Ahora sí, adiós a la 'rubia': La peseta deja de ser dinero y se convierte en recuerdo
Este 30 de junio el Banco de España dejará de cambiar la moneda, de la que aún hay 1.585 millones de euros en circulación. Mientras muchos hacen colas de horas para deshacerse de los últimos duros, otros los guardan como un tesoro. En el caso de Camilo, de tres toneladas
«Mira, las monedas de cuando mamá era pequeña», explica una joven a un niño de unos 10 años que mira con perplejidad un puñado de duros y pesetas extendido sobre el mostrador. Para él son piezas de metal sin valor, aunque sus padres, a su edad, seguro que se hubiesen lanzado, por lo menos, sobre la de 25 pesetas, tope de la cuerda de miles de peonzas. Pero para los españoles, volver a pagar con ‘rubias’ es abrir un baúl de recuerdos. Bien lo sabe Fernando Losada, dueño de la papelería madrileña que lleva su apellido, uno de los poquísimos comercios que esta semana todavía permitía a sus clientes comprar con la última moneda española, en curso legal desde octubre de 1868 hasta febrero de 2002. De hecho, señala, en la última semana ha vendido más en pesetas que en euros.
«Empezamos con esta iniciativa en 2007, y lo que era una campaña de dos meses se ha alargado hasta hoy. Mucha gente te llama para preguntar porque tiene ganas de contarte la historia del dinero que tienen. O peor, no lo puedes cambiar porque es muy antiguo y se piensan que les estás engañando. Un hombre me llamó porque leyó que pagábamos 74 euros por cada peseta», cuenta a ABC Losada, que el pasado viernes desterró definitivamente la peseta de la tienda que fundó su padre, José, en 1965. Una despedida in extremis, pues el Banco de España dejará de cambiar la moneda este 30 de junio. Según los últimos datos del organismo, a finales de mayo quedaban por canjear 1.585 millones de euros (785 millones en calderilla y 800 en billetes), un 3,2% del dinero que estaba en circulación cuando llegó el euro.
«Viene sobre todo mucha gente mayor que ha encontrado pesetas en un bolsillo, un bote o un libro. No suelen ser grandes cantidades, es raro que vengan con un billete de 5.000, por ejemplo». Es justamente lo que le ha ocurrido a Pilar, quien encontró un montón de ‘chatarra’ por casa y, por no quedarse con ella, decidió ir a buscar unos regalos para sus nietos. «Estas monedas las tenía guardadas desde hace años no sé para qué, así que a ver cuáles valen todavía y qué puedo comprar», dice. «Esta no la cambio, que es de la Virgen de África y dicen que da suerte», añade mientras Fernando, calculadora en mano, analiza cada pieza. Pilar no tiene más de ocho euros, pero se lleva un par de libros para colorear.
Teresa también se ha animado a gastarse unas pesetas, herencia de su padre, en la papelería del barrio, forrada hasta el techo de estanterías llenas de libros, cuadernos y lápices. «He encontrado hasta dinero de la República. Apenas tenía once euros, pero he comprado un libro. Así sigo teniendo un recuerdo de mi padre y ayudo a las tiendas del barrio, que yo he sido muchos años autónoma y sé lo que supone», puntualiza. No se entretiene demasiado, porque en la ‘papelería de las pesetas’ va creciendo poco a poco la cola de clientes.
Nada que ver, eso sí, con las largas filas que se han formado en los últimos días en la sede del Banco de España , donde los más rezagados esperan horas para deshacerse de las últimas ‘rubias’. Tal ha sido la afluencia de gente que los funcionarios han decidido suprimir el requisito de tener que pedir cita previa. Se pueden cambiar, al precio oficial (un euro son 166,386 pesetas), todos los billetes en pesetas emitidos desde 1939. En el caso de los billetes entre 1936 y 1939, será necesario un análisis previo de los peritos. En cuanto a las monedas, se admiten aquellas que fueran de curso legal en el momento del lanzamiento del euro, el 1 de enero de 2002, así como las piezas de 2.000 pesetas, conmemorativas y especiales que estaban en circulación en esa fecha.
