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El fatal accidente que arrebató la voz a Nino Bravo

Tal día como hoy el cantante valenciano fallecía al derrapar y salirse de la carretera el coche que conducía. Tenía solo 28 años

Nino Bravo, en 1970
Nino Bravo, en 1970 - Forofiel
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«Un cantante tiene un recorrido. Primero no le conoce nadie; luego, llega una canción que gusta a la gente y, surge el éxito del cantante y de la canción. Pasa a ser conocido, Al final, cuando ya es conocido, sólo quedan sus canciones», le dijo en cierta ocasión Nino Bravo a la periodista Pilar Trenas en ABC. Lo decía animado por los éxitos que estaba cosechando con sus canciones «Te quiero, te quiero» y «Un beso y una flor», y después de sus aplaudidas actuaciones en la Olimpiada de la Canción de Atenas y en el Festival de Río de Janeiro, en el que se clasificó como finalista con la canción «Elizabeth». La muerte inesperada del cantante a los 28 años vino a truncar «una de las carreras estelares que se prometían más felices para la joven canción moderna española», se lamentaba este periódico el 17 de abril de 1973.

El coche que conducía Luis Manuel Ferry Llopis, como en realidad se llamaba Nino Bravo, derrapó en una curva y se salió de la carretera N-III a la altura del kilómetro 95, en el término municipal de Villarrubio (Cuenca). Después de recibir los primeros auxilios en Tarancón, fue trasladado de urgencia a la Ciudad Sanitaria Francisco Franco (hoy Hospital General Universitario Gregorio Marañón), donde el cantante dejó de existir momentos después, sobre las diez y media de la mañana del 16 de abril.

El estado en que quedó el automóvil en el que viajaba Nino Bravo
El estado en que quedó el automóvil en el que viajaba Nino Bravo - Efe

Sus tres acompañantes, José Yuesa Francés, Fernando Romero García y Miguel Diarni Valero, resultaron heridos de diversa consideración. Habían salido de Valencia temprano porque iban a grabar en Madrid el primer disco del dúo «Humo» que integraban Diurni Valero y Romero García. José Yuesa era el guitarrista y Nino Bravo el promotor del dúo.

Un curva, un punto negro de la carretera, un error humano...segó la vida de un ídolo de la canción española. Se había casado en abril de 1971 con María Amparo Martínez Gil y tenía una hija de 14 meses y un bebé en camino.

Más de 10.000 personas acudieron al entierro de Nino Bravo en Valencia.

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ABC le dedicó unas páginas de homenaje que firmó Ismael Fuente Lafuente. «Serás sólo un recuerdo impreso en los periódicos del 16 de abril de 1973», le decía (queriendo decir del 17, claro está), «pero serás también lo más hermoso para ese hijo a quien no verás nacer, ese hijo que crecerá y se hará hombre, ese hijo que quizá dentro de quince o veinte años lea estas líneas y pueda saber de la sencillez, de la conciencia moral de su padre, de su honestidad», auguraba Fuente Lafuente.

Su crónica era el lamento por la pérdida de «una gran voz» que en un mundo en que la técnica conseguía elevar a la categoría de ídolos a muchos cantantes que no afinaban o que ni siquiera cantaban, a juicio del crítico, un caso como el de Nino Bravo resultaba «chocante».

Con una voz a medias entre lo lírico y lo «pop» -«decía Nino Bravo que quizá pronto se pasaría a la canción lírica, o cuando menos grabaría algún disco de larga duración de ese género»- había logrado situarse en los primeros puestos de las listas de éxitos por la hondura y la fuerza de su voz, y por su estilo de cantar.

«Nino Bravo encarnaba la sencillez llevando hasta los escenarios de sus galas el mismo sentido de honesta naturalidad que supo imprimir a su vida familiar y privada», sostenía el periodista antes de recorrer la trayectoria artística del cantante nacido en Ayelo de Malferit.

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Meses después su canción «Libre» se mantenía en el número 1 en España y su disco «América América» en el más solicitado. Mariano Méndez Vigo recordaba en ABC que «a golpes de corazón conquistó a millones de personas de todo el mundo» y «lo que muchas veces nos negábamos a conocer, ahora estamos obligados a «reconocerlo».

«Ahora quizá es cuando podemos ver más claramente la auténtica dimensión de la carrera de Niño Bravo», subrayaba, mientras seguía pensando en su sonrisa abierta y sincera. «Nunca nos contaba «historias». Ha querido dejar que la propia fuerza de los actos nos convenciera; y ha tenido que ser el «acto» supremo el que nos haya hecho ver claro», escribía.

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«Escogió esta profesión porque sabía que no era sólo para toda la vida, sino «para toda la muerte». Y lo veo sonreír», concluía Méndez Vigo.

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