nuestras familias de sangre fueran como la comunidad, solo nos une Cristo», reflexiona la postulante Teresa, tocada con un velito que deja verle el flequillo. «Aquí dentro, me tomo el pulso -hace el gesto de llevarse los dedos a la muñeca- y me digo: soy el corazón de la Iglesia», bombeando oraciones.
El «pulmón espiritual de la sociedad» las llamó Benedicto XVI. Un pulmón que respira aires nuevos gracias a los retiros Magnificat que acercan a jóvenes a ese mundo escondido y distante de las clausuras monásticas. El monasterio de las salesas acoge también la Guardia de Honor del Sagrado Corazón, otro banderín de enganche para jóvenes comprometidos.
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