Pocas joyas
El destino de todas estas viejas monedas, explican a ABC los expertos del Banco de España, será el horno: «Primero se trocean y después se funden para poder reutilizar los metales para usos industriales». En el caso de los billetes, que no se pueden incinerar por las tintas que se usan en el proceso de producción, «se trituran en unos cilindros llamados briquetas que posteriormente se depositan en el vertedero siguiendo estrictamente las normas medioambientales».
Aquellos que quieren salvar de la quema (literalmente) sus últimas pesetas porque creen que en un futuro próximo valdrán miles de euros, explica Jesús Vico Belmonte, presidente de la Asociación Española de Numismáticos Profesionales (AENP), cometen un error. «El valor de una moneda lo determina, entre otros, la rareza o escasez y el estado de conservación. En el caso de la peseta, si hablamos de la serie monetaria que dejó de circular en 2002, no hay demanda suficiente para toda la oferta que hay aún en el mercado», señala este experto. «Habrá gente que las guarde como recuerdo, por su valor sentimental, y habrá muchos que ni siquiera saben que tienen guardado dinero». Basta como ejemplo el de unos clientes, relata, que al hacer reforma en una casa de campo recién adquirida encontraron escondidas tras la pared miles de pesetas de la época de Franco.
En el último mes, destaca Vico, se han multiplicado las personas que acuden a las galerías para tasar pesetas. «Muchos creen que tienen una millonada, y tenemos que explicarles de forma delicada que no es así», insiste. «Sí hay algunas de alto valor, como las cien pesetas de la época de Amadeo I de Saboya, las cinco pesetas de 1869 o las cien del gobierno provisional de la Primera República. Estas monedas tan concretas suelen salir a subasta. Hay un coleccionismo fuerte hasta la época de la Guerra Civil. A partir de ese periodo, hay muy pocas piezas con valor para los coleccionistas y el interés se limita a monedas conmemorativas o series nuevas», resume Vico.
A fuerza de pasar más años cobrando en pesetas que en euros, Juan Luis Benito Portillo, dueño de la perfumería Beypor, situada en El Álamo (Madrid), ha aprendido bastante de numismática. Para fomentar las compras en tiendas, el gobierno municipal decidió en el verano de 2013 resucitar la peseta. Él vio que, en apenas un mes, tenía más de 5.000 euros para cambiar, así que mantuvo el negocio familiar, abierto desde 1983, funcionando con la moneda española y la europea hasta el pasado mes de noviembre.
Hoy guarda, ya como aficionado, kilos de ‘rubias’, sobre todo de la posguerra, en la trastienda. Aprendió a identificar las pesetas con valor histórico de las que no lo tienen gracias a un libro que le regaló un amigo, con el que se carteaba para enviarle monedas de años o series especiales «Todo esto ya no supone, al cambio, ni dos euros. No merece la pena canjearlo, vale más el recuerdo. Tengo, por ejemplo, estos billetes de Manuel de Falla de series correlativas que nunca han circulado», expone Benito Portillo. Algún coleccionista se ha pasado por la droguería en busca de joyas, pero lo que más acumula este tendero son anécdotas. «Hay gente que venía a pagar con colecciones que valían más que su valor facial y se deshacían de ellas. Y otros que tenían guardado dinero de su primer sueldo, lo traían para gastarlo y luego se arrepentían».
La obra de una vida
Quien tampoco quiere deshacerse del tesoro que lleva acumulando décadas es Camilo Yagüe, un hostelero segoviano que guarda en un baúl tres toneladas de ‘rubias’. Es, con el permiso del Banco de España, el mayor custodio de monedas de peseta del país. «Tengo 67 años y empecé con 14 a acumular el bote de los bares que tenía. Hay ‘rubias’ de todas las épocas, desde los años cuarenta. En total, habrá más de un millón», cuenta este jubilado, que recuerda orgulloso que en su arcón hay también propinas de clientes ilustres como los políticos Adolfo Suárez y Fernando Abril Martorell y el torero Fernando Domínguez. Hasta de extras de cine, pues por la zona se rodaron, entre otras, ‘La caída del imperio romano’ y ‘Patton’. En la época en la que pasaban por los locales de Camilo, un vermú valía una peseta y los buenos clientes dejaban otra de propina.
