de la misa la media
'In ictu oculi': misa funeral por Enrique Valdivieso y Carmen Martínez
Iglesia en Sevilla
El catedrático de Historia del Arte, Enrique Valdivieso, y su mujer Carmen Martínez, profesora de Latín, fallecieron el pasado domingo por inhalación de humos producidos por un incendio doméstico mientras dormían

Misa funeral por Enrique Valdivieso y Carmen Martínez
-
Templo: iglesia del señor San Jorge del Hospital de la Caridad
-
Fecha: 4 de febrero
-
Hora: 10 horas
-
Asistencia: a rebosar, de pie en el atrio, más de trescientas personas
-
Preside: Juan Antonio Salinas Martínez
-
Ornato: sin flores
-
Música: ninguna
Un golpe de esquila del muñidor de la Santa Caridad es algo perfectamente serio. La procesión, rezando el miserere, avanza desde el patio para acceder a la iglesia por el sotocoro, donde las 'Postrimerías' de Valdés Leal reciben a los hermanos de luz ... que acompañan al difunto en su último viaje terrenal. 'In ictu oculi', en un abrir y cerrar de ojos, como dice San Pablo a los corintios, se pasa de la vida a la muerte. A veces, ni eso, y al descanso nocturno sigue sin pausa el sueño eterno.
¡Cuántas veces no habría ayudado a centenares de personas a contemplar los murillos, los valdés leal y las tallas de Roldán el catedrático Enrique Valdivieso! Y el martes por la mañana, comparecía por última vez, junto a su mujer Carmen Martínez, ambos con los pies por delante, en el catafalco cubierto con el escudo de la cruz sobre el corazón en llamas que lo acreditaba como hermano de la Caridad.
El profesor insigne que tantas horas había dedicado a estudiar y enseñar el programa iconográfico de la Caridad estaba allí de cuerpo presente. La sabiduría humana, la que acopió en los muchos libros que escribió, quedó de este lado mientras su alma (en un platillo de la balanza los pecados capitales; en el otro, la fe y las buenas obras) se sometía al juicio particular que Valdés Leal supo plasmar en 'Finis gloriae mundi'.
MÁS INFORMACIÓN
Aunque diera la impresión de que el celebrante, capellán de la hermandad, conocía de antemano el resultado del pesaje de sus almas y, confiado a la misericordia infinita de Dios, los situó en el cielo como «ángeles que han pasado haciendo el bien». Bien pudo ser un lapsus escatológico, como el de imputar al «apóstol San Juan» la frase de que en el atardecer de la vida nos examinarán del amor, que es de otro santo del mismo nombre, Juan de Yepes en el siglo.
Pero era por la mañana y los rayos de sol entraban oblicuos para posarse en las ramas de la encina de Mambré de 'Abrahán y los tres ángeles', del lado del Evangelio, uno de los murillos (en realidad, una copia porque el original lo rapiñó el mariscal Soult) que Valdivieso iluminó con su conocimiento exhaustivo.
Las misas exequiales tienen su propia dinámica en la que se enumeran las muchas virtudes terrenales de los finados y se confían sus defectos a la misericordia divina. Eso lo hizo bien el oficiante: «Aparte de sus méritos profesionales, personales o comerciales, eran buenas personas; y ahí nos quedamos porque todo lo demás pertenece a Dios». No hay juez más magnánimo por mucho que algunos ministros se empeñen en darle la tarea hecha.
Del «catedrático excelente de Historia del Arte» destacó que «pregonó y llevó a muchos sitios de España esta iglesia de la Caridad, especializado en las obras de Murillo, Valdés Leal y Pedro de Campaña a través de conferencias y tantos estudios sobre estas pinturas». De su mujer, la «afabilidad y su entrega generosa como profesora de Latín del IES Luca de Tena». Y del «benemérito matrimonio», que eran «personas de fe».
Los entierros de la Caridad son una inmersión en rituales del pasado: rezo del rosario antes de la misa, palabras de agradecimiento del hermano mayor tras el rito funerario, procesión de luz y colecta según la fórmula establecida: «Se os pide una limosna para enterrar a los acogidos en esta santa casa, Dios os lo pagará». También la oración de los fieles es propia, pues se implora la canonización del beato Marcelo Spínola y la beatificación de Miguel Mañara.
Fue el momento (algo inoportuno para solventar el despiste) en que el oficiante presentó a sus dos concelebrantes, el delegado diocesano de Pastoral Universitaria y el prior carmelita del Santo Ángel. A los que, por cierto, dio el cáliz para que comulgaran por intinción después de haber bebido de él. Ambos, revestidos con estolas desparejas: ¡qué difícil es ver un buen juego de casullas moradas en las exequias!.
La misa concluyó con una salve a la Virgen de la Caridad y el paso de los féretros portados en andas por la puerta principal del templo mientras se entonaba el salmo 117: «Mejor es refugiarse en el Señor que fiarse de los hombres».
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete