La Taurina
'El toro en la palabra', de Antonio García Barbeito
El escritor y columnista de ABC acaba de publicar un poemario que recoge muchos de los versos que ha plasmado en artículos de este periódico

Hay en la dehesa un trovador que le romancea a Sevilla mientras aguarda en un cercado los designios de la primavera: abril, el río, el hombre y las altas torres. El toro de la mitología griega y de la fantasía ibérica tiene la voz ... de Antonio García Barbeito, que ha recitado sus octosílabos bramidos. Que lo entiende porque compartieron cuna en esa llanura en la que ahora reverdecen los campos de Hato Blanco y del Partido de Resina. Al que también se le quedó «pequeña la ganadería» cuando conoció el ruedo de las letras, aquerenciándose finalmente en ese otro tercio de alfareros y buenos toreros. Una cava de verónicas calés, trincherazos romanís y ternos aceitunos.
Lleva toda su vida escribiéndole a Sevilla, a sus tierras, al campo bravo y al toro de lidia. Artículos periodísticos que ahora lancean por estrofas en un poemario editado por Algaida y apadrinado por Ramón Valencia con el que se está obsequiando a esos laudables aficionados que siguen pasando por la taquilla del Paseo de Colón para renovar o darse de alta como nuevo abonado de la Maestranza. La letra y la voz de García Barbeito también se han consagrado como anunciación de la temporada taurina de Sevilla. Y fue en la penúltima campaña publicitaria cuando surgió este proyecto: «Ramón, después de escuchar unos versos que había preparado para ese día, me preguntó si tenía más cosas de toros. Le dije que llevo más de treinta años escribiendo de ellos».
'El toro en la palabra' es una recopilación poética y taurina de García Barbeito, que arranca con el cambio de tercio de Sevilla —'Otra pasión'—. Un tiempo fugaz que transcurre entre la última marcha procesional y el primer pasodoble, que tinta en granate el plumero blanco de los 'armaos' con el que los hermanos Zulueta despejan el coso del Baratillo. «Ni veinticuatro horas las separan. / Pero las dos pasiones acaparan / la sevillana concepción de vida». Una metamorfosis de quienes «saltaban» con la misma pluma el tintero que antes habían llenado «de incienso y azahar y algo de cera (…) para cantar la gloria del torero». Y nombra con admiración a quienes hacían de la pluma una garrocha para volar entre tinteros («Fernando Carrasco, Manolo Ramírez, Luis Carlos Peris…»). Un soneto que arranca, como el toreo sevillano, por el Domingo de Resurrección.
Ése lance de recibo se inmortalizó en este periódico unos días después de pregonarle a la Semana Santa de Sevilla. Dos décadas antes había escrito un ensayo sobre Juan Belmonte ('Y los terrenos prohibidos'), que dedica a Luis Calderón, nieto del célebre descubridor del Pasmo de Triana, y a Emilio Muñoz, último afluente del toreo de Antonio Montes. Un escrito en el que ahondó sobre el sentido original de Tablada, «pista de despegue de sus sueños, la dura planicie donde su deseo remonta el vuelo y ve que existe la altura, aunque los riesgos acechan en punta allí donde las sombras son más enemigas que salvadoras».
Dice José Ribagorda, prologuista la obra, que en este poemario hay «una tauromaquia que ama y glosa a través de totémicos lidiadores» como Juan Belmonte, Antonio Ordóñez, Curro Romero, Juan Antonio Ruiz 'Espartaco' y Morante de la Puebla. Pero hay otros nombres con mayor potencia en la métrica de su alma, el de Manolo Cortés, «que mereció mucho más», y el de Fernando Cepeda, en cuyas eternas verónicas «los toros tienen tiempo de cumplir dos yerbas». También reivindica a los de su Aznalcázar natal: Antonio Gardel y Cara-Ancha, el algecireño que murió en una casa lindante a la suya, donde descubrió el mundo de los toros a través de sus ruinosos esportones y cabezas disecadas. «Un mundo que siempre me ganó por su belleza, por su olor y por sus colores, que despliega una fuerza centrífuga que lo tienta todo».
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