«En 1984 prácticamente dejé de coleccionar monedas, porque ya no eran ‘rubias’, pero mucha gente que me conocía y sabía que las guardaba me las mandaban. El otro día me llamó un hombre que tenía 40 kilos. Le recomendé quedárselo, porque yo ya tengo más de 3.000», confiesa entre risas Yagüe. El baúl de las pesetas, hecho a medida por herreros de La Granja de San Ildefonso, estuvo durante décadas expuesto en el Mesón Camilo de Torrecaballeros, donde, según su dueño, iba gente de todas partes a verlo. «Todo el que pasaba se tiraba fotos con las monedas, incluso vino una televisión alemana a grabarlo», añade.
Cuando se jubiló, tuvo que llevarse el arcón a su casa, donde hay botes llenos de calderilla incluso a lo largo de la escalera. «Y mi hija tiene más en su casa», destaca incansable. «He tenido ofertas de mucha gente que me lo quiere comprar, por tener un capricho que no tenía nadie en España y tengo yo de casualidad. Esto tiene valor porque es una pieza única. Al cambio apenas serían unos 6.000 euros, pero vale más fundirlo, porque me darían unos 20.000 euros. Esta aleación de bronce es buena para hacer arandelas, botones de vaqueros y hasta hélices de barcos», puntualiza.
Como en el arcón es prácticamente imposible encontrar algunos incunables, Camilo Yagüe tiene archivadas en un álbum una moneda de cada año, empezando por 1944. Le falta, cuenta, una ‘rubia’ de 1946. En el baúl, señala, tiene que haber docenas de ellas, pero es imposible revisarlas todas. Tenía también una colección de billetes, que vendió hace años. Por el baúl escucha ofertas, y ha recibido alguna de hasta 40.000 euros, pero pesa mucho su valor sentimental. «Luego a ver cómo se reparten esto mis dos hijas, al final habrá que convertirlo en viruta», lamenta. Sus nietos, aún muy pequeños para ser aficionados al coleccionismo, ya se han acostumbrado a ver estos metales y ni se inmutan al ver un tesoro digno de otra época.
Pese a todo, más que un experto en numismática, Camilo Yagüe es un aficionado a las antigüedades. Su casa es un museo. Tiene una moto de la Guerra Civil, lotería de 1951, artilugios médicos de principios de siglo, relojes de la Cuba colonial, manuscritos... «Toda la vida me ha gustado comprar y vender. En la aduana siempre me paraban, pero luego me agradecían que recuperase patrimonio».
Convertida en arte
Pocos saben que, más allá de su valor, las pesetas son en sí mismas arte. Los diseños de una de las últimas series de billetes, la de los escritores, que empezó a circular en 1979, llevan la firma de José María Cruz Novillo, autor de decenas de logos que vemos a diario, como el de Correos, y la bandera de la Comunidad de Madrid, entre otros. «Diseñar un billete es un trabajo irrepetible, porque no hay una obra con mayor número de unidades y que llegue a más gente», cuenta su hijo, Pepe Cruz, con quien comparte estudio. Su padre, que participó también en el concurso europeo para dar forma a los billetes de euro, compró como recuerdo algunos de los primeros diseñados por él que se imprimieron, con tan mala suerte que se los robaron años más tarde. «El Banco de España tuvo el detalle de mandarle algunos nuevos, ya con una numeración convencional».
Hay otros artistas, como Carlos Aires, que convierten el papel moneda en piezas de museo. «Trabajo sobre los billetes, a veces me gustaría sumar cuánto dinero me he cargado», bromea. En realidad, su objetivo es dar nuevos significados a ‘papeles’ que cuando los compra a particulares, en tiendas de numismática o incluso online, «ya tienen historias increíbles». «A veces se guardan durante años, son herencias familiares o amuletos», afirma. «Al dinero le hemos dado un valor y una historia, pero a veces olvidamos que es solo papel». En el caso de la peseta, ya pura nostalgia.