TRIBUNA ABIERTA
Jesús de Nazaret no es negociable
No se puede evangelizar para contentar a las redes sociales y el pensamiento contemporáneo

Desde que Pedro profesara que Jesús es el Señor, la Iglesia ha procurado a través de los siglos manifestar que Jesús es el Verbo encarnado que descendió del seno del Padre y que ha traído la salvación para toda la humanidad. Dentro de la revelación, ... aún en el ecumenismo más puro y deseado por Jesús, no hay confusión ni se puede ceder ante la salvación.
Sin embargo, vivimos tiempos de relativismo y subjetivismo extremos: yo tengo mi verdad y tú tienes tu verdad, pero la Verdad no existe. Si preguntásemos a muchos ¿por qué eres católico? Podríamos encontrar respuestas como «porque vivo en un país católico», «porque así me educaron mis padres» o «porque es la religión que puedo vivir en comunidad». ¿Cuántos nos atreveríamos a responder porque es verdadera? Posiblemente sentiríamos que estaríamos siendo arrogantes o negando valor a otras religiones. Pero ese «porque es verdadera» sí lo encontramos en los conversos. Chesterton dio ese testimonio a principios del siglo XX o en este siglo, Sohrab Ahmari, un influyente articulista de origen iraní afincado en EE.UU., en su libro 'Fuego y Agua'.
Tal vez nos hayamos dejado influir por el relativismo ambiental y malinterpretado los importantes pasos teológicos del Vaticano II y el necesario «aggiornamento» que trajo consigo para fomentar la vida cristiana, adaptar mejor las instituciones a las necesidades de nuestro tiempo, promover todo aquello que pueda contribuir a la unión de cuantos creen en Jesucristo y fortalecer lo que sirve para invitar a todos los hombres al seno de la Iglesia (proemio de la constitución Sacrosanctum Concilium). Un concepto esencial en esa apertura de la Palabra al mundo en su totalidad fue el de «semillas del verbo», recogida en la constitución 'Lumen Gentium' en la que se afirma que «la divina Providencia tampoco niega los auxilios necesarios para la salvación a quienes sin culpa no han llegado todavía a un conocimiento expreso de Dios y se esfuerzan en llevar una vida recta, no sin la gracia de Dios. Cuanto hay de bueno y verdadero entre ellos, la Iglesia lo juzga como una preparación del Evangelio y otorgado por quien ilumina a todos los hombres para que al fin tengan la vida». En la rectitud de conducta que podemos ver en diversas culturas y religiones cuando buscan y adoran a Dios, alaban su creación, promueven la oración, el ayuno o el respeto a la vida y el desarrollo humano (no así en manifestaciones aberrantes como los sacrificios humanos o contrarias a la dignidad de la mujer como tapar incluso su rostro en público), la Iglesia ve semillas del Verbo, depositadas en el corazón de los hombres por el Espíritu Santo.
A la necesidad de buscar estas semillas del verbo como preparación evangélica se hubieron de enfrentar en primer lugar los Apóstoles para cumplir su misión de evangelizar el mundo. A esa misma necesidad se enfrentan hoy nuestros misioneros que tienen que satisfacer el ansia de plenitud del alma humana que solo puede saciarse en Cristo, para lo que pueden servirse de esas semillas del Verbo, respetando al máximo cada cultura y las costumbres de los pueblos. Pero sin aceptar una relativización del mensaje, porque entonces tendrían que preparar la mochila y regresar a casa. Si no tuvieran nada que ofertar como la salvación en Jesucristo, ¿a quién anuncian? No se puede evangelizar para contentar a las redes sociales y el pensamiento contemporáneo. El diálogo con la humanidad y la inculturización no pasa por descafeinar el mensaje sino por ir a la raíz y ofertar el Pan de Vida para saciar el hambre de eternidad de todos los tiempos, el hambre de salvación.
Pero a veces es difícil discernir entre reconocer lo que hay de santo y verdadero incluso en religiones no cristianas y un relativismo conforme al cual Jesús sería un mero fundador de una religión, un maestro espiritual como otros. Para guiarnos en este camino nada mejor que recordar que este año se cumple el 25º aniversario de declaración Dominus Jesus del entonces prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, cardenal Ratzinger, ratificada por San Juan Pablo II, que reconoce que el designio universal de salvación lleva a la Iglesia a ser misionera y que el diálogo forma parte de la misión evangelizadora ad gentes, pero sin olvidar que «La paridad, que es presupuesto del diálogo, se refiere a la igualdad de la dignidad personal de las partes, no a los contenidos doctrinales, ni mucho menos a Jesucristo —que es el mismo Dios hecho hombre— comparado con los fundadores de las otras religiones, pues solo Él es el Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14, 6), en quien los hombres encuentran la plenitud de la vida religiosa y en quien Dios reconcilió consigo todas las cosas. De hecho, la Iglesia, guiada por la caridad y el respeto de la libertad, debe empeñarse primariamente en anunciar a todos los hombres la verdad definitivamente revelada por el Señor, y a proclamar la necesidad de la conversión a Jesucristo y la adhesión a la Iglesia a través del bautismo y los otros sacramentos, para participar plenamente de la comunión con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo».
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