Reloj de arena
Gerardo Ortega Rodríguez: el punto G de la dolce vita
Primo de David Summers, le llamaron el quinto hombre G y fue actor de la película 'Sufre mamón'
Antonio Ruiz: valió la pena

Ganadero de reses bravas, su cortijo en Santa Olalla es toda una declaración de principios. Si se sitúa frente a la chimenea, tan requerida en estos días de fuego, libro y copa de Oporto, verá plasmada sus pasiones. A un lado la cabeza disecada de ' ... Clavellino', el toro que le facilitó la salida por la Puerta del Príncipe a Salvador Cortés. Y del otro, los amplificadores, las guitarras eléctricas, un rack móvil y una mesa de sonido de 16 pistas y 2.000 watios, que cuando mete tralla le ladran los perros. No sé si también, por algún vericueto cortijero, tiene algunas de las tablas o prendas surferas de aquella tienda que abrió en Los Remedios, 'Surfers killer'. Pero el caso es que en la pared que les refiero está, concentrada, como si fuera la entradilla de una notica, la razón de ser y vivir de este sexagenario que protagonizó una juventud en el punto G de la fama y la dolce vita.
Tal vez por efectos de la resaca de aquella época juvenil, donde fue actor de la película de Hombres G, 'Sufre mamón', en la que interpretaba al mamón de Ricky Lacoste, hoy es un hombre amante de la naturaleza, tanto que cuando me habla de sus paseos por el campo, de su aversión a la ciudad triste de luces amarillas, me parece reconocerlo en algún pasaje de las Bucólicas de Virgilio. Gerardo Ortega vive solo en su cortijo, que es como una oficina en la dehesa, cumplimentando las exigencias de su negocio de ocho a dos y media. Después se sienta frente a la chimenea y hace ladrar a los perros dándole caña a los amplificadores y tocando con una Music Man, con la Fender Stratocaster o con la Gibson Les Paul que le compró a Eduardo Canorea, algo por J.J. Cale, John Mayer o Blacks Crows. Estas tres guitarras participaron en aquel legendario homenaje al rock que gozamos en la Expo del 92.
Es un roquero convencido, que tuvo un grupo llamado 'Triángulo negro' donde tocaba junto con su primo Miguel Ángel Jiménez y Alejandro Adarve un tema escrito por estos últimos titulado 'La oreja de un mulo', alusivo al fruto de los girasoles… Pero Gerardo reconoce que no era buen guitarrista. Que le puede la afición pero que Dios le dio oído para, en una época tan difícil para la fiesta como la de estos tiempos, tocar con tino la canción del toro, la luna y los negocios ganaderos.
Es primo de David Summers, le llamaron el quinto hombre G y acompañó al grupo durante dos temporadas haciendo las presentaciones más iconoclastas del mundo. Un día, en Marchena, se hizo acompañar de su perro, por nombre 'El bicho', al que cogió en brazos y la gente se volvió loca aclamándolo. 'El bicho', al que montaba en su moto, saltó un día por el balcón. Gerardo siempre ha dicho que se suicidó. No dejó carta para el juez, lamentablemente. Antes de tan dramático asunto, tras la presentación de la película 'Sufre mamón', en el cine Rialto de la Gran Vía, vivió en sus propias carnes lo que significa caer malamente al público.
Su papel en el filme, Ricky Lacoste, es el de un tipo chulo, muy cabroncete, con una enorme capacidad para levantar antipatías. Aquel día entró, junto a su tío Manolo Summers en el cine Rialto, con la Gran Vía colapsada y los fans con esguince en las manos de agitarlas para pedir autógrafos. Gerardo pudo entrar como se mueven entre masas los perfectos desconocidos. Sin ningún problema. Cuando acabó la proyección de la película, Hombres G y Gerardo se asomaron al ventanal del cine para saludar a los enfervorecidos seguidores del grupo. Confiesa que en su vida jamás le han insultado tan bien y tan atinadamente como aquel día. Ricky Lacoste le había dado identidad. Pero la gente lo odiaba. Su respuesta fue, igualmente, apoteósica porque les tiraba sándwiches y canapés preparados para el evento. Y es posible que, gracias al roquefort, a los dátiles y al jamón, la masa empezara a comprender las razones de Rocky Lacoste para ser un mamoncete.
Durante el rodaje de la película, la primera vez que Gerardo se colocó delante de una cámara, a excepción hecha de las fotos de la primera comunión, tenía que interpretar un combate de boxeo. Se peleaba con su primo David, doblado, para la ocasión, por un extra. Gerardo no midió bien las distancias y rodó una de las escenas más realistas del mundo del boxeo. Se le fue la mano y le rompió la mandíbula al oponente. Nadie le preguntó nada al extra noqueado pero, seguro, seguro, que reafirmó la opinión de que aquel tipo, Ricky Lacoste, era un pedazo de mamón con todas las letras… mayúsculas. En la película también le cambiaron la voz. Su acento tan sevillano levantaba pocas unanimidades. Cosas de los mesetarios. Y probablemente se la dobló la misma que se la prestaba a la serie televisiva Remington Steel, interpretado por Pierce Brosnan: el linarense Eduardo Jover, uno de los más acertados actores de doblaje del cine español.
De ser un perfecto desconocido a hacerse famoso solo basta con acertar en el punto G. Gerardo tuvo tanto tino como involuntariedad. Pero pasaba por allí, lo colocaron en el mundo ideal para un joven de los ochenta y se lo rifaban en las discotecas, no solo las chicas más bravas, también las que elegían mises en 'Oh Madrid'. Allí se sentó para dirimir a la más bella de la noche con aristócratas, gente guapa y deportistas famosos que componían el jurado. De todo aquello queda hoy la memoria más divertida de unos años para comprárselo y estas tardes donde, en su retiro favorito en la finca Los Llanos, se pone a tocar la guitarra tras la jornada de trabajo sin importarle que le ladren los perros…
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